TALLER DE DIAGNÓSTICO.
GUÍA DE TRABAJO EN LAS CLASES
TEMAS:
- DIPTONGO,TRIPTONGO,HIATO.
- RELACIONES SEMÁNTICAS.
- ORTOGRAFÍA.
- COMPLETACIÓN DE ORACIONES.
- TILDE DIACRÍTICA.
FEBRERO 10/ 2015
Literatura
Precolombina
Se dice
literatura precolombina a toda manifestación de carácter literario "de
acuerdo a los estándares actuales", procedente de las culturas y pueblos de
América, anterior a la llegada de Cristóbal Colón y de la cultura europea, o
más bien, la cultura medieval española. A menudo se incluye en esta definición
el concepto de literatura como toda expresión escrita, por su fuerte carácter
artístico-religioso que busca explicar el mundo. Sin embargo en el siguiente
capítulo sólo se observarán las manifestaciones más alegóricas de la cultura
anterior a la invasión europea... y también en Colombia con capital en Bogotá
Mayores
exponentes:
Anterior a la
llegada de Colón a las Antillas no existía literatura en América tal y como se
conocía en Europa. La mayor parte de los pueblos no tenían escritura, y no
conocían indígenas privilegiados dejaron testamento del arte precolombino,
escribiendo y traduciendo lo que más resaltó a finales de esta época. A la
llegada de los españoles se sabe también, que muchos pueblos decidieron por sí
mismos ocultar a los europeos el conocimiento que poseían sobre ellos mismos,
así como su historia y las muchas tecnologías que poseían. A menudo se
perdieron lenguas y culturas enteras en esta actitud. Aún así, otros pueblos
decidieron conservar sus costumbres a escondidas, o transformándolas en formas
mejor vistas por los españoles y portugueses. La literatura oral de este tipo
sin embargo fue fuertemente observada por la inquisición, y con el tiempo
terminó por desaparecer en favor de la literatura evangelizadora.Por estas
razones suele estudiarse con mayor detenimiento el registro de los cronistas y
otros, para evaluar las características de lo que fue o debió haber sido la
literatura anterior. Todas son recopilaciones e interpretaciones de historias
trasmitidas generación en generación. Las obras así escritas más importantes,
por cultura, son: incas muiscas y tairona
AZTECAS
· Códex
Borgia y Borbonicus
· Códex
Xolotl
· Romances
de los señores de la Nueva España, y todos los demás poemas atribuidos a
Nezahual cóyotl.
MAYAS 1. Textos
prohibidos
· Memorial
de Sololá, o Anales y ucas al cien para la gente depronto uno que otro pene de
los cakchiqueles
· Libros
de Chilán Balam (Del que destaca aquel llamado "De Chumayel", estando
Chumayel en Yucatán, México)
· Popol
Vuh (Original perdido escrito en lengua quiché)
· Rabinal
Achí (Teatro)
· El
baile de los gigantes
2. Códices originales
· Códex
Dresdensis o Códice Dresde
· Códex
Peresianus o Códice París
· Códex
Trocortesianus o Códice Trocortesiano (Sólo parcialmente descifrado)
INCAS.
· Ollantay
(Drama en castellano, escrito después del s. XVI)
· Uska
Paukar
· Tragedia
del fin de Atahualpa
NICARAGUA
· El
güegüense
Se presenta a continuación
un breve desarrollo de lo ocurrido en cada literatura, incluyo algunos casos
especiales:
· Aztecas
· Mayas
y Guatemaltecos
· Incas
· Araucanos
· Muiscas
· Culturas
del Brasil
· Islas
del Pacífico
· Islas
del Atlántico
Literatura de Colombia
Historia de las tribus que habitaban América antes de la llegada de Cristobal Colón a América.
¿Cuales eran las culturas que habitaban america antes de la llegada de los españoles?
- LOS MAYAS
- La civilización maya se extendió por el sur de México, en Guatemala, El Salvador y Honduras. entre los siglos III y XV en el área ahora conocida como Mesoamérica.
- El término Mesoamérica, no es un concepto geográfico, sino que designa un área con toda una serie de rasgos culturales que compartieron los grupos que se establecieron allí, y en la cual encontramos diferencias regionales.
- Los mayas no constituían un estado unificado, sino que se organizaban en varias ciudades-estado independientes entre si que controlaban un territorio más o menos amplio. Tampoco hablaban una única lengua.
- LOS AZTECAS
- .Hacia el año de 1300, los aztecas fueron la última tribu del norte árido en arribar a Mesoamérica. Eran un pueblo pobre y atrasado y fueron mal recibidos por los habitantes de los señoríos de origen Tolteca ya establecidos en el Valle de México.
- LOS TEOTIHUACANOS
- Se consideraba que los toltecas fueron los constructores de las pirámides del Sol y la Luna, y del templo de Quetzalcóatl, en la región de Teotihuacan. Actualmente se han diferenciado la cultura teotihuacana de la cultura tolteca. La primera duró casi ocho siglos, de I hasta el IX D.C. en que fue desplazada por tribus invasoras de raza náhoa entre las que estaba la tribu de los toltecas. Los teotihuacanos eran de origen olmeca.
- estos habitaban mayormente lo que ahora se conoce como centro américa
- y destacan por sus aportes a diferentes áreas como la astrología y la astronomía
Resumen histórico: La América precolombina y la conquista del Nuevo Mundo
El año 1492 marcó en España el comienzo de una época que inauguró nuevas maneras de pensar a la vez que redujo libertades sociales. La toma de Granada, el último reino musulmán en la Península Ibérica, por los Reyes Católicos significó el fin de la “reconquista” cristiana de la península. Por una parte, este hecho ayudó a fortalecer la identidad naciente de una España unida, ejemplificada en laGramática de la lengua de Nebrija, que normalizó un idioma oficial común para todo el reino; por otra parte, alimentó el fanatismo religioso que llevó a la expulsión de los judíos y aumentó el poder de la Inquisición. El humanismo renacentista dominó el ámbito cultural, mientras que el espíritu guerrero de la reconquista se dirigiría muy pronto hacia un continente a punto de ser “descubierto”. La culminación de la época de la conquista cristiana permitió también que los Reyes Católicos consideraran una extensión de su poder a otros territorios europeos. Los avances tecnológicos hicieron posible la búsqueda de nuevas rutas marítimas comerciales al Extremo Oriente, pues las rutas terrestres habían sido cortadas por los turcos. Los europeos establecieron colonias y puestos de comercio en lugares estratégicos a lo largo de estas rutas. Para el año 1444 Portugal ya había establecido una pequeña base en Cabo Verde, en la costa occidental de África, que le sirvió como avanzada de exploración y mercantil, y más tarde para un lucrativo comercio de esclavos.
En 1492 los Reyes Católicos consideraron por segunda vez la petición de un marinero genovés llamado Cristóbal Colón de financiar un viaje para encontrar una ruta a las Indias por el Oeste. De hecho, Colón pensó que había llegado a las Indias. Esta idea equivocada le dio su nombre a las poblaciones indígenas de América, cambió drásticamente su historia y dio paso a una nueva época en la historia de España.
La América precolombina
Se desconoce gran parte de la historia indígena de América antes de la conquista porque ésta se conservaba principalmente en la memoria colectiva, y era transmitida oralmente. Lo que se ha podido reconstruir de la historia de pueblos como los guaraníes de la Argentina y Paraguay, los mapuches de Chile, o los potiguares y tupíes del Brasil es muy poco porque el choque de la conquista destruyó su historia. Los textos que permiten reconstruir el pasado de civilizaciones más avanzadas se reducen a los códices de escritura pictográfica que sobrevivieron la destrucción generalizada de este tipo de material por los españoles—como el Códice Florentino--, a historias indígenas escritas después de la conquista por autores mestizos, y a las crónicas redactadas por los conquistadores y clérigos españoles.
El Caribe
Las Antillas del Mar Caribe fueron el escenario del primer contacto entre españoles e indígenas en el Nuevo Mundo. Las Antillas Mayores (Cuba, Jamaica, La Española y Puerto Rico) estaban habitadas por indígenas llamados taínos. Las islas de las Antillas Menores estaban pobladas por tribus que los conquistadores llamaron “caribes”. Ambos grupos eran tribus araguas (arawaks) que habían llegado a las islas en oleadas sucesivas desde Sudamérica. Los caribes adquirieron fama entre los conquistadores de ser muy violentos, de donde surgió el mito de los “caníbales”, salvajes que comían carne humana. Estos grupos prácticamente desaparecieron poco después de la llegada de los españoles. Sin embargo, hay palabras de su vocabulario que pasaron a la lengua española, entre ellas ‘hamaca’, ‘huracán’, ‘barbacoa’, ‘bohío’ y ‘guayaba’ y ‘cacique’.
Los mayas
Entre las civilizaciones que los españoles encontraron en el “Nuevo Mundo” destacan tres: los mayas, los aztecas y los incas.
Los mayas llegaron a constituir un imperio importante alrededor del siglo X d.C., cuando tenían su capital en la ciudad de Chichén Itzá y controlaban gran parte de la península de Yucatán. El declive de su imperio ocurrió de manera rápida, y existen diversas teorías sobre su causa. Se conservan dos textos principales de la cultura maya: el Popol-Vuh, un compendio de leyendas escrito en español después de la conquista, y otro de documentos culturales, el Libro de Chilam Balam.
Los aztecas
El imperio azteca creció sobre las ruinas de civilizaciones anteriores en el valle central del actual México. En el momento de su apogeo (que coincide con la llegada de los españoles), el imperio abarcaba un vasto territorio que se extendía desde el sur de los Estados Unidos hasta Guatemala. Los aztecas asimilaron la cultura y la religión de los toltecas, una civilización antigua que había dejado su huella trescientos años antes en el valle de México. Los toltecas a su vez asimilaron rasgos culturales y religiosos de los teotihuacanos, cuyo centro ceremonial más significativo se encontraba en Teotihuacán, al norte de lo que es hoy la ciudad de México. El mito de fundación azteca propone que los dioses ordenaron a los mexicas fundar su capital en un lugar donde vieran un águila comiendo una serpiente sobre un nopal (un tipo de cactus). La escena ocurrió, según el mito, en una isla en medio del lago Texcoco, donde los aztecas establecieron la capital de su imperio, Tenochtitlán (la escena es el escudo oficial del México moderno, y se reproduce en su bandera). La ciudad deTenochtitlán fue fundada en 1325 por los mexicas, quienes se consideraban herederos del dios Quetzalcóatl. El nombre “azteca” es de factura posterior a la conquista, y alude a Aztlán, la tierra mítica original de este pueblo de México, a quienes debería llamarse en propiedad “mexicas” o “tenochcas”. De su lengua, el náhuatl, se han incorporado algunos vocablos al español: ‘chocolate’, ‘maíz’, ‘coyote’, tomate’ y ‘comal’, entre otros.
En el siglo XV los aztecas expandieron su influencia hasta los límites geográficos ya mencionados, impulsados por una súbita explosión demográfica, una clase alta militarizada, y la naturaleza guerrera del culto azteca al dios Huitzilopochtli. Esta deidad solar guerrera requería alimentarse con la esencia de la vida, que se encontraba solamente en la sangre humana. Los aztecas creían que el universo se sustentaba con el sacrificio humano. La guerra y el tributo de seres humanos impuesto a los pueblos conquistados eran maneras de obtener prisioneros para sacrificar a su dios. Los españoles luego justificarían la conquista de la nación azteca debido a la naturaleza “salvaje” de los indígenas, ejemplificada principalmente en la práctica del sacrificio humano.
Los incas
El imperio de los incas, llamado el Tawantinsuyo, se asentaba en las regiones andinas del Perú. La civilización incaica superó a la azteca en su extensión geográfica y organización política. En el siglo XV la influencia incaica se extendió hacia el norte por toda la costa hasta Ecuador, y hasta el Río Maile, en Chile, al sur. El poder incaico residía en el Cuzco, una ciudad en las alturas de los Andes.
Los incas habían habitado esa región desde el siglo XIII, pero empezaron a aumentar su poder en el siglo XV, cuando los cuzqueños se apoderaron de los pueblos cercanos y pusieron en marcha un proyecto de expansión bajo el liderazgo de Túpac Yupanqui. La organización política del territorio incaico se realizó bajo el ayllu (tribu) de Sapa Inca, la familia de Tupac Yupanqui, y se basaba en un sistema de alianzas entre los pueblos autóctonos y el poder central incaico. Los pueblos aliados a los incas eran obligados a pagar tributos al gobierno central, lo que provocaba resentimientos locales que mantuvieron al imperio en un permanente estado de inestabilidad. Al igual que en el caso de los aztecas, la aplicación del nombre “inca” a toda la población es un error histórico, pues este nombre se refería exclusivamente a la alta nobleza del Tawantinsuyo.
El poder del monarca incaico se debía a su descendencia directa del rey sol, Manco Cápac. Para mantener la pureza de la sangre, la sucesión al poder tenía que seguir las reglas de los ayllus que formaban la base dinástica de la sociedad incaica. Sin embargo, en esta sociedad poligámica la sucesión del poder a menudo se convirtió en una competencia entre los varios hijos del rey. La disputa dinástica entre Atahualpa y su medio hermano Huáscar, hijos del rey Huayna Cápac, fue clave en la desintegración política del imperio inca frente a la amenaza española. Justo antes de llegar éstos, Atahualpa había asesinado a Huáscar en el contexto de una guerra civil entre los partidarios de ambos.
Las ruinas de Cuzco, la ciudad ceremonial de Machu Picchu y las líneas de Nazca todavía permanecen como testimonios de esta civilización andina.
Los viajes de Colón y la exploración temprana del Nuevo Mundo
Cristóbal Colón salió del puerto español de Palos el 3 de agosto de 1492 con tres navíos: la Santa María, la Niña, y la Pinta. El 12 de octubre avistaron Guanahaní, una isla de las Bahamas que Colón bautizó con el nombre de San Salvador. La expedición tuvo contacto con algunos indígenas y exploró las islas caribeñas de Juana (hoy Cuba) e Hispaniola (hoy Haití y la República Dominicana). Al hundirse la Santa María la Nochebuena del mismo año, Colón fundó en Hispaniola una pequeña colonia que llamó “La Navidad”. En su segundo viaje, Colón encontró que ésta había desaparecido. Colón regresó a España con muestras de los animales e indígenas que había encontrado en su viaje, y con noticias exageradas de las riquezas que podrían explotarse en las nuevas tierras. Colón regresaba también para reclamar a los reyes lo convenido en el pacto (las Capitulaciones de Santa Fe) que éstos y él habían concertado antes de su partida, por el cual Colón obtenía el título de Almirante del Gran Océano y el cargo vitalicio y hereditario de virrey de todos los territorios reclamados por él para la Corona Española.
Portugal, otra gran potencia marítima del momento, inmediatamente le disputó a España el derecho de reclamar todos los territorios que se encontraran navegando hacia occidente. Para evitar un conflicto mayor, en 1494 el papa Alejandro VI redactó el Tratado deTordesillas, en el que se trazaba una línea del polo norte al polo sur 370 leguas al occidente de las islas Azores, dándosele a Portugal todas las tierras al este de esa línea, y a España las tierras hacia el occidente.
Los tres viajes siguientes de Colón aumentaron el conocimiento del Caribe, pero no produjeron mayores beneficios. Casi inevitablemente, Colón se fue desprestigiando ante los reyes. Otros exploradores le siguieron—entre ellos Américo Vespucio, un florentino que exploró la costa oriental de América del Sur, y por quien el cartógrafo alemán Waldseemuller nombró al continente. El español Juan Ponce de León exploró Puerto Rico en 1508, luego la costa de la Florida en 1513, y Vasco Núñez de Balboa encabezó la expedición que descubrió el Océano Pacífico ese mismo año.
La conquista de México
En 1519 Hernán Cortés zarpó desde Cuba al frente de una expedición exploratoria de 11 navíos, más de 500 soldados y 16 caballos. Al llegar al territorio de Yucatán, Cortés tuvo noticias de una tierra muy rica que se hallaba hacia el noroeste. Dirigiéndose hacia allí, Cortés arribó a la costa oriental de lo que hoy es México, donde fundó Veracruz. De ahí avanzó por tierra en dirección a Tenochtitlán, a pesar de haber recibido órdenes de esperar refuerzos en la costa. Con la ayuda de una intérprete nativa de nombre Malintzín (“la Malinche”), Cortés supo de Tenochtitlán, de su rey Moctezuma y de las riquezas que poseía. Cortés también descubrió que las tribus que encontraba a su paso resentían la autoridad que el imperio azteca tenía sobre ellas, y rápidamente les ofreció su ayuda contra los tenochcas a cambio de obtener de ellos refuerzos, albergue y alimentos. Los aliados más poderosos de Cortés fueron los tlaxcaltecas, quienes habían resistido tenazmente los intentos de conquista de los aztecas.
El primer intento de tomar la ciudad en 1519 fue desastroso para los españoles. A su llegada, los españoles fueron tratados como huéspedes honrosos, pero Cortés se dio cuenta rápidamente de la situación desventajosa en que se encontraba, y tomó prisionero aMoctezuma en su propio palacio. Cortés tuvo que defenderse luego de un ataque español en la costa y de una sublevación indígena en la capital que cercó a los españoles. Después de una batalla larga y sangrienta en la que murió Moctezuma apedreado por sus súbditos y en la cual Cortés perdió gran parte de su ejército, los sobrevivientes españoles tuvieron que abandonar la ciudad a oscuras en una retirada que se conoce con el nombre de la “Noche Triste”. Casi dos años más tarde, Cortés regresó con refuerzos y construyó barcos que le permitieron poner cerco a la ciudad construida en medio del lago. El cerco acabó con la capacidad de resistencia de una población que también había sufrido los estragos de las enfermedades traídas por los españoles, y Tenochtitlán se rindió finalmente en 1521 con la captura del último rey azteca, Cuauhtémoc. Las fuentes principales de la conquista de México son una colección de cinco Cartas de relación escritas por Cortés al rey Carlos V, y una crónica redactada por Bernal Díaz del Castillo—uno de los soldados de Cortés—titulada Historia verdadera de la conquista de México.
La conquista del Perú
La expedición de Francisco Pizarro partió de Panamá en 1530 con 180 soldados, incluyendo a sus hermanos. Los españoles entraron en 1532 en la ciudad de Cajamarca, en donde se encontraba el rey Atahualpa. En una entrevista Pizarro le exigió a Atahualpa que aceptara la soberanía española y la religión cristiana, a lo que Atahualpa se negó. Inmediatamente, el rey fue hecho prisionero, y cerca de dos mil de los hombres que lo acompañaban fueron asesinados. De un golpe, los españoles habían tomado el centro de poder del imperio. Atahualpa ofreció llenar una habitación con oro y plata hasta la altura de su cabeza como rescate, pero aun cuando cumplió su promesa, éste fueejecutado por los españoles, después de aceptar recibir el bautismo en la religión católica.
A pesar de este comienzo exitoso, los españoles tuvieron que luchar por muchos años para dominar totalmente el imperio incaico. En varias ocasiones la nobleza incaica logró organizar sublevaciones que fueron apaciguadas por los conquistadores o sus descendientes. Este largo período de resistencia acabó definitivamente cuarenta años más tarde con la captura y muerte de Túpac Amaru, último heredero del reino, en 1572. Otro factor importante que prolongó la inestabilidad política de la región fueron las luchas violentas entre los propios conquistadores, quienes se disputaban el poder y las riquezas adquiridas.
Desde el momento en que la exploración y conquista se convierte en un proceso de colonización, los intereses de los conquistadores y sus descendientes entraron en conflicto con los intereses de la corona. Para ejercer su autoridad en tierras tan distantes, la corona usó diversas estrategias para debilitar el poder local de los conquistadores. Por ejemplo, la Casa de Contratación fue creada en 1503 en Sevilla para centralizar y sancionar todo el comercio con América, y el Consejo de Indias fue creado en 1524 para ejercer autoridad administrativa sobre los nuevos territorios. En varias ocasiones Fernando I, Carlos V y Felipe II promulgaron leyes para proteger los derechos de los indígenas de los abusos de sus amos españoles. La corona mantuvo también una representación muy fuerte en los territorios americanos mediante virreyes, corregidores y gobernadores nombrados directamente por ella.
La utopía y el debate moral
La exploración y colonización españolas del Nuevo Mundo no solamente trastornaron las ideas geográficas europeas, sino que crearon un nuevo papel imperial para la España de comienzos del siglo XVI. Durante esta época de pleno renacimiento europeo, el descubrimiento de nuevas tierras parecía ofrecer el escenario para la realización de las grandes aspiraciones humanas del momento. Algunos esperaban encontrar en el Nuevo Mundo lo que no era posible en el Viejo: riquezas ilimitadas a la disposición del hombre más decidido y emprendedor, pero también la posibilidad de ensayar nuevas configuraciones sociales fuera de los rígidos estamentos sociales de Europa. No es casualidad que la Utopía (1516) de Tomás Moro sea descrita por su autor como una isla en las Américas, ni que surja muy pronto el arquetipo del buen salvaje americano—un ser que vivía en armonía con la naturaleza y con su sociedad—o que se emprenda la búsqueda de seres mitológicos como las sirenas, las amazonas o El Dorado en el Nuevo Mundo.
Estos ideales chocaron violentamente con la realidad brutal de la aniquilación de los indígenas americanos por los abusos a los que eran sometidos y las nuevas enfermedades ante las cuales no tenían defensas. El primer grito en defensa de los indígenas lo había dado en 1511 en La Española el fraile dominico Antonio de Montesinos, quien en un sermón para los días de la Navidad había preguntado a sus feligreses “¿Con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel servidumbre a aquestos indios? ¿Estos no son hombres? ¿No tienen almas racionales?” El debate implícito en las acusaciones de Montesinos tuvo su punto culminante en una disputa formal que sostuvieron en 1550 en Valladolid Fray Bartolomé de las Casas, el gran defensor de los indígenas, y el filósofo Juan Ginés de Sepúlveda. Las Casasargumentaba que los indígenas eran hombres que poseían alma y derechos garantizados por la ley natural y por su calidad de vasallos de la corona. Por su parte, Sepúlveda alegaba que eran “homúnculos”, esclavos naturales incapaces de distinguir entre el bien y el mal que necesitaban tutela adulta. El derecho internacional moderno tiene sus orígenes en las discusiones que surgieron a causa de la extensión de la hegemonía española a los nuevos súbditos y territorios. El teólogo español Francisco de Vitoria fue una figura muy destacada en estos asuntos.
Ayuda léxica
aniquilar: reducir a la nada; destruir o arruinar enteramente
apogeo: punto culminante de un proceso
ayllu (voz aimara): cada uno de los grupos en que se divide una comunidad indígena, cuyos miembros son generalmente de un mismo linaje
bohío (voz de las Antillas): cabaña de América, hecha de madera y ramas, cañas o pajas y sin más respiradero que la puerta
declive: decadencia
derogar: abolir, anular una norma establecida como ley o costumbre
estrago: 1) daño hecho en guerra, como matanza de gente, destrucción de la campaña, del país o del ejército; 2) ruina, daño, asolamiento
feligrés, sa (del latín vulgar hispánico fili eclesiae, hijo de la Iglesia): persona que pertenece a una determinada parroquia
rescate: dinero que se entrega a cambio de la liberación de una persona cautiva; ranzón
tutela: supervisión
zarpar (del catalán xarpar): 1) desprender el ancla del fondeadero; 2) salir un barco o un conjunto de ellos del lugar en que estaban fondeados o atracados
Cronología
250-900 Época clásica de la civilización maya (Guatemala y Yucatán)
Siglo X Apogeo del imperio maya en la península de Yucatán
1325 Fundación de la ciudad de Tenochtitlán
1438 Principio de la expansión imperial de los incas
1444 Portugal establece una base en Cabo Verde de África
1492 Colón zarpa del puerto de Palos en busca de las Indias, el 12 de octubre encuentra las islas antillanas
1492-1504 Viajes de Colón: 1492 (primer viaje); 1493 (segundo viaje); 1498 (tercer viaje); 1502 (cuarto y último viaje).
1494 El Papa Alejandro IV proclama el Tratado de Tordesillas, que divide el Nuevo Mundo entre España y Portugal
1503 Casa de Contratación creada para supervisar el comercio americano
1506 Muerte de Cristóbal Colón
1512 Leyes de Burgos, que crean repartimientos de indios para reemplazar el sistema de encomiendas
1513 Ponce de León explora la Florida
1513 Vasco Núñez de Balboa descubre el océano Pacífico
1516 Publicación de la Utopía de Tomás Moro
1519-1521 Conquista de México por Hernán Cortés y muerte de Moctezuma (1520)
1524 Creación del Consejo de Indias para la administración de los territorios americanos
1531-1533 Conquista del Perú por Francisco Pizarro; Atahualpa (1500-1532) es ejecutado en Cuzco
1542 Bartolomé de las Casas (1474-1566) escribe la Brevísima relación de la destrucción de las Indias; promulgación de las Nuevas Leyes de Indias
1550 Debate público en Valladolid entre Fray Bartolomé de las Casas y el filósofo Juan Ginés de Sepúlveda sobre la cuestión indígena
1572 Ejecución de Túpac Amaru, último heredero del imperio incaico.
FEBRERO 21-2015
MITO, ESTRUCTURA DEL MITO, CLASES DE MITOS...
Siglo X Apogeo del imperio maya en la península de Yucatán
1325 Fundación de la ciudad de Tenochtitlán
1438 Principio de la expansión imperial de los incas
1444 Portugal establece una base en Cabo Verde de África
1492 Colón zarpa del puerto de Palos en busca de las Indias, el 12 de octubre encuentra las islas antillanas
1492-1504 Viajes de Colón: 1492 (primer viaje); 1493 (segundo viaje); 1498 (tercer viaje); 1502 (cuarto y último viaje).
1494 El Papa Alejandro IV proclama el Tratado de Tordesillas, que divide el Nuevo Mundo entre España y Portugal
1503 Casa de Contratación creada para supervisar el comercio americano
1506 Muerte de Cristóbal Colón
1512 Leyes de Burgos, que crean repartimientos de indios para reemplazar el sistema de encomiendas
1513 Ponce de León explora la Florida
1513 Vasco Núñez de Balboa descubre el océano Pacífico
1516 Publicación de la Utopía de Tomás Moro
1519-1521 Conquista de México por Hernán Cortés y muerte de Moctezuma (1520)
1524 Creación del Consejo de Indias para la administración de los territorios americanos
1531-1533 Conquista del Perú por Francisco Pizarro; Atahualpa (1500-1532) es ejecutado en Cuzco
1542 Bartolomé de las Casas (1474-1566) escribe la Brevísima relación de la destrucción de las Indias; promulgación de las Nuevas Leyes de Indias
1550 Debate público en Valladolid entre Fray Bartolomé de las Casas y el filósofo Juan Ginés de Sepúlveda sobre la cuestión indígena
1572 Ejecución de Túpac Amaru, último heredero del imperio incaico.
FEBRERO 21-2015
MITO, ESTRUCTURA DEL MITO, CLASES DE MITOS...
Mito
Un mito (del griego μῦθος, mythos, «relato», «cuento») es un relato tradicional que se refiere a acontecimientos prodigiosos, protagonizados por seres sobrenaturales o extraordinarios, tales como dioses, semidioses, héroes,monstruos o personajes fantásticos.
Descripción general
Los mitos forman parte del sistema de creencias de una cultura o de una comunidad, la cual los considera historias verdaderas. Al conjunto de los mitos de una cultura se le denomina mitología. Cuanto mayor número de mitos y mayor complejidad tiene una mitología, mayor es el desarrollo de las creencias de una comunidad. La mitología sustenta la cosmovisión de un pueblo.
Desde que en la Antigüedad grecolatina las explicaciones filosóficas y científicas entraron en competencia con las míticas, la palabra mito se cargó en ciertos contextos de un valor peyorativo, llegando a utilizarse de forma laxa como sinónimo de patraña, creencia extendida pero falsa, por ejemplo, la sociedad sin clases es un mito comunista, o la mano invisible del mercado es un mito liberal. También es común el uso un tanto laxo de mito y mítico (o leyenda y legendario) para referirse a personajes históricos o contemporáneos (o incluso a productos comerciales) cargados de prestigio y glamour: Charlot es un mito del cine mudo; los Beatles son un grupo mítico.
Como los demás géneros narrativos tradicionales, el mito es un texto de origen oral, cuyos detalles varían en el curso de su transmisión, dando lugar a diferentes versiones. En las sociedades que conocen la escritura, el mito ha sido objeto de reelaboración literaria, ampliando así su arco de versiones y variantes. Por ello, los mitos no han desaparecido en la época actual, solo se muestran y transmiten a través de diferentes medios.
Características
Según Mircea Eliade, el mito es una historia sagrada que narra un acontecimiento sucedido durante un tiempo primigenio, en el que el mundo no tenía aún su forma actual. Los acontecimientos de la naturaleza que se repiten periódicamente se explican como consecuencia de los sucesos narrados en el mito (por ejemplo, en la mitología griega el ciclo de las estaciones se explica a partir del rapto de Perséfone). Sin embargo, no todos los mitos se refieren a un tiempo "primero", también pueden abordar sucesos acontecidos después del origen, pero que destacan por su importancia y por los cambios que trajeron.
Según la visión de Claude Lévi-Strauss, antropólogo estructuralista, todo mito tiene tres características:
- Trata de una pregunta existencial, referente a la creación de la Tierra, la muerte, el nacimiento y similares.
- Está constituido por contrarios irreconciliables: creación contra destrucción, vida frente a muerte, dioses contra hombres o bien contra mal.
- Proporciona la reconciliación de esos polos a fin de conjurar nuestra angustia.
Por su parte, el antropólogo Bronislaw Malinowski afirmaba que no hay aspecto importante de la vida que sea ajeno al mito. Por ello, existen mitos religiosos (como el nacimiento de los dioses), políticos (como la fundación de Roma) o sobre temas particulares (por qué el maíz se convirtió en el principal alimento de un pueblo, como sucedió con los pueblos prehispánicos de México). Para Malinowski los mitos son narraciones fundamentales, en tanto que responden a las preguntas básicas de la existencia humana: razón para existir, razón de lo que lo rodea, entre otras. Malinowski también aclaró que el mito pertenece al orden de las creencias y que si bien es una explicación, no es una explicación racional, sino cultural.
Función del mito
Las funciones de los mitos son múltiples. No obstante, en general, se puede aceptar tres funciones esenciales: explicativa, de significado y pragmática. La función explicativa se refiere a que los mitos explican, justifican o desarrollan el origen, razón de ser y causa de algún aspecto de la vida social o individual, por ejemplo, el mito griego que narra cómo se originó el mundo del "Caos" o el Génesis que comenta el nacimiento de la mujer de la costilla de un hombre. La función pragmática del mito implica que los mitos son la base de ciertas estructuras sociales y acciones, así, un mito puede marcar una línea genealógica y determinar quiénes pueden gobernar o no. Gracias a esta función, los mitos especifican y justifican por qué una situación es de una manera determinada y no de otra. La función de significado se refiere a que los mitos no son sólo historias que brindan explicaciones o justificaciones políticas, también otorgan un consuelo, objetivo de vida o calma a los individuos, así sucede con mitos que hablan de la muerte, el sufrimiento o la victoria, por lo tanto, los mitos no son historias alejadas de la persona, sino que funcionan como un asidero existencial, un motivo, de acuerdo al psicoanalista estadounidense, Rollo May. Las tres funciones se suelen combinar de manera constante.
Tipos de mitos
Se distinguen varias clases de mitos:
- Mitos cosmogónicos: intentan explicar la creación del mundo. Son los más universalmente extendidos y de los que existe mayor cantidad. A menudo, se sitúa el origen de la tierra en un océano primigenio. A veces, una raza de gigantes, como los titanes, desempeña una función determinante en esta creación; en este caso, tales gigantes, que suelen ser semidioses, constituyen la primera población de la tierra.
- Mitos teogónicos: relatan el origen de los dioses. Por ejemplo, Atenea surge armada de la cabeza de Zeus.
- Mitos antropogénicos: narran la aparición del ser humano, quien puede ser creado a partir de cualquier materia, viva (una planta, un animal) o inerte (polvo, lodo, arcilla, etc.). Los dioses le enseñan a vivir sobre la tierra. Normalmente están vinculados a los mitos cosmogónicos.
- Mitos etiológicos: explican el origen de los seres, las cosas, las técnicas y las instituciones.
- Mitos morales: explican la existencia del bien y del mal.
- Mitos fundacionales: cuentan cómo se fundaron las ciudades por voluntad de dioses. Un ejemplo es el de la fundación de Roma por dos gemelos, Rómulo y Remo, que fueron amamantados por una loba.
- Mitos escatológicos: anuncian el futuro, el fin del mundo. Siguen teniendo amplia audiencia. Estos mitos comprenden dos clases principales, según el elemento que provoque la destrucción del mundo: el agua o el fuego. A menudo están vinculados a la astrología. La inminencia del fin se anuncia por una mayor frecuencia de eclipses, terremotos, y toda clase de catástrofes naturales que aterrorizan a los humanos. El clásico ejemplo es el 'Apocalipsis', considerado como tal porBertrand Russell.1
Lectura literal, alegórica y simbólica
Si bien los mitos parecen haber sido planteados originalmente como historias literalmente ciertas, la dialéctica entre la explicación mítica del mundo y la filosófica y científica ha favorecido el desarrollo de lecturas no literales de los mitos, según las cuales éstos no deberían ser objeto de creencia, sino de interpretación.
Así, la lectura alegórica de los mitos, nacida en Grecia en la época helenística, propone interpretar a los dioses como personificaciones de elementos naturales. Este empeño encuentra su continuación en teorías posteriores, como la difundida en el siglo XIX por Max Müller, según la cual los mitos tienen su origen en historias mal comprendidas sobre el sol, que ha sido objeto de personificación, convirtiéndose en un personaje antropomorfo (el héroe o dios solar).
La lectura simbólica considera que el mito contiene un contenido veraz, pero no sobre aquello que aparentemente trata, sino sobre los contenidos mentales de sus creadores y usuarios. Así, el mito sobre cómo un dios instituyó la semana al crear el mundo en siete días contiene información veraz sobre cómo dividía el tiempo la sociedad que lo creó y qué divisiones hacía entre lo inanimado y lo animado, los distintos tipos de animales y el hombre, etc. Los mitos contienen también pautas útiles de comportamiento: modelos a seguir o evitar, historias conocidas por todos con las que poner en relación las experiencias individuales.
Los estudios modernos sobre el mito se sitúan en tres posiciones fundamentales:
- la funcionalista, desarrollada por el antropólogo Malinowski, examina para qué se utilizan los mitos en la vida cotidiana (refuerzo de conductas, argumento de autoridad, etc.);
- la estructuralista, iniciada por Lévi-Strauss, examina la construcción de los mitos localizando los elementos contrarios o complementarios que aparecen en él y la manera en que aparecen relacionados;
- la simbolista, que tiene referentes clásicos en Jung, Bachelard y Gilbert Durand, considera que el elemento fundamental del mito es el símbolo, un elemento tangible pero cargado de una resonancia o significación que remite a contenidosarquetípicos de la psique humana. (Un ejemplo de arquetipo es el Niño Anciano, figura contradictoria que se manifiesta como un personaje longevo de apariencia o conducta infantil —como Merlín— o un bebé o niño capaz de hablar y dotado de enormes conocimientos, propios de un anciano —el niño Jesús dando clase a los doctores—.)
LA ESTRUCTURA DE LOS MITOS
La importancia del mito vivo
Desde hace más de medio siglo, los estudiosos occidentales han situado el estudio del mito en una perspectiva que contrastaba sensiblemente con la de, pongamos por caso, el siglo XIX. En vez de tratar, como sus predecesores, el mito en la acepción usual del término, es decir, en cuanto «fábula», «invención», «ficción», le han aceptado tal como le comprendían las sociedades arcaicas, en las que el mito designa, por el contrario, una «historia verdadera», y lo que es más, una historia de inapreciable valor, porque es sagrada, ejemplar y significativa. Pero este nuevo valor semántico acordado al vocablo «mito» hace su empleo en el lenguaje corriente harto equívoco. En efecto, esta palabra se utiliza hoy tanto en el sentido de «ficción» o de «ilusión» como en el sentido, familiar especialmente a los etnólogos, a los sociólogos y a los historiadores de las religiones, de «tradición sagrada, revelación primordial, modelo ejemplar».
Se insistirá más adelante sobre la historia de las diferentes significaciones que el término «mito» ha adoptado en el mundo antiguo y cristiano (cf. capítulos VIII-IX). Es de todos conocido que a partir de Jenófanes (hacia 565-470) —que fue el primero en criticar y rechazar las expresiones «mitológicas» de la divinidad utilizadas por Homero y Hesiodo— los griegos fueron vaciando progresivamente al mythos de todo valor religioso o metafísico. Opuesto tanto a logos como más tarde a historia, mythosterminó por significar todo «lo que no puede existir en la realidad». Por su parte, el judeocristianismo relegaba al dominio de la «mentira» y de la «ilusión» todo aquello que no estaba justificado o declarado válido por uno de los dos Testamentos.
No es en este sentido (por lo demás el más usual en el lenguaje corriente) en el que nosotros entendemos el «mito». Precisando más, no es el estadio mental o el momento histórico en que el mito ha pasado a ser una «ficción» el que nos interesa. Nuestra investigación se dirigirá, en primer lugar, hacia las sociedades en las que el mito tiene —o ha tenida hasta estos últimos tiempos— «vida», en el sentido de proporcionar modelos a la conducta humana y conferir por eso mismo significación y valor a la existencia. Comprender la estructura y la función de los mitos en las sociedades tradicionales en cuestión no estriba sólo en dilucidar una etapa en la historia del pensamiento humano, sino también en comprender mejor una categoría de nuestros contemporáneos.
Para limitarnos a un ejemplo, el de los «cargo cults» de Oceanía, sería difícil interpretar toda una serie de actuaciones insólitas sin recurrir a su justificación mítica. Estos cultos profeticos y milenarios proclaman la inminencia de una era fabulosa de abundancia y de beatitud. Los indígenas serán de nuevo los señores de sus islas y no trabajarán más, pues los muertos volverán en magníficos navíos cargados de mercancías, semejantes a los cargos gigantescos que los Blancos acogen en sus puertos. Por eso la mayoría de esos «cargo cults» exige, por una parte, la destrucción de los animales domésticos y de los enseres, y por otra, la construcción de vastos almacenes donde se depositarán las provisiones traídas por los muertos. Tal movimiento profetiza la arribada de Cristo en un barco de mercancías; otro espera la llegada de «América». Una nueva era paradisíaca dará comienzo y los miembros del culto alcanzarán la inmortalidad. Ciertos cultos implican asimismo actos orgiásticos, pues las prohibiciones y las costumbres sancionadas por la tradición perderán su razón de ser y darán paso a la libertad absoluta. Ahora bien: todos estos actos y creencias se explican por el mito del aniquilamiento del Mundo seguido de una nueva Creación y de la instauración de la Edad de Oro, mito que nos ocupará más adelante.
Hechos similares se produjeron en 1960 en el Congo con ocasión de la independencia del país. En ciertos pueblos, los indígenas quitaron los techos de las chozas para dejar paso libre a las monedas de oro que harán llover los antepasados. En otros, en medio del abandono general, tan sólo se cuidaron de los caminos que conducían al cementerio, para permitir a los antepasados el acceso al pueblo. Los mismos excesos orgiásticos tenían un sentido, ya que, según el mito, el día de la Nueva Era todas las mujeres pertenecerán a todos los hombres.
Con mucha probabilidad, hechos de este género serán cada vez más raros. Se puede suponer que el «comportamiento mítico» desaparecerá con la independencia política de las antiguas colonias. Pero lo que sucederá en un porvenir más o menos lejano no nos puede ayudar a comprender lo que acaba de pasar. Lo que nos importa, ante todo, es captar el sentido de estas conductas extrañas, comprender su causa y la justificación de estos excesos. Pues comprenderlos equivale a reconocerlos en tanto que hechos humanos, hechos de cultura, creación del espíritu —y no irrupción patológica de instintos, bestialidad o infantilismo—. No hay otra alternativa: o esforzarse en negar, minimizar u olvidar, tales excesos, considerándolos como casos aislados de «salvajismo», que desaparecerán completamente cuando las tribus se civilicen, o bien molestarse en comprender los antecedentes míticos que explican los excesos de este género, los justifican y les confieren un valor religioso. Esta última actitud es, a nuestro parecer, la única que merece adoptarse. Únicamente en una perspectiva histórico-religiosa tales conductas son susceptibles de revelarse como hechos de cultura y pierden su carácter aberrante o monstruoso de juego infantil o de acto puramente instintivo.
El interés de las mitologías primitivas
Todas las grandes religiones mediterráneas y asiáticas cuentan con mitologías. Pero es preferible no hilvanar el estudio del mito partiendo, por ejemplo, de la mitología griega, o egipcia, o india. La mayoría de los mitos griegos fueron contados, y, por tanto, modificados, articulados, sistematizados por Hesiodo y Homero, por los rapsodas y mitógrafos. Las tradiciones mitológicas del Próximo Oriente y de la India han sido cuidadosamente reinterpretadas y elaboradas por los respectivos teólogos y ritualistas. No quiere decir esto: 1.°, que estas Grandes Mitologías hayan perdido su «sustancia mítica» y no sean sino «literaturas», o 2.°, que las tradiciones mitológicas de las sociedades arcaicas no hayan sido elaboradas por sacerdotes y bardos. Al igual que las Grandes Mitologías, que han acabado por transmitirse por textos escritos, las mitologías «primitivas», que los primeros viajeros, misioneros y etnógrafos han conocido en su estadio oral, tienen su «historia»; dicho de otro modo: se han transformado y enriquecido a lo largo de los años, bajo la influencia de otras culturas superiores, o gracias al genio creador de ciertos individuos excepcionalmente dotados.
Sin embargo, es preferible comenzar por el estudio del mito en las sociedades arcaicas y tradicionales, sin perjuicio de abordar más tarde las mitologías de los pueblos que han desempeñado un papel importante en la historia. Y esto porque, a pesar de sus modificaciones en el transcurso del tiempo, los mitos de los «primitivos» reflejan aún un estado primordial. Se trata, a lo más, de sociedades en las que los mitos están aún vivos y fundamentan y justifican todo el comportamiento y la actividad del hombre. El papel y la función de los mitos son susceptibles (o lo han sido hasta estos últimos tiempos) de ser observados y descritos minuciosamente por los etnólogos. A propósito de cada mito, así como de cada ritual, de las sociedades arcaicas, ha sido posible interrogar a los indígenas y enterarse, al menos en parte, de las significaciones que les atribuyen. Evidentemente, estos «documentos vivos» registrados en el curso de encuestas hechas sobre el terreno no resuelven en modo alguno todas nuestras dificultades. Pero tienen la ventaja, considerable, de ayudarnos a plantear correctamente el problema, es decir, a situar el mito en su contexto socio-religioso original.
Ensayo de una definición del mito
Sería difícil encontrar una definición de mito que fuera aceptada por todos los eruditos y que al mismo tiempo fuera accesible a los no especialistas. Por lo demás, ¿acaso es posible encontrar una definición única capaz de abarcar todos los tipos y funciones de los mitos en todas las sociedades, arcaicas y tradicionales? El mito es una realidad cultural extremadamente compleja, que puede abordarse e interpretarse en perspectivas múltiples y complementarias.
Personalmente, la definición que me parece menos imperfecta, por ser la más amplia, es la siguiente: el mito cuenta una historia sagrada; relata un acontecimiento que ha tenido lugar en el tiempo primordial, el tiempo fabuloso de los «comienzos». Dicho de otro modo: el mito cuenta cómo, gracias a las hazañas de los Seres Sobrenaturales, una realidad ha venido a la existencia, sea ésta la realidad total, el Cosmos, o solamente un fragmento: una isla, una especie vegetal, un comportamiento humano, una institución. Es, pues, siempre el relato de una «creación»: se narra cómo algo ha sido producido, ha comenzado a ser. El mito no habla de lo que ha sucedido realmente, de lo que se ha manifestado plenamente.
Los personajes de los mitos son Seres Sobrenaturales. Se les conoce sobre todo por lo que han hecho en el tiempo prestigioso de los «comienzos». Los mitos revelan, pues, la actividad creadora y desvelan la sacralidad (o simplemente la «sobre-naturalidad») de sus obras. En suma, los mitos describen las diversas, y a veces dramáticas, irrupciones de lo sagrado (o de lo «sobrenatural») en el Mundo. Es esta irrupción de lo sagrado la que fundamenta realmente el Mundo y la que le hace tal como es hoy día. Más aún: el hombre es lo que es hoy, un ser mortal, sexuado y cultural, a consecuencia de las intervenciones de los seres sobrenaturales.
Se tendrá ocasión más adelante de completar y de matizar estas indicaciones preliminares, pero de momento importa subrayar un hecho que nos parece esencial: el mito se considera como una historia sagrada y, por tanto, una «historia verdadera», puesto que se refiere siempre a realidades. El mito cosmogónico es «verdadero», porque la existencia del Mundo está ahí para probarlo; el mito del origen de la muerte es igualmente «verdadero», puesto que la mortalidad del hombre lo prueba, y así sucesivamente.
Por el mismo hecho de relatar el mito las gestas de los seres sobrenaturales y la manifestación de sus poderes sagrados, se convierte en el modelo ejemplar de todas las actividades humanas significativas. Cuando el misionero y etnólogo C Strehlow preguntaba a los australianos Arunta por qué celebraban ciertas ceremonias, le respondían invariablemente: «Porque los antepasados lo han prescrito así»(1) . Los Kai de Nueva Guinea se negaban a modificar su manera de vivir y de trabajar, y daban como explicación: «Así lo hicieron los Nemu (los Antepasados míticos) y nosotros lo hacemos de igual manera» (2) . Interrogado sobre la razón de tal o cual detalle de cierta ceremonia, el cantor Navaho contestaba: «Porque el Pueblo santo lo hizo de esta manera la primera vez» (3) .
Encontramos exactamente la misma justificación en la plegaria que acompaña un ritual tibetano primitivo: «Como ha sido transmitido desde el principio de la creación de la tierra, así nosotros debemos sacrificar (...). Como nuestros antepasados hicieron en los tiempos antiguos, así hacemos hoy» (4) . Tal es también la justificación invocada por los teólogos y ritualistas hindúes: «Debemos hacer lo que los dioses han hecho en un principio» (Satapatha Brâhmana, VII, 2, 1, 4). «Así hicieron los dioses; así hacen los hombres» (Taittiriya Brâhmana, 1, 5, 9, 4) (5) .
Como hemos señalado en otro lugar (6) , incluso los modos de conducta y las actividades profanas del hombre encuentran sus modelos en las gestas de los Seres Sobrenaturales. Entre los Navaho, «las mujeres han de sentarse con las piernas debajo de sí y de lado; los hombres, con las piernas cruzadas delante de ellos, porque se dijo que en un principio la Mujer cambiante y el Matador de monstruos se sentaron en estas posturas» (7) . Según las tradiciones míticas de una tribu australiana, los Karadjeri, todas sus costumbres, todos sus comportamientos se fundaron en el «tiempo del Ensueño» por dos Seres Sobrenaturales, Bagadjimbiri (por ejemplo, la manera de cocer tal o cual grano o de cazar tal animal con ayuda de un palo, la posición especial que debe adoptarse para orinar, etc.) (8) .
Sería inútil multiplicar ejemplos. Como lo hemos demostrado en El mito del eterno retorno, y como se verá aún mejor por lo que sigue, la función principal del mito es revelar los modelos ejemplares de todos los ritos y actividades humanas significativas: tanto la alimentación o el matrimonio como el trabajo, la educación, el arte o la sabiduría. Esta concepción no carece de importancia para la comprensión del hombre de las sociedades arcaicas y tradicionales, y de ellas nos ocuparemos más adelante.
Historia verdadera/Historia falsa
Debemos añadir que en las sociedades en que el mito está aún vivo, los indígenas distinguen cuidadosamente los mitos —«historias verdaderas»— de las fábulas o cuentos, que llaman «historias falsas».
Los Pawnee «hacen una distinción entre las ‘historias verdaderas’ y las ‘historias falsas’, y colocan entre las historias ‘verdaderas’, en primer lugar, todas aquellas que tratan de los orígenes del mundo; sus protagonistas son seres divinos, sobrenaturales, celestes o astrales. A continuación vienen los cuentos que narran las aventuras maravillosas del héroe nacional, un joven de humilde cuna que llegó a ser el salvador de su pueblo, al liberarle de monstruos, al librarle del hambre o de otras calamidades, o al llevar a cabo otras hazañas nobles y beneficiosas.
Vienen, por último, las historias que se relacionan con los medicine-men, y explican cómo tal o cual mago adquirió sus poderes sobrehumanos o cómo nació tal o cual asociación de chamanes. Las historias ‘falsas’ son aquellas que cuentan las aventuras y hazañas en modo alguno edificantes del coyote, el lobo de la pradera. En una palabra: en las historias ‘verdaderas’ nos hallamos frente a frente de lo sagrado o de lo sobrenatural; en las ‘falsas’, por el contrario, con un contenido profano, pues el coyote es sumamente popular en esta mitología como en otras mitologías norteamericanas, donde aparece con los rasgos del astuto, del pícaro, del prestidigitador y del perfecto bribón (9) .
Igualmente, los Cherokees distinguen entre mitos sagrados (cosmogonía, creación de astros, origen de la muerte) e historias profanas que explican, por ejemplo, ciertas curiosidades anatómicas o fisiológicas de los animales. Reaparece la misma distinción en África; los Herero estiman que las historias que narran los principios de los diferentes grupos de la tribu son verdaderas, porque se refieren a hechos que han tenido lugar realmente, mientras que los cuentos más o menos cómicos no tienen ninguna base. En cuanto a los indígenas de Togo, consideran sus mitos de origen «absolutamente reales» (10) .
Por esta razón no se pueden contar indiferentemente los mitos. En muchas tribus no se recitan delante de las mujeres o de los niños, es decir, de los no iniciados. Generalmente, los viejos instructores comunican los mitos a los neófitos durante su período de aislamiento en la espesura, y esto forma parte de su iniciación. R. Piddington hace notar a propósito de los Karadjeri: «Los mitos sagrados que no pueden ser conocidos de las mujeres se refieren principalmente a la cosmogonía y, sobre todo, a la institución de las ceremonias de iniciación» (11) .
Mientras que las «historias falsas» pueden contarse en cualquier momento y en cualquier sitio, los mitos no deben recitarse más que durante un lapso de tiempo sagrado (generalmente durante el otoño o el invierno, y únicamente de noche) (12).
Esta costumbre se conserva incluso en pueblos que han sobrepasado el estadio arcaico de cultura. Entre los turco-mongoles y los tibetanos, la recitación de cantos épicos del ciclo Gesor no puede tener lugar más que de noche y en invierno. «La recitación se asimila a un poderoso encanto. Ayuda a obtener ventajas de toda índole, especialmente éxito en la caza y en la guerra (...). Antes de recitar se prepara un área espolvoreada con harina de cebada tostada. El auditorio se sienta alrededor. El bardo recita la epopeya durante varios días. En otro tiempo, se dice, se veían entonces las huellas de los cascos del caballo de César sobre esta área. La recitación provocaba, pues, la presencia real del héroe» (13) .
Lo que revelan los mitos
La distinción hecha por los indígenas entre «historias verdaderas» e «historias falsas» es significativa. Las dos categorías de narraciones presentan «historias», es decir, relatan una serie de acontecimientos que tuvieron lugar en un pasado lejano y fabuloso. A pesar de que los personajes de los mitos son en general Dioses y Seres Sobrenaturales, y los de los cuentos héroes o animales maravillosos, todos estos personajes tienen en común esto: no pertenecen al mundo cotidiano. Y, sin embargo, los indígenas se dieron cuenta de que se trataba de «historias» radicalmente diferentes. Pues todo lo que se relata en los mitos les concierne directamente, mientras que los cuentos y las fábulas se refieren a acontecimientos que, incluso cuando han aportado cambios en el Mundo (cf. las particularidades anatómicas o fisiológicas de ciertos animales), no han modificado la condición humana en cuanto tal (14) .
En efecto, los mitos relatan no sólo el origen del Mundo, de los animales, de las plantas y del hombre, sino también todos los acontecimientos primordiales a consecuencia de los cuales el hombre ha llegado a ser lo que es hoy, es decir, un ser mortal, sexuado, organizado en sociedad, obligado a trabajar para vivir, y que trabaja según ciertas reglas. Si el Mundo existe, si el hombre existe, es porque los Seres Sobrenaturales han desplegado una actividad creadora en los «comienzos».
Pero otros acontecimientos han tenido lugar después de la cosmogonía y la antropogonía, y el hombre, tal como es hoy, es el resultado directo de estos acontecimientos míticos, está constituido por estos acontecimientos. Es mortal, porque algo ha pasado in illo tempore. Si eso no hubiera sucedido, el hombre no sería mortal: habría podido existir indefinidamente como las piedras, o habría podido cambiar periódicamente de piel como las serpientes y, por ende, hubiera sido capaz de renovar su vida, es decir, de recomenzarla indefinidamente. Pero el mito del origen de la muerte cuenta lo que sucedió in illo tempore, y al relatar este incidente explica por qué el hombre es mortal.
Del mismo modo, determinada tribu vive de la pesca, y esto porque en los tiempos míticos un Ser Sobrenatural enseñó a sus antepasados cómo capturar y cocer los pescados. El mito cuenta la historia de la primera pesca efectuada por el Ser Sobrenatural, y al hacer esto revela a la vez un acto sobrehumano, enseña a los humanos cómo efectuarlo a su vez y, finalmente, explica por qué esta tribu debe alimentarse de esta manera.
Se podrían multiplicar fácilmente los ejemplos. Pero los que preceden muestran ya por qué el mito es, para el hombre arcaico, un asunto de la mayor importancia, mientras que los cuentos y las fábulas no lo son. El mito le enseña las «historias» primordiales que le han constituido esencialmente, y todo lo que tiene relación con su existencia y con su propio modo de existir en el Cosmos le concierne directamente.
Inmediatamente se verán las consecuencias que esta concepción singular ha tenido para la conducta del hombre arcaico. Hagamos notar que, así como el hombre moderno se estima constituido por la Historia, el hombre de las sociedades arcaicas se declara como el resultado de cierto número de acontecimientos míticos. Ni uno ni otro se consideran «dados», «hechos» de una vez para siempre, como, por ejemplo, se hace un utensilio, de una manera definitiva. Un moderno podría razonar de la manera siguiente: soy tal como soy hoy día porque un cierto número de acontecimientos me han sucedido, pero estos acontecimientos no han sido posibles más que porque la agricultura fue descubierta hace ocho o nueve mil años y porque las civilizaciones urbanas se desarrollaron en el Oriente Próximo antiguo, porque Alejandro Magno conquistó Asia y Augusto fundó el Imperio romano, porque Galileo y Newton revolucionaron la concepción del Universo, abriendo el camino para los descubrimientos científicos y preparando el florecimiento de la civilización industrial, porque tuvo lugar la Revolución francesa y porque las ideas de libertad, democracia y justicia social trastocaron el mundo occidental después de las guerras napoleónicas, y así sucesivamente.
De igual modo, un «primitivo» podría decirse: soy tal como soy hoy porque una serie de acontecimientos tuvieron lugar antes de mí. Tan sólo debería añadir, acto seguido: esos acontecimientos sucedieron en los tiempos míticos, y, por consiguiente, constituyen una historia sagrada, porque los personajes del drama no son humanos, sino Seres Sobrenaturales. Y aún más: mientras que un hombre moderno, a pesar de considerarse el resultado del curso de la Historia universal, no se siente obligado a conocerla en su totalidad, el hombre de las sociedades arcaicas no sólo está obligado a rememorar la historia mítica de su tribu, sino que reactualiza periódicamente una gran parte de ella. Es aquí donde se nota la diferencia más importante entre el hombre de las sociedades arcaicas y el hombre moderno: la irreversibilidad de los acontecimientos, que, para este último, es la nota característica de la Historia, no constituye una evidencia para el primero.
Constantinopla fue conquistada por los turcos en 1453 y la Bastilla cayó el 14 de julio de 1789. Estos acontecimientos son irreversibles. Sin duda, al haberse convertido el 14 de julio en la fiesta nacional de la República francesa, se conmemora anualmente la toma de la Bastilla, pero no se reactualiza el acontecimiento histórico propiamente dicho (15) . Para el hombre de las sociedades arcaicas, por el contrario, lo que pasó ab origine es susceptible de repetirse por la fuerza de los ritos. Lo esencial para él es, pues, conocer los mitos. No sólo porque los mitos le ofrecen una explicación del Mundo y de su propio modo de existir en el mundo, sino, sobre todo, porque al rememorarlos, al reactualizarlos, es capaz de repetir lo que los Dioses, los Héroes o los Antepasados hicieron ab origine.
Conocer los mitos es aprender el secreto del origen de las cosas. En otros términos: se aprende no sólo cómo las cosas han llegado a la existencia, sino también dónde encontrarlas y cómo hacerlas reaparecer cuando desaparecen.
Lo que quiere decir conocer los mitos
Los mitos totémicos australianos consisten la mayoría de las veces en la narración bastante monótona de las peregrinaciones de los antepasados míticos o de los animales totémicos. Se cuenta cómo, en el «tiempo del sueño» (alcheringa) —es decir, en el tiempo mítico— estos Seres Sobrenaturales hicieron su aparición sobre la Tierra y emprendieron largos viajes, parándose a veces para modificar el paisaje o producir ciertos animales y plantas, y finalmente desaparecieron bajo tierra. Pero el conocimiento de estos mitos es esencial para la vida de los australianos. Los mitos les enseñan cómo repetir los gestos creadores de los Seres Sobrenaturales y, por consiguiente, cómo asegurar la multiplicación de tal animal o de tal planta.
Estos mitos se comunican a los neófitos durante su iniciación. O, más bien, se «celebran», es decir, se les reactualiza. «Cuando los jóvenes pasan por las diversas ceremonias de iniciación, se celebran ante ellos una serie de ceremonias que, a pesar de representarse exactamente como las del culto propiamente dicho —salvo ciertas particularidades características—, no tienen, sin embargo, por meta la multiplicación y crecimiento del tótem de que se trate, sino que van encaminadas a mostrar la manera de celebrar estos cultos a quienes se va a elevar, o que acaban de ser elevados, al rango de hombres» (16).
Se ve, pues, que la «historia» narrada por el mito constituye un «conocimiento» de orden esotérico no sólo porque es secreta y se transmite en el curso de una iniciación, sino también porque este «conocimiento» va acompañado de un poder mágico-religioso.
En efecto, conocer el origen de un objeto, de un animal, de una planta, etc., equivale a adquirir sobre ellos un poder mágico, gracias al cual se logra dominarlos, multiplicarlos o reproducirlos a voluntad. Erland Nordenskiöld ha referido algunos ejemplos particularmente sugestivos de los indios Cuna. Según sus creencias, el cazador afortunado es el que conoce el origen de la caza. Y si se llega a domesticar a ciertos animales, es porque los magos conocen el secreto de su creación. Igualmente se es capaz de tener en la mano un hierro al rojo o de coger serpientes venenosas a condición de conocer el origen del fuego y de las serpientes. Nordenskiöld cuenta que «en un pueblo Cuna, Tientiki, hay un muchacho de catorce años que entra impunemente en el fuego tan sólo porque conoce el encanto de la creación del fuego. Pérez vio frecuentemente a personas coger un hierro al rojo y a otras domesticar serpientes» (17).
Se trata de una creencia muy extendida y que no es propia de un cierto tipo de cultura. En Timor, por ejemplo, cuando un arrozal no medra, alguien que conoce las tradiciones míticas relativas al arroz se traslada al campo. «Allí pasa la noche en la cabaña de la plantación recitando las leyendas que explican cómo se llegó a poseer el arroz (mito de origen)... Los que hacen esto no son sacerdotes» (18). Al recitar el mito de origen, se obliga al arroz a mostrarse hermoso, vigoroso y tupido, como era cuando apareció por primera vez. No se le recuerda cómo ha sido creado, a fin de «instruirle», de enseñarle cómo debe comportarse. Se le fuerza mágicamente a retornar al origen, es decir, a reiterar su creación ejemplar.
El Kalevala cuenta cómo el viejo Väinämöinen se hirió gravemente cuando estaba ocupado en construir una barca. Entonces «se puso a urdir encantamientos a la manera de todos los curanderos mágicos. Cantó el nacimiento de la causa de su herida, pero no pudo acordarse de las palabras que narraban el comienzo del hierro, las palabras que podían precisamente curar la brecha abierta por la hoja de acero azul». Al fin, después de haber buscado la ayuda de otros magos, Väinämöinen exclamó: «¡Me acuerdo ahora del origen del hierro! Y comenzó el siguiente relato: el Aire es la primera de las madres. El Agua es la mayor de los hermanos, el Fuego es el segundo y el Hierro es el más joven de los tres. Ukko, el gran Creador, separó la Tierra del Agua e hizo aparecer el suelo en las regiones marinas, pero el hierro no había nacido aún. Entonces se frotó las palmas de las manos sobre su rodilla izquierda. Así nacieron las tres hadas que habían de ser las madres del hierro» (19). Notemos que en este ejemplo el mito del origen del hierro forma parte del mito cosmogónico y en cierto modo lo prolonga. Tenemos aquí una nota específica de los mitos de origen sumamente importante y cuyo estudio se hará en el capítulo siguiente.
La idea de que un remedio no actúa más que si se conoce su origen está muy extendida. Citemos nuevamente a Erland Nordenskiöld: «Cada canto mágico debe estar precedido de un encantamiento que habla del origen del remedio empleado, de otro modo no será eficaz (...). Para que el remedio o el canto de remedio haga efecto hay que conocer el origen de la planta, la manera cómo fue alumbrada por la primera mujer» (20). En los cantos rituales na-khi publicados por J. F. Rock se dice expresamente: «Si no se cuenta el origen del medicamento, no debe utilizarse» (21). O también: «A menos que se relate su origen, no se debe hablar de él» (22).
Veremos en el capítulo siguiente que, como en el mito de Väinämöinen citado anteriormente, el origen de los remedios está íntimamente ligado a la narración del origen del mundo. Precisemos aquí, no obstante, que se trata de una concepción general que puede formularse de esta suerte: No se puede cumplir un ritual si no se conoce el «origen», es decir, el mito que cuenta cómo ha sido efectuado la primera vez. Durante el servicio funerario, el chamán na-khi, dto-mba, canta:
«Vamos ahora a acompañar al muerto y a conocer de nuevo la pena.
Vamos a danzar de nuevo y a derribar a los demonios.
No se debe hablar.
Si se ignora el origen de la danza,
No se puede danzar» (23).
Vamos a danzar de nuevo y a derribar a los demonios.
No se debe hablar.
Si se ignora el origen de la danza,
No se puede danzar» (23).
Esto recuerda extraordinariamente las declaraciones de los Uitoto a Preuss: «Son las palabras (los mitos) de nuestro padre, sus propias palabras. Gracias a estas palabras danzamos; no habría danza si no nos las hubiera dado» (24).
En la mayoría de los casos, no basta conocer el mito de origen, hay que recitarlo; se proclama de alguna manera su conocimiento, se muestra. Pero esto no es todo; al recitar o al celebrar el mito del origen, se deja uno impregnar de la atmósfera sagrada en la que se desarrollaron esos acontecimientos milagrosos. El tiempo mítico de los orígenes es un tiempo «fuerte», porque ha sido transfigurado por la presencia activa, creadora, de los Seres Sobrenaturales. Al recitar los mitos se reintegra este tiempo fabuloso y, por consiguiente, se hace uno de alguna manera «contemporáneo» de los acontecimientos evocados, se comparte la presencia de los Dioses o de los Héroes. En una fórmula sumaria, se podría decir que, al «vivir» los mitos, se sale del tiempo profano, cronológico, y se desemboca en un tiempo cualitativamente diferente, un tiempo «sagrado», a la vez primordial e indefinidamente recuperable. Esta función del mito, sobre la cual hemos insistido en Le Mythe de lÉternel Retour (especialmente en las páginas 35 ss), se destacará mejor aún en el curso de los análisis que seguirán.
Estructura y función de los mitos
Estas observaciones preliminares bastan para precisar ciertas notas características del mito. De una manera general se puede decir que el mito, tal como es vivido por las sociedades arcaicas, 1.°, constituye la historia de los actos de los Seres Sobrenaturales; 2.°, que esta Historia se considera absolutamente verdadera (porque se refiere a realidades) y sagrada (porque es obra de los Seres Sobrenaturales); 3.°, que el mito se refiere siempre a una «creación», cuenta Cómo algo ha llegado a la existencia o cómo un comportamiento, una institución, una manera de trabajar, se han fundado; es ésta la razón de que los mitos constituyan los paradigmas de todo acto humano significativo; 4.°, que al conocer el mito, se conoce el «origen» de las cosas y, por consiguiente, se llega a dominarlas y manipularlas a voluntad; no se trata de un conocimiento «exterior», «abstracto», sino de un conocimiento que se «vive» ritualmente, ya al narrar ceremonialmente el mito, ya al efectuar el ritual para el que sirve de justificación; 5.°, que, de una manera o de otra, se «vive» el mito, en el sentido de que se está dominado por la potencia sagrada, que exalta los acontecimientos que se rememoran y se reactualizan.
«Vivir» los mitos implica, pues, una experiencia verdaderamente «religiosa», puesto que se distingue de la experiencia ordinaria, de la vida cotidiana. La «religiosidad» de esta experiencia se debe al hecho de que se reactualizan acontecimientos fabulosos, exaltantes, significativos; se asiste de nuevo a las obras creadoras de los Seres Sobrenaturales; se deja de existir en el mundo de todos los días y se penetra en un mundo transfigurado, auroral, impregnado de la presencia de los Seres Sobrenaturales. No se trata de una conmemoración de los acontecimientos míticos, sino de su reiteración. Las personas del mito se hacen presentes, uno se hace su contemporáneo. Esto implica también que no se vive ya en el tiempo cronológico, sino en el Tiempo primordial, el Tiempo en el que el acontecimiento tuvo lugar por primera vez. Por esta razón se puede hablar de «tiempo fuerte» del mito: es el Tiempo prodigioso, «sagrado», en el que algo nuevo, fuerte y significativo se manifestó plenamente. Revivir aquel tiempo, reintegrarlo lo más a menudo posible, asistir de nuevo al espectáculo de las obras divinas, reencontrar los seres sobrenaturales y volver a aprender su lección creadora es el deseo que puede leerse como en filigrana en todas las reiteraciones rituales de los mitos. En suma, los mitos revelan que el mundo, el hombre y la vida tienen un origen y una historia sobrenatural, y que esta historia es significativa, preciosa y ejemplar.
No podría concluirse de modo mejor que citando los pasajes clásicos en los que Bronislav Malinowski trató de desentrañar la naturaleza y función del mito en las sociedades primitivas: «Enfocado en lo que tiene de vivo, el mito no es una explicación destinada a satisfacer una curiosidad científica, sino un relato que hace revivir una realidad original y que responde a una profunda necesidad religiosa, a aspiraciones morales, a coacciones e imperativos de orden social, e incluso a exigencias prácticas. En las civilizaciones primitivas el mito desempeña una función indispensable: expresa, realza y codifica las creencias; salvaguarda los principios morales y los impone; garantiza la eficacia de las ceremonias rituales y ofrece reglas prácticas para el uso del hombre. El mito es, pues, un elemento esencial de la civilización humana; lejos de ser una vana fábula, es, por el contrario, una realidad viviente a la que no se deja de recurrir; no es en modo alguno una teoría abstracta o un desfile de imágenes, sino una verdadera codificación de la religión primitiva y de la sabiduría práctica (...). Todos estos relatos son para los indígenas la expresión de una realidad original, mayor y más llena de sentido que la actual, y que determina la vida inmediata, las actividades y los destinos de la humanidad. El conocimiento que el hombre tiene de esta realidad le revela el sentido de los ritos y de los preceptos de orden moral, al mismo tiempo que el modo de cumplirlos» (25)
Diferencia entre Mitos y Leyendas |
Diferenciando mitos de leyendas
Las palabras mito y leyenda suelen evocarse en forma conjunta, porque la asociación de significados entre ambas es prácticamente espontánea.
Sin embargo, es posible establecer una diferenciación entre ambas: Por una parte la leyenda suele ser un relato maravilloso que algunas veces tiene origen en algún evento histórico, pero que suele estar enriquecido por numerosos elementos fantásticos. Es una producción literaria de creación colectiva sobre la existen diferentes versiones. Muchas de ellas han llegado a nuestros días incluso como auténticas piezas literarias. Una leyenda está generalmente relacionada con una persona,una comunidad, un monumento, un lugar,un acontecimiento, cuyo origen pretende explicar (leyendas etiológicas)
Leyenda es una narración oral o escrita, con una mayor o menor proporción de elementos imaginativos y que generalmente quiere hacerse pasar por verdadera o fundada en la verdad, o ligada en todo caso a un elemento de la realidad. Se transmite habitualmente de generación en generación, casi siempre de forma oral, y con frecuencia son transformadas con supresiones, añadidos o modificaciones.
Por otra parte el mito describe más claramente una historia que guarda una estrecha relación con aspectos religiosos. Posee componentes alegóricos evidentes que refieren a una fuerza de tipo creadora o mágica que forma parte vital de la tradición que los genera. Los mitos, tienen así, una influencia importante dentro de las costumbres de una sociedad.
El mito (del griego mythos, 'cuento') es la narración de hechos sobrenaturales protagonizado por personajes sobrenaturales (dioses, semidioses, monstruos) o extraordinarios (héroes). En las comunidades antiguas los mitos eran considerados como una realidad vivida por diversos personajes sobrenaturales.
De acuerdo a Mircea Eliade, el mito supone una construcción compleja,que refiere por lo general a una historia sagrada que narra un acontecimiento sucedido durante un tiempo primordial (la edad de oro o el tiempo en el que todo comenzó). Pero a su vez, el mito representa una historia simbólica cuya alegoría refiere a acontecimientos de la naturaleza que se repiten periodicamente. De esta periodicidad da cuenta la particular estructura cíclica del relato mítico.
Según la visión de Lévi-Strauss, uno de los estudiosos más influyentes del mito, a todo mito lo caracterizan tres atributos:
* trata de una pregunta existencial, referente a la creación de la Tierra, la muerte, el nacimiento y similares.
* está constituido por contrarios irreconciliables: creación contra destrucción, vida frente a muerte, dioses contra hombres.
* proporciona la reconciliación de esos polos a fin de conjurar nuestra angustia.
- CARPETA ACTIVIDAD DE LECTURA, "LEER PARA VIVIR" DESARROLLAR ACTIVIDADES Y ENTREGARLA TODOS LOS MIÉRCOLES. (RECUERDA MANTENER EL DICCIONARIO, HOJAS DE BLOC, EL DOCUMENTO DE ANÁLISIS QUE TE CORRESPONDIÓ.
Historia precolombina de Colombia
La Época precolombina en Colombia se refiere al período histórico de la Historia de Colombia anterior a la colonización española. El término "precolombina" se refiere a los pueblos que habitaban América antes de la llegada de Cristóbal Colón en1492, pero aplicado exclusivamente a las antiguas colonias españolas en el continente, lo que hoy conocemos comoHispanoamérica.
Primeros pobladores (20000 a. C.)
En los abrigos rocosos del El Abra, al oriente de Zipaquirá, en la Sabana de Bogotá se encontraron instrumentos líticos de hace más de 12 mil años en 1967, datados el 10460 a. C. ± 160. Este hallazgo en el centro del país significa que las migracionespaleoindias llegaron a Suramérica con años de anterioridad a estas fechas. Recientes fechas de radiocarbono del sitio de Valle de Pubenza, indican que esos primeros pobladores llegaron a. del 20000 a. C.
En la Sabana de Bogotá se encontraron en el abrigo de Tequendama herramientas de piedra elaboradas con esmero, como raspadores, cuchillos laminares y puntas de proyectil, que datan de un milenio más tarde. Fueron elaborados por grupos de cazadores especializados, de quienes apenas se han encontrado cinco falanges. De entre el 7500 a. C.y 6500 a. C. provienen menos objetos de piedra pero aparecen jabalinas y otros objetos de madera, así como múltiples instrumentos de hueso de animal y además huesos humanos calcinados. Se encuentran esqueletos completos del 5000 a. C., de un tipo físico diferente al de los Muiscas que llegaron posteriormente a la región.
Se han encontrado yacimientos arqueológicos de la etapa arcaica en diferentes lugares de Colombia. En San Jacinto se hallaron muestras de cerámica que datan de 3000 a.C.; en Monsú se descubrieron asentamientos adaptados a la vida costera caracterizados por ser recolectores de moluscos con una antigüedad de 3350 a.C. y 1300 a.C.; en la Región Amazónica se halló un yacimiento en el que se evidencia la agricultura hacia el año 2700 a.C. En la Costa Caribe se han encontrado pruebas de aldeas ya organizadas socioculturalmente del formativo inferior hacia la culminación del segundo milenio a.C. En Malambo, cerca de la costa del mar Caribe, se encontraron registros de cerámica antropomorfa, zoomorfa y de cultivos que datan de 1120 a.C.1
Culturas agrícolas (5000 a. C. - 1200)
Los primeros vestigios conocidos de cultura hortícola sobre el territorio colombiano, son ubicados en la zona de influencia de los Montes de María, que surcan los departamentos de Bolívar y Sucre, además de una escición de estos montes hacia el departamento del Atlántico donde también hubo pequeños asentamientos relacionados con tribus que se formaron sobre todo en el área denominada Puerto Hormiga, donde se han realizado excavaciones, y se han encontrado vasijas y alfarería, a la que se les han practicado pruebas que ubican a esta cultura entre los 5000 y 4000 a. C. Estas comunidades, se fueron dispersando, y parece que trasladaron sus concocimientos en pesca y alfarería a la Cultura Zenú, a la cual se integraron al migrar al norte.
Para sorpresa de muchos en Arararcuara, en plena Amazonía se encontraron restos de asentamientos y prácticas hortícolas, así como cerámica provenientes del año 2700 a. C.
El sitio Zipacón, indica que los desarrollos agrícolas en la Sabana se remontan más allá del año 1320 a. C.; con coexistencia de la cacería y recolección, junto con prácticas agrícolas y alfarería.
La cultura San Agustín
La cultura San Agustín, a pesar de ser mencionada repetidamente en libros de historia, es técnicamente desconocida, pues el pueblo agustiniano desapareció alrededor de 1250 y para 1300 la selva envolvía ya las ciudades agustinianas. La falta de recursos para investigar ha producido una avalancha de interpretaciones acerca de los orígenes, el desarrollo y la caída de la Cultura San Agustín, hasta el punto que algunos expertos afirmaron que algunos pueblos mesoamericanos, específicamente las culturas de Teotihuacán y la Oaxaca (Monte Albán, Mitla, etc.) llegaron por agua o vía Centroamérica y se asentaron en esta zona. Esa teoría ha sido ampliamente refutada.
Como la teoría "mexicana" hay muchas, por ello es bastante inútil adentrarnos en cada una de ellas; pues todas, sino la mayoría nos dejan en un callejón sin salida gracias a la falta de indicios causado por la misteriosa extinción de la Cultura Agustiniana. Por eso, lo importante de San Agustín es conocer basándonos a lo que tenemos: los restos arqueológicos ubicados en el Huila, exactamente en el Parque Nal. Arq. San Agustín. Dentro de este, hay básicamente tres sitios de importancia: Fuente-Templo de Lavapatas, Bosque de las Estatuas y el Museo Arqueológico, que nos permiten conocer lo que los Agustinianos quisieron que viéramos, pues hay otros sitios con esculturas monolíticas; pero estos se encuentran en pésimo estado, y son técnicamente irrecuperables gracias a la lenta pero efectiva acción de la maleza.
La Fuente de Lavapatas, es una magnífica demostración de las habilidades escultóricas y la creatividad de la Cultura Agustiniana, pues la Fuente, está ubicada sobre una quebrada natural, y ellos tomaron las piedras que estaban sobre la quebrada y fueron esculpiendo sobre ellas, creando una intrincada red de canales y caídas artificiales de agua, rodeadas de figuras zoomorfas, antropomorfas o mezclas de ambas. Algunas teorías afirman que los Agustinianos contaban con primitivos conocimientos físicos, ya que las curvas de estos pequeños canales, y los círculos para las pozas de esta Fuente, son de tal perfección que tuvieron que ser hechos con la ayuda del agua y sus renombradas propiedades que facilitan el erosionamiento controlado de la piedra, y otros materiales. En investigaciones posteriores a la expedición del Arqueólogo alemán Konrad Preuss, se ha afirmado, que las figuras presentes en la Fuente de Lavapatas pertenecen a las deidades Agustinianas del Agua, la fertilidad, la prosperidad o ambas y que por ello, además de las características arquitectónicas y la dedicación en su construcción, la Fuente de Lavapatas funcionó como templo. Por ello más tarde se le ha ido aceptado como Fuente-Templo de Lavapatas.
El bosque de las Estatuas, ubicado en el Parque Nacional Arqueológico de San Agustín, es una amplia explanada llena de las mejores expresiones monolíticas y dolménicas fruto del Ingenio Agustiniano. En esta explanada se admira tanto la sencillez de ciertas estatuas, como la preocupación por la ornamentación y el detalle de otras, figuras zoomorfas, amplios tocados, figuras de piedras con alusión al "Alter ego", lo que nos plantea nuevas preguntas, ¿Los agustinianos eran simples escultores o avanzaron en otras ciencias?, ¿La Profundidad de ciertas esculturas es sinónimo de nociones Filosóficas en la Cultura Agustiniana?, ¿Si es tan gloriosa, por qué desapareció San Agustín?... Eso es San Agustín, una pregunta detrás de otra hasta encontrarnos con estas misteriosas estatuas, los testigos inmarcesibles de los desconocidos orígenes, la gloria y la súbita desaparición de la Cultura Agustiniana.
La cultura Tierradentro
Esta también tuvo importantes contribuciones a la estatuaria y la alfarería, pero esta entró más profundo en lo relacionado con el asunto de la vida y la muerte, pues los vestigios más tangibles de ella son los hipogeos, que estos dejaron en el Alto Cauca, exactamente en el corregimiento de San Andrés de Psimbalá, Mpio. de Inzá. estos dos, y casi el 80% de la zona de la influencia de la Cultura Tierradentro, son controladas por un resguardo a nombre de los Indios Paeces, aparentes descendientes de los habitantes de Tierradentro. En estos resguardos, los indígenas cuentan con su propio gobierno e instituciones, se habla una lengua autóctona que puede descender de la hablada por los Tierradentro.
Tierradentro fue el nombre que los españoles le dieron a esta zona por lo tupida de la selva, los constantes y profundos precipicios, la impenetrable neblina e interminables cadenas de lomas; paisaje común a la zona del Macizo Colombiano. Los Tierradentro, construían varias clases de tumbas, las hay sencillas, un simple huevo con un pasadizo hasta las más complejas, que avanzan hasta ocho metros bajo tierra con amplios salones ovalados o circulares en torno a una columba central. Estos están profusamente decorados con figuras zoomorfas y geométricas. Tierradentro, al igual que San Agustín, desapareció, pero investigaciones indican que los Paeces y Guambianos, habitantes indígenas de la zona, son los supervivientes al mestizaje, la colonización y todos los procesos históricos de Colombia hasta hoy.
Las Culturas Doradas (1200-1510)
El Periodo Preclásico, como es conocido el lapso de tiempo en Colombia comprendido entre 1200 y 1510, donde se formaron las Culturas más complejas a las cuales los indígenas colombianos llegaron antes de la intervención cultural española. Intrincadas jerarquías, eficiente estructura político-administrativa, monumentales ciudades, incontables obras de arte, tradiciones orales e inmateriales que nos revelan el nivel de desarrollo de estas verdaderas civilizaciones.
Los Tayronas
Los Tayronas habitaron la zona más septentrional de Colombia, exactamente en la Sierra nevada de Santa Marta. Ellos alcanzaron un nivel de desarrollo envidiable por otras culturas colombianas, e inclusive de otras foráneas. Sus conocimientos de arquitectura, agricultura e hidráulica nos dan la imagen de una nación bien estructurada, avanzada, y que en comparación con algunas naciones europeas, con muchos adelantos con respecto a ellas. El ocaso de la Nación Tayrona, comenzó a la llegada de Rodrigo de Bastidas, en 1528, a la zona donde ellos habitaban, y para 1550, se podría afirmar que ya habían sido exterminados en más de un 80%, el otro 20% se dividió en aquellos que se refugiaron en las zonas más altas de la Montaña, y los que sucumbieron en el proceso de mestizaje. Aquellos que se quedaron en las partes altas de la Sierra, hoy aún sobreviven, como legado de la Cultura Tayrona, son los Kogui, los Ika y los Sanká.
Dentro del territorio Tayrona, todos los pueblos y ciudades estaba comunicado por una red de caminos de piedra, que recorría desde las faldas más habitadas hasta los parajes más indómitos de la Sierra Nevada. Analizando el diseño de las viviendas que ellos dejaron, de forma circular; construidas generalmente sobre terrazas de piedra; sin ventanas, pero techadas de palma de montaña, haciéndolas frescas; sin decoración alguna, solamente pintadas con cal y agua sobre los muros de barro y piedras pequeñas, los muros también eran de paja en las ciudades más cercanas al agua. Los Tayronas planificaban el crecimiento de sus ciudades, construyendo terrazas que primero servían para la tala organizada de árboles, luego la agricultura y posteriormente viviendas, y así sucesivamente, además las ciudades contaban con canalizaciones de agua de montaña para llevar organizadamente el recurso vital a las viviendas, estas canalizaciones, las ciudades en sí y las terrazas de cultivo fueron diseñadas de forma tal que evitaba la erosión y cualquier rompimiento con el normal curso de la naturaleza. Los Tayronas fueron realmente una cultura ambientalista. Respecto al tamaño de las viviendas a medida que era más grande, mayor la importancia del morador. Habían también casas especiales, o casas sagradas, donde se reunían todos los hombres y niños a la llegada de los sabios ermitaños; que frecuentemente bajaban de sus viviendas en los páramos, para llegar a las ciudades y transmitir las palabras de los dioses y enseñar a los niños las tradiciones de la nación.
Técnicamente, los Tayronas no contaban con un ejército nacional organizado, pero cada ciudad aportaba sus mejores hombres, para ser entrenados como guerreros, esto estaba a cargo de consejos conformados por representantes de los caciques de cada ciudad. Al terminar su entrenamiento, los hombres se transformaban en Manicatos, los Manicatos eran los guerreros de la nación Tayrona.
La estructura político-administrativa de los Tayrona no es muy clara, pero las investigaciones han concluido que concentraba aspectos federales con otros radicalmente centrales. Cada ciudad grande (unos 1000 habitantes) generalmente contaba con un Cacique, figura más bien administrativa, con pocas atribuciones divinas, a diferencia del resto de culturas de la América Prehispánica, que semi-deificaban a los líderes de las tribus o ciudades. El cacique, dentro de los límites de su ciudad, cumplía funciones ceremoniales, ejecutivas, y judiciales. Los caciques podían tener opiniones divergentes, pero las instituciones inermes e uniformes de la Nación Tayrona eran los sacerdotes; respetados e incluso venerados, ellos, a pesar de carecer de autoridad ejecutiva, influenciaban notablemente en las decisiones de los consejos y regían la vida de los habitantes bajo los preceptos de los dioses.
La lengua de los Tayronas, el Tayrona, pertenecía a la familia lingüística Chibcha, de la cual también eran miembros los Muiscas y las incontables variaciones dialectales de cada conurbanado de la Confederación Muisca. Por eso, entre los muiscas y los tayronas existían ciertos lazos culturales, haciendo las relaciones entre ellos más fluidas que en comparación con otras como la Quimbaya.
En el área de la Orfebrería, los Tayronas gozaban de un papel principal dentro de este oficio. Pues desarrollaron bastante técnicas como la cera perdida, que consistía en hacer moldes de barro rodeando una figura de cera, que se derretía después de calentar el empaque de barro. Luego de sacar la cera derretida, el orfebre vertía el oro líquido en el espacio dejado por la figura de cera, posteriormente esperaba a que se solidificara y rompía el molde resultando la figura deseada. El uso de la tumbaga, una aleación de cobre y oro permitieron ahorrar recursos y derretir más fácil el oro. Los tratamientos para mejorar la calidad del oro, como calentarlo hasta la oxidación del cobre y luego sumergirlo en agua helada para que permaneciera una pátina permanente de oro y evitar que la pieza se cuartee. Finalmente el proceso terminaba con lijar la pieza hasta que llegara a la perfección. Se cree que varias de estas técnicas fueron desarrolladas por los Muiscas y exportadas a la cultura Tayrona. Aunque los Tayronas, también se les considera exportadores de técnicas de orfebrería e hilados. Eso se ve en que la mayoría de las obras muiscas parecen ser toscas y mal terminadas aunque la calidad del oro era superior, y las Tayrona técnicamente perfectas, los Muiscas al aprender la técnica de la cera perdida mejoraron la estética de sus obras, prácticamente abandonaron el método del repujado directo, que además de inexacto le restaba vida útil a la pieza pues esta cogía más riesgo de cuartearse y también restringía las obras a solamente láminas, ya que repujar sobre el oro bruto es casi imposible. A su vez, los Tayronas al aprender métodos como la inmersión de la pieza en agua mejoraron sustancialmente la calidad del material y la belleza misma del ornamento.
La economía Tayrona, era poco dependiente del comercio, es más, es posible afirmar que era autosuficiente, pues los territorios tayronas comprendían todos los pisos térmicos, desde zonas al nivel del mar, donde tenían acceso a la pesca, pasando por áreas templadas hasta llegar a áreas cultivables paramunas, Todas profusamente recorridas por ríos de todos los tamaños. En lo referido a su alimentación, los Tayronas fueron los inventores de los bollos, pues el maíz producido en la Sierra Nevada era demasiado duro para comer, y amasándolos eran más fáciles de cocer. La técnica del bollo fue posteriormente mejorada por la Cultura Zenú, cuyos territorios eran mejores para el cultivo del maíz, hasta que actualmente se considera que los departamentos de Córdoba y Sucre (Zona de infliencia Zenú) son los creadores de esta receta. Además de bollos, los Tayronas eran consumidores de chicha y arepas en grandes cantidades. Para endulzar las bebidas, usaban lamiel, que producían en colmenas hechas por ellos. En el ámbito frutal, sobresale la producción de hortalizas, las guanábanas, piñas, aguacates y guayabas. El consumo de carnes era escasa, usualmente consumían carnte de cabra y roedores en tiempos especiales, pero generalmente comían pescado.
Los Tayronas, desarrollaron sobremanera la habilidad de usar las plumas para decorar tocados y vestidos. Hasta llegar al punto que tenían la tradición anual de pelar las guacamayas y otras aves para el festival del maíz (Solsticio de Verano). En lo referente a sus mitos y tradiciones, los Tayronas contaban con incontables dioses, aunque poco se sabe de ellos, ya que no tenían lengua escrita y los cronistas de la colonia no se adentraron en la sierra para contarnos esto como ocurrió con otras culturas como la Muisca. Pero si nos han llegado de los Kogui y las otras tribus que hoy sobreviven en la Sierra, los mitos cosmogónicos (creación del mundo) de la Cultura Tayrona. Se dice que antes que todo existiera, el Mundo estaba cubierto por tinieblas, y todo estaba oscuro. En aquel tiempo, ya vivía una mujer, llamada la Madre del Universo, que nunca dijo como exactamente surgió, al nacer de ella el primer hombre, por fin llegó la luz, y ese fue el primer día. El recién nacido, llamado Sintana, se volvió un héroe cuando creció, y organizó el primer ejército de Manicatos. Pero el mundo aún no tenía forma, y Sintana vivía solo, entonces la Madre del Universo, que sabía hilar, hizo un gran huso, que clavó en el pico más alto de la Sierra, del jaló y jaló, sacando mucho hilo, que dispuso como un círculo alrededor de la sierra. Mientras hacía el redondel, ella decía "Esta será la tierra de mis hijos". Y así el mundo tomó forma.
Los Tayronas fueron una de las más avanzadas culturas de la América Prehispánica, pues sus niveles de civilización, comparables con otras más investigadas y aparentemente más gloriosas, como la Inca, la Maya y la Azteca.
Los muiscas
Habitantes de la zona central de Colombia, específicamente el Altiplano Cundiboyacense, fueron la cultura que más llegó a evolucionar en lo que se refiere a la administración y la estructura político-administrativa hasta llegar a la conformación oficial de una confederación de cacicazgos, conocida en la actualidad como Confederación Muisca con un sistema uniforme de caminos, lengua, impuestos, religión y leyes. La palabra "muisca" viene del muyskkubun (idioma muisca) muyska, que significa persona o gente.2
Existen otros mitos como el de Bachué, la madre de los muiscas. Un día salío de la laguna de Iguaque una mujer esbelta y bella, acompañada de un niño pequeño. Ella era Bachué, quien se sentó a la orilla de la laguna y esperó hasta que el niño creciera. Cuando alcanzó la edad suficiente, se casó con él y tuvieron muchos hijos; esos hijos son los muiscas. Bachué les enseñó a cazar, cultivar, respetar las leyes y adorar a los dioses. Bachué fue tan buena, que los mismos muiscas se referían a ella también como Furachoque ("mujer buena" en lengua muisca). Cuando ya eran ancianos, Bachué y su esposo decidieron volver a Iguaque y se convirtieron en serpientes. Esas serpientes se sumergieron en el lago. Ese día los muiscas estuvieron muy tristes, pero sabían que Bachué, su madre, era feliz.
De los muiscas nos han llegado muchos mitos, debido a que Bogotá se instituyó como capital del Nuevo Reino de Granada, y muchos cronistas se asentaron allí. Según los muiscas, había muchos dioses, pero los más importantes eran Sua (El Sol), a quien erigieron el templo de Sugamuxi o Suamox (Sogamoso). Chía (La Luna), y su templo en el pueblo que hoy lleva ese mismo nombre, el segundo en orden de importancia. Otros personajes como Bochica, que no eran dioses, eran recordados por todos con respeto y afecto.
La contribución de los Muiscas a la cultura nacional colombiana es quizás la más importante. Se destacan juegos como el tejo (turmequé), que fue inventado por los muiscas, y al que los españoles le agregaron el detalle de la pólvora. Entre los muiscas, se celebraban torneos de lucha, y el ganador era premiado por el cacique con una manta fina de algodón y se convertía en guerrero (güecha).
Quizás la razón por la cual los muiscas han permanecido en la memora es por ser la nación que dio origen a la leyenda de "El Dorado", que se originó porque cada cierto tiempo, en la laguna de Guatavita, a unos 50 km de Bogotá, el zipa de Bacatá se subía a una balza, cubierto de oro en polvo que se adhería con una resina especial. Sin que sus ojos dignaran verle, los súbditos iban tirando ofrendas de oro a la laguna, y el zipa se sumergía en ella mientras los bálsamos dorados se desprendían y teñían el agua de color dorado.
El sistema político-administrativo de los muiscas, es el más avanzado entre las culturas asentadas en Colombia. Este es el de Confederación de Cacicazgos. Dentro de la nación muisca, había dos grandes confederaciones: la del zipa de Bacatá (Bogotá) y la del zaque de Hunza, siendo Funza la capital de la confederación de Bacatá. El funcionamiento de estas confederaciones consistía en que cada poblado miembro de la Confederación, le debía tribto al zipa o zaque, dándole tributos y recursos de su zona; a cambio de protección y mercado para sus productos. Por su parte, el gobierno central, a cargo del Zipa o del Zaque creaba las reglas de convivencia. También era trabajo del Zipa o Zaque la formación de los guerreros ogüechas, que en la cultura muisca estaban organizados en forma de ejército, pues dependían directamente de los grandes señores. Todos los bosques y lagunas eran públicos, la caza estaba organizada y usualmente hombres de todas las posiciones sociales iban a ellos a pescar y cazar libremente. En tiempos de guerra todos los huzaques, o señores menores, se reunían con zipa o el zaque y tomaban las decisiones. Esto también pasaba cuando había hambrunas o sequías. Cuando finalizaba la reunión, los caciques comunicaban su decisión a los Tiuquines, fuertes mensajeros que corrían por todo el altiplano llevando el mensaje de la decisión tomada.
Los muiscas estaban ubicados en el Altiplano Cundiboyacense, desde el río Chicamocha, Hasta el Páramo de Sumapaz, y desde los declives de la cordillera Oriental, en Cundinamarca hasta Santa Rosa y Sogamoso, limitando con los pijaos y lospanches.
Eran los únicos productores de esmeraldas, monopolizaron la minería del cobre, el carbón tanto vegetal como mineral, y contaban con las enormes minas de sal de Nemocón, Zipaquirá y Tausa. Las esmeraldas, la sal y el cobre, necesarios para fabricar joyas, eran canjeadas con los pijaos y los panches, que habitaban el sur; en cambio, estos les daban oro, que tenían en abundancia.
Los bosques eran públicos, al igual que las lagunas, los páramos y las riveras de los ríos, haciendo la producción alimenticia acorde a las necesidades de cada habitante. En Bacatá, Chocontá y Hunza, se establecieron los tres grandes mercados donde la gente se reunía a cambiar sus mercancías. Las fuentes saladas estaban rodeadas de hornos, que podían ser usados por todos para evaporar el agua y obtener sal gema. En los mercados se cambiaban productos de primera necesidad, como el maíz, la sal, miel, frutas y granos, hasta los de lujo, entre los cuales se encontraban las plumas, el oro, el cobre, algodón, coca y caracoles marinos importados desde la tierra de los tayronas.
El calendario de los muiscas era bastante impreciso. Sabían que durante el solsticio de verano el sol duraba más tiempo, y el 21 de junio (Calendario Gregoriano), se iban todos a Suamox o Sugamuxi, donde estaba el Templo de Sua, el Sol a ver la procesión de los más importantes miembros de la corte del zaque Esa era una ocasión muy festiva y especial, donde todos, hombres, mujeres y niños se pintaban con índigo y achiote mientras cantaban y saltaban, embriagados con chicha. Al día siguiente, todos asistían a la ceremonia de entrega de ofrendas, pidiendo por un buen año y mejores cosechas.
La casta sacerdotal era instruida desde la infancia y al crecer, éstos se volvían jeques, o sacerdotes, que dirigían las ceremonias religiosas y enterraban a los muertos. Sólo ellos entraban a los recintos interiores de los templos, y en sus mochilas cargaban coca que mascaban con cal, revuelta en sus poporos para celebrar sus ritos en trance. Cada familia alguna vez tuvo que ofrecer a uno de sus hijos en moxas, jóvenes que eran instruidos por los jeques hasta los 15 años, posteriormente los sacrificaban y le ofrecían su sangre al Sua. Esto era considerado un gran honor, pero con el tiempo esa tradición fue siendo relegada por ofrendas de oro o de loros importados de las tierras cálidas a los que se les enseñaba a hablar antes de ser sacrificados. Para 1300 la tradición de sacrificios humanos pudo haber desaparecido.
El idioma muisca pertenecía a familia lingüística de lenguas chibchas, lo que les permitió mantener fluidas relaciones con los pances, los motilones, los tayronas y los opitas, miembros dialectales de ese mismo grupo lingüístico.
Para 1537, año de la llegada de los españoles al altiplano cundiboyacence, se estima que los muiscas eran un poco más de 1 millón, organizados en 56 tribus, adscritas o al zipazgo o al zacazgo, que casi siempre convivían en paz.
En la actualidad los descendientes directos de los muiscas están organizados en torno al Cabildo Mayor del Pueblo Muisca, en Bogotá, al que están adscritos cabildos como el de Suba y el de Bosa. En 2010 se fundaron dos jardines infantiles para que los niños de los cabildos muiscas aprendan tradiciones como el tejido y la orfebrería, además de la lengua muisca, que se pretende revitalizar.3
- Véase también Confederación muisca
Los Quimbayas
Rodeados por eternos guaduales y yarumos, los Quimbayas son famosos por su habilidad de construcción con la guadua, su exquisita orfebrería y sus valientes guerreros. Estos habitaron la región del actual Eje Cafetero, sobre todo en el actual Depto. del Quindío. Los Quimbayas, son los creadores de quizás la más famosa pieza de oro precolombino del Mundo: el Poporo Quimbaya (Museo del Oro), y una de las más deslumbrantes colecciones de Arte Prehispánico: El Tesoro de los Quimbayas (Museo de América - Madrid).
Los Quimbayas, se calcula que eran casi 100.000, vivían en chozas redondas de guadua y techos de palma. Los fogones eran públicos, y eran compartidos por tres o cuatro familias cada uno y estaban aparte en una choza cercana a las tres casas. Los poblados eran bastante compactos, y era común que cada poblado Quimbaya no superara tres familias diferentes, haciendo el trato dentro de los poblados muy cordial y familiar.
La producción agrícola de los Quimbayas, no era tan eficiente como en otras culturas, pero conocían y practicaban la rotación de cultivos. Ellos cultivaban en una tierra y la dejaban descansar, mientras el año siguiente se tomaba otra, y así sucesivamente. ,otro método era quemar la tierra, talar lo que quedaba en pie para sembrar, lentamente agotando los nutrientes de la tierra. Eran expertos en hacer terrazas en las zonas más pendientes, de esa forma evitaban la erosión. Pero esos métodos de quema eran compensados con la siembra de guaduales, que además de ser fuente de madera, conservaban mucha agua y restablecían los nutrientes de la tierra. Los cultivos más comunes, eran los de maíz ,arracacha, fríjol, fique y yuca].
Los Quimbayas desarrollaron sobremanera la recolección sistematizada de frutas y bayas, especialmente las de guamas, pithayas, guayabas, aguacates y caimitos. Pero el árbol que más usaron, era la guadua. La guadua, es un árbol abundante en la región del actual Eje cafetero, y fue usada por los Quimbayas para elaborar desde juguetes hasta armas y casas. Los Quimbayas aún no construían las colmenas, acostumbrándose a recoger los panales que se formaban en los árboles. De estas colmenas, extraían miel, la cual consumían virgen y también sacaban cera, que usaban para hacer las piezas de oro bajo la técnica de la cera perdida.
La sal fue una de las razones por la cual los Quimbayas no fueron conquistados por pueblos belicosos como los Muzos y los Panzes, las fuentes saladas de Consota, Cori, Coinza y Caramanta fueron monopolizadas por los Quimbayas, que controlaban el comercio del mineral en la zona al occidente de la cord. Central. En estas fuentes saladas, el ingenio Quimbaya dividía las aguas saladas de las dulces y la salada llevada por tubos de guadua a los hornos. donde era evaporada y extraída. Los Quimbayas guardaban toda la sal en depósitos especiales propiedad de cada familia. La sal era usada para pagar tributo al cacique y a tribus vecinas.
Los Quimbayas eran hábiles cazadores. Era usual que padres e hijos fueran a la selva por la noche a cazar y llegar al día siguiente con dantas, zarigüeyas, osos hormigueros y las muy preciadas guartinajas y venados. La carne de estos la salaban para consumirla más tarde. En estas también perseguían guacamayas, a las cuales pelaban, para usar sus plumas como decoración y consumir su carne azul.
El oro Quimbaya no provenía de minas como ocurría con los Tayronas o los Calimas y Pances, ni del comercio, como los Muiscas, sino de los ríos. Los Quimbayas iban a los ríos con frecuencia y con macanas recolectaban oro. Cuando eran demasiado caudalosos, o crecían esperaban las sequías para recoger el oro de la arena, junto con el limo, muy bueno para cultivar. El oro bruto era llevado a casas de orfebrería, donde era molido con grandes piedras, cuando era casi polvo, era mezclado con cobre para hacer tumbaga que era más fácil de fundir. Los Quimbayas obtenías figuras en tumbaga con la técnica de la cera perdida y posteriormente les practicaban el templado: calentarlas y sumergirlas en agua helada, luego martillarlas, para sacar las impurezas y darle resistencia. Los Quimbayas fueron los que mejor practicaban el templado, pues martillaban y repetían el proceso varias veces. Por ello las figuras Quimbayas que vemos en los museos brillan más y no han sufrido tanto el paso del tiempo. Además de la cera perdida, que era más usual en los elementos decorativos y las piezas ceremoniales sacerdotales o civiles, se usaba también el repujado o martilleo delicado de hojas de oro. Esta técnica era más usada en las armas, cascos y pectorales de los guerreros, pues se hacía con láminas que eran más livianas en el combate.
La cultura Quimbaya practicaba la antropofagia ceremonial. Cuando una tribu iba a la guerra el cacique sacrificaba dos de sus esclavos y todos bebían de su sangre y comían de su carne, según creían, esto les daba valor y fuerza para el combate. Esta práctica solo se daba en tiempos de guerra y en ceremonias religiosas.
El entierro de un cacique era un evento importante. Los sacerdotes organizaban una gran ceremonia, pintaban y adornaban el cuerpo del cacique, que era ataviado con adornos de oro y mantas lujosas. El cacique era velado por varias semanas en su residencia, luego era llevado a lo alto de una colina, donde se habían cavado un hueco en el que habían puesto muchas joyas y ropajes, unos esclavos vivos para servirle durante su nueva vida, y mientras llevaban el cuerpo del cacique, sus esposas estaban felices de acompañarlo a la vida eterna. Finalmente lo enterraban.
La estructura administrativa Quimbaya era bastante dispersa, había más de 80 caciques, aunque entre ellos reconocían a cinco como superiores. En lo referente a las relaciones con tribus cercanas, los Quimbayas y sus vecinos, a diferencia de otras culturas, tenían relaciones constantes pues las distancias entre sus poblados era escasa. Las relaciones eran mantenidas de cacique a cacique y siempre se usaban intérpretes. Entre esas tribus se encontraban: los Ansermas, los Irras, los Quindos, los Caramantas, los Pícaras, los Pozos y los Armas.
Los Ansermas, eran muy poderosos, y estuvieron incluso a punto de invadir el territorio Quimbaya. Los Pozos y los Armas eran caníbales y siempre estaban peleando con sus vecinos.
Los Quimbayas no tenían ejércitos organizados, pero en el combate los guerreros Quimbayas, entrenados por los caciques, lideraban milicias conformadas por hombres y mujeres de todas las edades que combatían en igualdad de condiciones: en esos momentos lo importante era conservar a la Nación Quimbaya. En tiempos de paz, los Quimbayas organizaban brigadas de centinelas y espías que cuidaban las fronteras. En caso de invasión avisaban a los caciques, quienes decidían reunir a la gente. Se ha descubierto, que los Quimbayas eran hábiles constructores de trincheras y trampas, cavando zanjas profundas, que llenaban de filosas estacas mojadas en veneno, disimuladas con maleza y paja. Otras técnicas de defensa eran las de esconderse en fortines de guadua en los árboles donde esperaban para emboscar al enemigo con flechas envenenadas. En las batallas, los niños cargaban las banderas de las tribus, las mujeres tiraban piedras, lanzas y agua hirviendo desde las colinas, los hombres y los jóvenes estaban en el frente con flechas y arcos. Al triunfar, todos se reunían en el poblado y celebraban bailando y haciendo combates ficticios entre ellos.
Fueron una de las últimas culturas en desaparecer pues las zonas que habitaban eran casi inaccesibles, rodeados a lado y lado por nevados y con dos tapones de selva al norte y al sur. Aun así los españoles al mando de Jorge Robledo, que había ya conquistado el Norte de Antioquia llegaron a la región que habitaban. Robledo primero los trató bien pero luego comenzó a mandarlos a las encomiendas a trabajar. Los Quimbayas se resintieron y comenzaron una guerra. Fue inútil, Robledo venció y los últimos Quimbayas escaparon al Chocó. Lentamente desaparecieron y nos dejaron maravillosos tesoros, el más famoso, es el "Tesoro de los Quimbayas", encontrado enterrado en Quimbaya, Quindío a finales del siglo XIX, este tesoro está hoy en el Museo de América de Madrid. Aunque la pieza más representativa del arte Quimbaya, el Poporo Quimbaya, reposa en las bóvedas del Museo del Oro de Bogotá, siendo la primera pieza que el Museo tuvo, en el año de 1933.
Los Zenúes
En los actuales departamentos de Sucre y Córdoba, existió un pueblo conocido como los Zenúes. Los Zenúes fueron la única cultura que estableció un gobierno centralizado, pues los tres grandes caciques, El cacique de Panzenú, el de Zenufana y la gran Cacica de Finzenú. La estructura se le puede llamar centralizada, pues los caciques de los tres territorios eran hermanos y los de Panzenú y Zenufana le debían tributo a la Gran Cacica de Finzenú, quien era su hermana mayor. El sistema centralizado, causó la concentración de los Zenúes en grandes ciudades, y no en pequeños poblados independientes. Estas ciudades son: Yapel (Hoy Ayapel, Córdoba), Mexión (Tuchín, Córdoba), Faraquiel (Al Sur de Montería) y la gran capital de Finzenú (Montería, Córdoba).
No hay registro de los mitos de los Zenúes pero se sabe que contaban la historia de hydju θun gran diluvio que inundó todo. Desde ese diluvio los Zenúes aprovechaban el tiempo seco para cavar canales que drenaran el agua, pues además de las frecuentes lluvias, la tierra de los Zenúes era regada por caudalosos ríos: el río Sinú y su cuenca así como el Cauca y sus tributarios. Los Zenúes se dedicaron a construir canales hasta dejar una red intrincada que unía las cuatro ciudades y los pequeños pueblos. Se sabe que los zenues construyeron una red secundaria de caminos que bordeaban las montañas y en las zonas altas de las planicies para mantener conectadas las ciudades y el campo durante las sequías y las inundaciones. Estos grandes canales fueron en su mayoría enterrados por los españoles al colonizar Córdoba a mediados del S. XVII. Aun así, en la zona de la depresión momposina, poco explorada por los españoles, se puede admirar esta magnífica obra de ingeniería.
Las grandes ciudades eran interdependientes: Mexión, que rondaba los 25 000 habitantes, en su mayoría tejían canastos, sombreros, viseras, mochilas, taparrabos, mantas, hamacas y otros utensilios. Las mochilas y taparrabos eran de algodón que recogían, hilaban, tejían y teñían. Yapel, un poco más grande que Mexión, con unos 30 000 habitantes, era la ciudad de la alfarería, allí se fabricaban casi todos los artículos de barro del País Zenú. Finzenú era la capital del país, y aunque Yapel era la capital de Panzenú, y Zenufana tenía también la suya, los caciques de estas, relegaban su posición a la de regiones de la nación Zenú. Finzenú tenía alrededor de 70000 habitantes, y era la ciudad más grande. Además de ser el centro de la vida administrativa y la residencia de la gran Cacica de los Zenúes, era el centro productor del oro Zenú, pues el río Sinú le daba el mineral. Por último, estaba Faraquiel, la ciudad espiritual de los Zenúes, no lejos de Finzenú. Al templo de Faraquiel, todo buen Zenú debía ir, siquiera una vez en la vida. La interdependencia de las ciudades era que entre ellas se exportaban e importaban los productos de cada una, ninguna era autosuficiente, esto garantizó la estabilidad territorial Zenú. Aun así, cada región tenía sus espacios de agricultura que explotaba independientemente.
El Templo de Faraquiel era el centro de la vida religiosa, quedaba en la cima de una colina. Consistía en un gran bohío rodeado de árboles, a los que les colgaban campanillas de oro en las ramas, y dentro del bohío había seis ídolos gigantes de oro puro, de los que colgaban hamacas llenas de ofrendas de oro. En la cultura Zenú no existía la deificación de los caciques ni de los templos ni de los sacerdotes. Hasta la gran cacica de Finzenú concedía audiencias a ciudadanos rasos; todos podían entrar a los templos libremente y dar sus ofrendas, a diferencia de culturas como la Quimbaya y la Muisca. Aunque podían ser vistos, salir en público, y conceder audiencias, los caciques no podían tocar el suelo desnudo, ni ser tocados por nadie.
Los ritos mortuarios Zenúes eran bastante simples pero esto no les restaba belleza. Cuando alguien moría era llevado en una chalupa por los canales hasta Finzenú donde todos los Zenúes eran enterrados. Si era un importante dignatario, la misma cacica de Finzenú presidía en su chalupa. Todos los muertos eran enterrados mirando hacia oriente para que todos los días vieran la salida del sol. Realmente la muerte para los Zenúes no era triste, lo tomaban con un aire festivo, pues pensaban que ahora la vida era más feliz, ya que el espíritu no tenía un cuerpo al que le deba obligaciones y ahora es todo diversión. Los asistentes al rito, beben y comen, mientras pisan la tierra donde la persona va aser enterrada. Al final del entierro, se siembra un árbol sobre el montículo y se disuelve la reunión.
Los Zenúes, con sus falencias como nación, avanzaron notablemente, en materia administrativa y en la producción, además de domar los ríos Zenú y Cauca, su exquisita orfebrería, es única entre las precolombinas, pues ellos dominaron el arte de la filigrana, cosa que ninguna otra logró. Los Zenúes fueron la última Cultura en ser encontrada y conquistada por los españoles, es más, en la actual Córdoba, existen herederos de los Zenúes.
Cultura Calima
La Cultura Calima es la manera como los arqueólogos han denominado al asentamiento humano que pobló la zona de influencia de los ríos Dagua, Calima y San Juan en el Departamento del Valle del Cauca y que habitaron según los estudios entre el Holoceno y el siglo XV.4 De las excavaciones practicadas en el lugar se han encontrado utensilios, cerámicas, orfebrería y tumbas que denotan una gran actividad de un pueblo que se ubica dentro de la familia lingüística Caribe. Los restos arqueológicos que quedan de este pueblo extinto se cuentan entre las piezas más preciadas del arte precolombino.
Cultura Yotoco
La cultura Yotoco es una antigua cultura indígena colombiana que habitó los valles del Calima y Dorado en el actual departamento del Valle del Cauca. Los Yotoco se puden considerar como la evolución de la más antigua cultura Ilama que hábito la misma región geográfica entre los siglos XVI a. C. y I a. C. Se ha encontrado material arqueológico Yotoco en las actuales poblaciones de Bitaco, Tragedias, Dagua, Bolívary Buga. La cultura Yotoco existió desde el siglo I hasta el siglo XII d. C.
La acidez del suelo de la región ha evitado que se hallen restos óseos de los antiguos habitantes Ilamas o Yotocos. Todo conocimiento se debe de obtener de los restos arqueológicos cerámicos, textiles y metalúrgicos.
Las gentes Yotoco vivieron concentrados en poblados o aldeas. Los habitantes de la cordillera habitaron los antiguos asentamientos Ilamas, y vivían de manera similar en casas construidas sobre terrazas artificiales que se establecían sobre colinas.
La sociedad Yotoco empieza a declinar hacia el siglo VI d. C. ante la llegada de nuevas tribus a la región y para el siglo XIII d. C. la cultura Yotoco ya ha sido desplazada por la Cultura Sonso Tempranohacia la zona baja del Valle del río Cauca donde fueron posteriormente asimilados por las culturas tardías de la región.
Cultura Nariño
Habitaron el Macizo Colombiano en su Zona Occidental, un altiplano accidentado, situado a más de 3.000 m s.n.m., próximo a la frontera con el Ecuador, fueron exterminados por la expedición de Sebastián de Belalcázar, su orfebrería era cercana a los patrones artísticos de los Incas.
El altiplano en esta parte de la cordillera se caracteriza por tener suelos muy fértiles, formados a partir de cenizas volcánicas. En la zona se encuentran los volcanes: Chiles, Cumbal, Azufral, Galeras, Doña Juana, Patascoy. El paisaje es ondulado y está constituido por lomas bajas alternadas con hondonadas.
Se han definido dos complejos cerámicos distintos.5 Capulí se encuentra tentativamente datado, a partir del siglo XII d. C., yPiartal-Tuza, fechado entre el siglo VII y XVI d. C.
El Complejo Capulí
Los hallazgos se sitúan en el municipio de Ipiales. Los entierros son muy profundos, de 22 a 40 m de pozo vertical redondo y cámaras laterales, individuales o colectivas. Los cuerpos se disponen en forma extendida sobre esteras tejidas con fibras vegetales.
La cerámica. Los recipientes funerarios difieren notoriamente de las vasijas de cerámicas de uso cotidiano, pues son trabajados finamente y están decorados con pinturas negativas negro/rojo. Predominan los motivos geométricos. Las piezas más comunes son copas de pedestal alto de gran cantidad de formas, existiendo ejemplos de copas dobles y triples. También son comunes las vasijas globulares decorados con figuras de animales en los bordes.
En las tumbas del complejo Capulí se encuantran también achas de puedra pulida, con un acabado muy cuidadoso, sin trazas de uso. Es frecuente encontrar también grandes caracoles marinos provenientes de la costa del Pacífico.
El Complejo Piartal-Tuza
El conocimiento del que se dispone de este complejo es mucho más completo que en el caso del Complejo Capulí. El territorio donde se tiene conocimiento de restos de esta época es muy amplio, y en él se han desarrollado investigaciones formales.
Los vestigiós encontrados permiten establecer dos períodos en su desarrollo: la fase más antigua, llamada Piartal, de una duración de 4 siglos, seguida de la fase Tuza, a partir del siglo XV.
Cultura Tumaco
En el siglo XVIII el monje fray Juan de Santa Gertrudis identificó las primeras piezas de lo que sería llamado la Cultura Tumaco.6 El área de influencia se extiende también, además deldepartamento de Nariño, a las provincias deEsmeraldas y Manabí en Ecuador.
Vecinos de la Cultura Nariño, presenta sin embargo importantes diferencias, se especializaron en alfarería, ricamente decorada. La cultura Tumaco fue definida inicialmente con base en hallazgos de algunos conjuntos cerámicos sacados de su contexto y sin una evidente asociación. En realidad representan un conjunto de diversas culturas en un período de 2500 años. En realidad la costa del Océano Pacífico de Colombia es aún, a comienzos del siglo XXI casi inexplorada.7
La zona cubierta por selvas tropicales y tupidos manglares, baja y anegadiza, se sitúan en el borde de lo que se ha dado en llamar el "tapón de Darien", una de las zonas con mayores precipitaciones en el mundo.las estatuas eran construidas por las mujeres ,y eran contruidas en arcilla moldeada Este espacio complejo ha posibilitado su ocupación en una u otra zona, por diferentes grupos humanos en el período que va desde aproximadamente los 500 a. C.
Las carácterísticas del paisaje, y la aparente unidad de los hallazgos arqueológicos, indujeron a hablar de una Cultura Tumaco, con base en el gran número de figurillas y materiales cerámicos que se fueron obteniendo, ya sea por excavaciones ilícitas o por hallazgos ocasionales. Estas primeras concepciones contrastan con los resultados arrojados por las investigaciones formales adelantadas en la costa del Departamento de Nariño y Valle del Cauca.
Otras culturas y tribus
Los pueblos Calamarí, Carrex, Bahaire, Cospique, Mocaná, que habitaban la zona que hoy ocupa Cartagena de Indias, vivían en el actual centro histórico, en la isla de Tierra Bomba, la Isla de Barú, y la actual zona industrial de Mamonal, respectivamente. Exterminadas después de la batalla de Yurbaco (Turbaco), también llamada de Guazabara, por el conquistador Pedro de Heredia.
Lectura...
Actividades de la carpeta "Leer para vivir".
- Culturas que te correspondió exponer.
- Mitos y leyendas de las culturas.
- Ilustración de los mitos y leyendas.
- Vocabulario.
- Taller de competencias lectoras. Semana del Idioma...
No hay ninguna
lectura peligrosa. El mal no entra nunca por la inteligencia cuando el corazón
está sano.
Consejos para motivar la lectura:
§ Presentar los
libros a los jóvenes. Antes de comenzar la lectura, el adulto puede mostrarles
la portada, leerles el título, el nombre del autor y del ilustrador.
Preguntarles si se imaginan de qué se trata el cuento, si lo leyeron antes,
cómo se imaginan que será.
§ Si el libro tiene
una dedicatoria, mostrarla a los chicos. A muchos les interesan y conmueven
estas dedicatorias. Cuando se les señala estos aspectos, ellos empiezan a utilizarlos
en sus propios escritos.
§ Durante la lectura,
recurrir a gestos y movimientos corporales y utilizar diferentes tonos de voz
que vayan creando un “clima” y transmitiendo los sentimientos de los
personajes. Enfatizar ciertas palabras, dramatizar eventos, representar las
emociones de los personajes con expresiones faciales y movimientos del cuerpo,
reproducir los sonidos de los animales o los ruidos del ambiente, son
estrategias muy efectivas. A los chicos les encanta sentir la acción de lo que
ocurre en la historia. Además, esto permitirá que comprendan las historias, se
introduzcan en el clima y en el mundo de los personajes.
§ Si es necesario,
explicar las palabras que no conocen. Uno de los objetivos de la lectura en voz
alta, es que los chicos comprendan el significado de la historia y la
disfruten. Por ello, si se presentan palabras que los chicos desconocen, se
puede explicar su significado brevemente y continuar con la lectura.
§ Estar atento a las
reacciones de los chicos. Esto permitirá seguir adelante o detenerse en algún pasaje
del libro para dejarlos hacer un comentario, mostrarles ilustraciones, etc.
§ Asegurarse de que
los jóvenes estén interesados en el libro. Si no están escuchando o
respondiendo con entusiasmo a la lectura, es importante no obligarlos a
permanecer sentados escuchando 2 ó 3 cuentos. El adulto puede hacer con ellos
otra actividad, como por ejemplo, representar el relato en papel, relacionar la
historia con algún elemento familiar para los chicos, y retomar la lectura más
tarde.
§ Mostrar las
ilustraciones de los libros y conversar sobre ellas. Girar el libro de modo que
los chicos puedan ver las ilustraciones, conversar acerca de ellas, ayudarlos a
encontrar los nombres para las cosas que ven en las ilustraciones, son
estrategias para que se sientan parte de
la historia, y participen del proceso de lectura.
§ Conversar con los
chicos sobre las historias a medida que leen y al concluirlas. Realizar
preguntas a los niños acerca de la historia, por ejemplo: ¿Qué piensan de tal o
cual personaje?, ¿Qué creen ellos que pasará luego?, ¿Han visitado ustedes un
lugar que se parezca a éste?, ¿Han visto animales como los que aparecen en el
libro? De todos modos, hay que tener en cuenta que conversar es importante,
pero también es necesario mantener el hilo de la historia para que los chicos
puedan entenderla.
§ Permitirles hacer
preguntas. Los jóvenes necesitan oír
para comprender el cuento, pero también deben sentirse en confianza para hacer
preguntas o comentarios sobre la lectura.
§ Relacionar la
historia con las propias experiencias de vida de los chicos. Es importante
estimular a los niños a pensar acerca de cómo pueden conectar la historia con
sus propias experiencias. ¿Los personajes se parecen a alguno de su familia?
¿Alguna vez hicieron lo que hizo el personaje? ¿Conocen un lugar parecido al
escenario donde transcurre la historia?
§ Dramatizarles el
cuento mientras lo lees. Esto les
ayudará a mantener la atención y el interés en la narración, además de muy
divertido para él, lo será para ti.
§ Utilizar en algunas
ocasiones muñecos o títeres para presentar los cuentos o para contarlos. Puede
ser una forma divertida de atraer la atención de los chicos.
§ Terminar las
historias. A los chicos les gusta sentir que algo ha sido iniciado y
finalizado. Es importante que el adulto que lee, se asegure de terminar el
cuento que está compartiendo con ellos, y les dé la oportunidad para conversar
acerca de la historia. Puede proponerle que de al menos 2 finales diferentes al
cuento.
§ Tener buena
predisposición para contar los mismos cuentos una y otra vez. A los chicos más
chicos, les encanta que les cuenten las mismas historias varias veces, por eso
es importante tener paciencia y comprender este deseo.
§ Al terminar de leer
un cuento, conversar con los chicos acerca de lo que leyeron. Esta conversación
deberá parecerse a aquella que mantienen dos amigos acerca de algo que han
experimentado juntos. Es importante evitar que los chicos perciban este momento
como un examen. Éstas son algunas preguntas que pueden orientar su
conversación: ¿Qué me recuerda esta historia?, ¿Qué me pareció el final?, ¿Qué
dudas me quedaron acerca de los personajes?, ¿Cuál fue la parte que más me
divirtió?, ¿Qué fue lo que menos me gustó de la historia?, ¿Qué le cambiaría?
§ Libros propios de
la edad:
Los jóvenes según la edad se
sienten orgullosos por sus logros. A muchos les gusta leer historias o
cuentos sobre personajes como ellos, con experiencias similares.
Por su curiosidad, también les interesan los libros con información
sobre diferentes temas, con datos y explicaciones.
Disfrutan de historias con una trama simple que ellos puedan volver a
contar con sus propias palabras.
También les gustan los libros con patrones de rimas repetitivas y
predecibles, que les permitan participar en la lectura.
Como están interesados en
escuchar y comprender, es
recomendable leerles libros más extensos y también libros con capítulos para
leer en varios encuentros.
LOS DOS QUE SOÑARON
"Cuentan los hombres dignos de fe (pero sólo Alá es omnisciente1
y poderoso y misericordioso y no duerme), que hubo en el Cairo un hombre
todas las riquezas, hombre poseedor de riquezas, pero tan magnánimo y liberal
que todas las perdió menos la casa de su padre, y que se vio forzado a trabajar
para ganarse el pan. Trabajó tanto que el sueño lo rindió una noche debajo de
una higuera de su jardín y vio en el sueño un hombre empapado que se sacó de la
boca una moneda de oro y le dijo: "Tu fortuna está en Persia, en Isfaján;
vete a buscarla."
A la madrugada siguiente se
despertó y emprendió2 el largo viaje y afrontó los peligros de los
desiertos, de las naves, de los piratas, de los idólatras, de los ríos,
de las fieras y de los hombres. Llegó el fin a Isfaján, pero en el recinto3
de esa ciudad lo sorprendió la noche y se tendió a dormir en el patio de una
mezquita. Había, junto a la mezquita, una casa y por el Decreto4 de
Dios Todopoderoso, una pandilla de ladrones atravesó la mezquita y se metió en
la casa, y las personas que dormían se despertaron con el estruendo5
de los ladrones y pidieron socorro. Los vecinos también gritaron, hasta que el
capitán de los serenos6 de aquel distrito7 acudió con sus
hombres y los bandoleros huyeron por la azotea8. El capitán hizo
registrar la mezquita y en ella dieron con el hombre de El Cairo, y le
menudearon9 tales azotes con varas de bambú que estuvo cerca de la
muerte.
A los dos días recobró el sentido en la cárcel. El
capitán lo mandó buscar y le dijo: "¿Quién eres y cuál es tu patria? El
otro declaró: "Soy de la ciudad famosa de El Cairo y mi nombre es Mohamed
El Magrebí." El capitán le preguntó: "¿Qué te trajo a Persia?".
El otro optó por la verdad y le dijo: "Un hombre me ordenó en un sueño que
viniera a Isfaján, porque ahí estaba mi fortuna10. Ya estoy en
Isfaján y veo que esa fortuna que prometió deben ser los azotes que tan
generosamente me diste".
"Ante semejantes11palabras, el
capitán se rió hasta descubrir las muelas del juicio y acabó por decirle:
"Hombre desatinado y crédulo, tres veces he soñado con una
casa en la ciudad de El Cairo en cuyo fondo hay un jardín, y en el jardín un
reloj de sol y después del reloj de sol una higuera y luego de la higuera una
fuente, y bajo la fuente un tesoro. No he dado el menor crédito12 a
esa mentira. Tú, sin embargo, engendro13 de una mula con un demonio,
has ido errando14 de ciudad en ciudad, bajo la sola fe de tu sueño.
Que no te vuelva a ver en Isfaján. Toma estas monedas y vete".
"El hombre las tomó y regresó a la patria.
Debajo de la fuente de su jardín (que era la del sueño del capitán) desenterró
el tesoro.
Así Dios le dio bendición y lo recompensó y
exaltó15. Dios es el Generoso, el Oculto."
(Del
libro de las 1001 Noches, noche 351)
AHORA RESPONDE
·
¿Qué quiere decirse con liberal cuando se califica así
a Mohamed?
- ¿Qué diferencia hay entre magnánimo y generoso?
- ¿Qué aparece en tu mente cuando en el cuanto lees
"en el recinto de la ciudad"?
- ¿Qué son los serenos del cuento? ¿Qué se quiere
decir con la expresión "le menudearon tales azotes"?
- ¿El crédito a que se refiere el capitán es igual
al que dan en algunas tiendas?
- En este cuento se contraponen dos actitudes, la
de Mohamed y la del capitán. ¿Cómo calificarías a cada una de ellas?
- ¿Crees que dentro del cuento Mohamed tiene más
razón para hacer caso del sueño que el capitán del suyo?
- Determina la presentación, el nudo y el
desenlace.
- Después de otra lectura atenta realiza una
cronología de los acontecimientos principales.
- Haz un relato oral del cuento para un compañero.
- Realiza un resumen de la historia.
Opinión
Muchas personas creen en el valor de los sueños,
opinan que suelen ser premonitorios de algo. ¿Cuál es tu opinión al respecto?
Si puedes refuerza tu opinión con alguna experiencia personal o de alguien
cercano a ti.
Vocabulario – Los dos que
soñaron
1
omnisciente
- adj. Que conoce todas las cosas reales y
posibles:
según la religión cristiana, Dios es omnisciente. - lit. [Narrador]
que sabe lo que piensan y hacen los personajes en todo momento.
2
emprender
- tr. Comenzar una obra, negocio, viaje, etc.,
especialmente los que entrañan alguna dificultad o peligro:
emprender una aventura. - emprenderla con o contra alguien o algo
loc. col. Tomarla con una persona o cosa, meterse con ella o maltratarla:
la emprendió a golpes contra todo lo que encontró a mano.
3 recinto
- m. Espacio comprendido dentro de ciertos límites:
recinto amurallado.
4
decretar
- tr. Resolver, decidir la persona que tiene
autoridad o facultades para ello:
el presidente decretó el estado de excepción. - der.
Decidir el juez sobre las peticiones de las partes:
se decretó el sobreseimiento del caso.
decreto
- m. Decisión tomada por la autoridad competente en
materia de su incumbencia, y que se hace pública en las formas prescritas:
decreto de expulsión de los jesuitas. - decreto ley Disposición promulgada por el
poder ejecutivo sin ser sometida al órgano legislativo competente.
- real decreto Decreto aprobado en el consejo
de ministros y sancionado por el rey.
5 estruendo
- m. Ruido grande, estrépito:
estruendo del mar, de una explosión. - Confusión, bullicio:
estruendo de un aeropuerto, de una multitud. - Aparatosidad, ostentación:
anunciaron su compromiso con gran estruendo.
'estruendo' también aparece en estas entradas:
6
sereno
- m. Humedad que hay por la noche en la atmósfera:
el sereno se me ha metido en los huesos. - Encargado de rondar de noche por las calles para
velar por la seguridad del vecindario:
llamaron al sereno para que iluminara el portal. - al sereno loc. adv. En la intemperie de
la noche:
dormir al sereno.
7
distrito
- m. División de un territorio con carácter
administrativo o jurídico:
distrito postal.
8 azotea
- f. Cubierta llana de un edificio:
el antenista subió a la azotea a comprobar el estado de la antena de televisión. - col. Cabeza:
me he dado un golpe en la azotea y me he quedado atontado.
9
menudear
- tr. Hacer algo muchas veces:
menudeó sus atenciones. - intr. Caer o suceder alguna cosa con frecuencia:
aquel otoño menudearon las lluvias.
10
fortuna
- f. Suerte favorable o desfavorable;
destino:
probó fortuna en las quinielas. - Buena suerte:
le sonríe la fortuna. - Hacienda, bienes, riqueza:
posee una gran fortuna en bienes inmuebles. - Aceptación de una cosa:
su propuesta tuvo escasa fortuna.
- por fortuna loc. adv. Afortunadamente, por
suerte:
por fortuna, nadie resultó herido en el accidente.
11
semejante
- adj. Que se parece a una persona o cosa:
los dos muebles son muy semejantes;
son de un tamaño semejante. - De tal clase,de tal forma:
no es lícito valerse de semejantes medios;
no he visto a semejante hombre.
- m. Cualquier hombre respecto a uno, prójimo. Más
en pl.:
debes respetar a tus semejantes.
12
crédito
- m. Préstamo que se pide a una entidad bancaria
debiendo garantizar previamente su devolución:
tendré que solicitar un crédito para pagar ese viaje. - Confianza que tiene una persona de que cumplirá
los compromisos que contraiga:
es una persona de entero crédito. - Reputación, fama:
es un dibujante que goza de gran crédito. - Aceptación de algo como verdadero:
no doy crédito a mis ojos. - a crédito loc. adv. A plazos, sin tener
que pagar al contado:
me he comprado el coche a crédito. - loc. adv. Retrasando el pago de la compra o
servicio:
compro siempre a crédito y pago el total a final de mes.
13
engendro
- m. Criatura deforme o de gran fealdad:
más que un gato parecía un engendro diabólico. - Obra mal concebida o mal hecha:
pretendía hacer un pastel, pero me ha salido un engendro incomible.
14
errar
1. tr. e intr. No acertar, fallar, equivocarse:
el adivino erró sus pronósticos.
el adivino erró sus pronósticos.
2. intr. Andar vagando de una parte a otra sin rumbo ni
destino:
erraba por las calles sin saber dónde iba a pasar la noche.
erraba por las calles sin saber dónde iba a pasar la noche.
- Dejar vagar el pensamiento, la imaginación o la
atención:
erraba entre sus fantasías.
♦ No confundir con herrar. Irreg. Véase conj. modelo.
15
exaltar
1. tr. Elevar a una persona o cosa a una mayor dignidad o
categoría:
exaltar a los héroes.
exaltar a los héroes.
- Realzar, alabar el mérito de alguien:
exaltó su contribución a la ciencia.
- tr. y prnl. Excitar, avivar los sentimientos:
se exaltó en el partido.
ADJETIVOS
misericordia
- f. Inclinación a la compasión hacia los
sufrimientos o errores ajenos:
no cabe misericordia donde hay soberbia. - En la doctrina cristiana,atributo divino por el
que se perdonan y remedian los pecados y sufrimientos de sus criaturas:
la muerte de su hijo le hizo dudar de la misericordia de Dios. - Pieza en los asientos de los coros de las
iglesias para descansar cuando se está en pie.
misericordioso,sa
- adj. y s. Que siente o muestra misericordia:
debes ser misericordioso con sus fallos.
magnanimidad
- f. Generosidad y nobleza de espíritu,
misericordia:
la magnanimidad del rey conquistó el cariño de los súbditos.
magnánimo,
ma
1. adj. Que tiene magnanimidad, nobleza y misericordia o
las muestra:
un padre magnánimo sabe perdonar los errores de sus hijos.
un padre magnánimo sabe perdonar los errores de sus hijos.
- adj. Tolerante, indulgente:
es muy liberal con mis errores. - Que actúa con liberalidad, generoso.
- [Profesión] intelectual o artística que
se ejerce por cuenta propia:
trabajadores liberales. - Que favorece las libertades individuales:
ley liberal. - Del liberalismo o relativo a esta doctrina
política:
ideología liberal. - adj. y com. Partidario del liberalismo:
los liberales han ganado las elecciones.
idólatra
- com. Que adora o admira mucho a un ídolo, como si
se tratase de un dios.
idolatrar
- tr. Adorar ídolos o falsas deidades.
- Amar excesivamente a una persona o cosa:
idolatra a sus hijas.
desatinar
- tr. Fallar el tiro o la puntería:
desatiné tres bolas. - intr. No acertar, no tener tino:
ha desatinado todos sus pronósticos.
- intr. Decir o hacer desatinos:
desatina tanto que van a internarle.
desatinado, da
- adj. Desacertado, sin tino:
por suerte, el navajazo estuvo desatinado. - adj. y s. [Persona] que habla o procede sin
juicio ni razón:
está bastante desatinado por sus malas compañías.
crédulo,
la
- adj. y s. Que se cree cualquier cosa con
facilidad:
es una persona muy crédula e inocente.
'crédulo' también aparece
en estas entradas:
EL TESORO
Cuentan que hubo en Egipto un hombre pobre llamado Yacub que trabajaba en
el campo. Era tan pobre que lo único que tenía era un jardín con un reloj de
sol y una higuera. Una noche se durmió debajo de la higuera y vio en su sueño a
un desconocido que le dijo:
-Tu fortuna está en Persia, en Isfaján; vete a buscarla si quieres ser
rico.
A la mañana siguiente se despertó y emprendió el largo viaje a Isfaján.
Tuvo que andar mucho, porque no tenía dinero, y atravesó desiertos, ríos,
bosques y lugares peligrosos porque habitaban los bandidos. Llegó al fin a
Isfaján, pero le sorprendió la noche y fue a dormir a un albergue. Esa noche
entraron unos ladrones en el albergue y robaron a los que allí dormían, entre
ellos al hombre de Egipto. Llegó la policía, avisada por el dueño, y registró a
los que allí estaban. Entonces encontraron a ese hombre que no era del país,
sino de Egipto, y lo llevaron a la cárcel, por sospechoso.
En la cárcel lo interrogó el juez. Y le dijo:
-¿Quién eres y cuál es tu patria?
El hombre declaró:
-Soy de la ciudad famosa de El Cairo, capital de Egipto, y mi nombre es
Yacub.
El juez le preguntó:
-¿Qué te trajo a Persia?
El hombre optó por la vedad y dijo:
-Un hombre me ordenó en un sueño que viniera a Isfaján, porque ahí estaba
mi fortuna. Ya estoy en Isfaján y veo que la fortuna que me prometió ha de ser
esta cárcel.
El juez se echó a reír.
-Hombre desatinado -le dijo-, tres veces he soñado yo con una casa en la
ciudad de El Cairo, en Egipto, donde hay un jardín y en el jardín un reloj de
sol, y después del reloj de sol una higuera, y bajo la higuera hay enterrado un
tesoro. Nunca he creído esta mentira. ¡Sólo es un sueño! Tú, sin embargo, has
marchado de ciudad en ciudad persiguiendo un simple sueño. Que no vuelva a
verte en Isfaján. Toma estas monedas y vete.
El hombre las tomó y regresó a su patria, pensando en la descripción de ese
jardín que le había hecho el juez. Llegó a su casa. Cavó bajo su higuera y no
tardó en desenterrar un formidable tesoro.
Cuestiones de comprensión:
a) ¿Tiene algo que ver el principio del cuento con el final? ¿Por qué?
b) -¿Fue positivo para Yaacub haber hablado con el juez? ¿Por qué?
c)-¿Se cumplió el sueño que tuvo Yacub bajo la higuera?
Si has comprendido bien el
cuento, te habrás dado cuenta de que la descripción del sueño que hace el juez
coincide exactamente con el jardín de Yacub. Por eso, gracias al juez Yacub
averigua dónde le espera un tesoro: ¡en su propio jardín!
El significado de este cuento
es que los sueños se cumplen, porque tanto el de Yacub como el del juez dijeron
algo cierto: el lugar donde se hallaba escondido un tesoro.
Esto no se dice tan
claramente en el cuento, pero se sobreentiende. Es decir, el buen lector es
capaz de deducirlo.
Si en tu primera lectura del
cuento no te diste cuenta de la importante relación entre el sueño de Yacub y
el del juez, entonces es que no lo has leído con suficiente atención, o que no
has sabido captar lo que se sobreentiende. Te animamos a leerlo de nuevo y
verás como ahora le ves mucho más sentido al cuento.
A veces nos quedamos con los
detalles secundarios, como el viaje de Yacub, la detención, etc. No somos
capaces de detectar lo esencial. Para resumir un texto, tenemos que ver qué es
lo esencial y qué no lo es.
En resumen, el buen lector es
el que es capaz de comprender tanto lo que se dice como lo que no se dice.
JACK el PEREZOSO - Un cuento tradicional inglés
Érase una vez una mujer muy
pobre que vivía en una pequeña choza. El poco dinero que tenía se lo ganaba
tejiendo. Tejía a todas horas hasta que anochecía. Pero aunque trabajaba mucho
seguía teniendo muy poco dinero.
La mujer tenía un hijo llamado Jack, que vivía con ella en la choza. Jack era tan vago que se pasaba el día sentado junto al fuego. Nunca hacía nada. No tenía trabajo. Todo el mundo le llamaba “Jack el perezoso”.
La mujer comenzó a enfadarse con Jack, porque siempre estaba sentado junto al fuego sin trabajar para comprar comida ni hacer nada útil .
Un día, cuando ya no pudo aguantar más, le dijo: “ Jack, tienes que trabajar. Tienes que ayudar a pagar la comida. Si no vas a trabajar tendrás que marcharte de casa y buscarte la vida”.
Al día siguiente Jack salió de casa y encontró trabajo en una granja. Cuando terminó la jornada le dieron un céntimo. Como nunca había trabajado, jamás había tenido dinero, y no sabía que hacer con él.
Para volver a casa tenía que cruzar un puente. En el puente se resbaló y dejó caer el céntimo, que cayó al río y desapareció para siempre. Cuando llegó a casa y le contó a su madre lo que había ocurrido, ella le dijo: “ Qué tonto eres. Deberías haberlo guardado en el bolsillo”.
“Lo haré la próxima vez”, dijo Jack.
Al día siguiente Jack encontró otro trabajo, esta vez en una lechería. Cuando terminó la jornada el lechero le dio a Jack una jara de leche. Jack se acordó de lo que le había dicho su madre, y se metió el cuello de la botella en el bolsillo. Cuando llegó a casa se había caído toda la leche.
“Que tonto eres”, dijo su madre. “Deberías haber traído
la jarra de leche sobre la cabeza”.
“Lo haré la próxima vez”, dijo Jack.
Al día siguiente Jack encontró trabajo en una tienda de quesos. Cuando terminó la jornada la dueña de la tienda le pagó con un gran queso redondo. Jack se acordó de lo que había dicho su madre, y se puso el queso sobre la cabeza. Pero hacía tanto calor que para cuando llegó a casa el queso se había derretido y le caía por la cara.
Cuando su madre lo vio dijo:” Que tonto eres. Deberías haber traído el queso en las manos”.
“Lo haré la próxima vez”, dijo Jack.
Al día siguiente Jack trabajó en una panadería, y cuando terminó la jornada el panadero le dio un gato viejo. Jack se acordó de lo que había dicho su madre e intentó agarrarlo con las manos. Pero el gato le arañó y se le escapó. Cuando llegó a casa le contó a su madre lo que había ocurrido con el gato.
Ella dijo:” Qué tonto eres. Deberías haberlo traído atado con una cuerda”.
Jack dijo: “Lo haré la próxima vez”.
Al día siguiente Jack encontró trabajo en una carnicería. Se pasó todo el día cortando y empaquetando carne, y cuando terminó la jornada el carnicero la dio un jamón. Jack lo cogió, lo ató con una cuerda y lo llevó arrastras a casa. Pero cuando llegó estaba estropeado y cubierto de tierra.
No podían comer aquel jamón que Jack había arrastrado por el suelo. “Qué tonto eres. Deberías haberlo traído en el hombro”, le gritó su madre.
Jack dijo: “Lo haré la próxima vez”.
Al día siguiente, que era sábado, Jack trabajó en una cuadra con burros y caballos. Trabajó tanto que al terminar la jornada le dieron un burro. Jack se acordó de lo que le había dicho su madre e intentó cargar el burro a hombros. Pesaba mucho, pero después de varios intentos lo consiguió y comenzó a caminar despacio con el burro sobre los hombros.
Por el camino pasó por delante de una casa muy bonita en la que vivía un hombre rico con su hija, que estaba muy enferma. No se había reído nunca. Los médicos le habían dicho al padre que sólo se curaría si se reía. Lo había intentado mucha gente, pero nadie había conseguido hacerla reír ni sonreír.
La joven estaba mirando por la ventana cuando pasó Jack, y vio que tenía problemas para sujetar al burro sobre los hombros. Al burro no la hacía ninguna gracia que lo llevaran boca abajo, y comenzó a dar coces y a rebuznar con todas sus fuerzas.
Era lo más divertido que había visto en su vida. Se echó a reír a carcajadas, y la risa hizo que se curara inmediatamente.
Su padre se alegró tanto que le regaló a Jack mucho dinero y una casa muy grande. Ahora Jack vive en esa casa con su madre, y sigue haciendo reír a la bella joven.
Aunque cometas muchos errores, a veces las cosas salen bien.
La mujer tenía un hijo llamado Jack, que vivía con ella en la choza. Jack era tan vago que se pasaba el día sentado junto al fuego. Nunca hacía nada. No tenía trabajo. Todo el mundo le llamaba “Jack el perezoso”.
La mujer comenzó a enfadarse con Jack, porque siempre estaba sentado junto al fuego sin trabajar para comprar comida ni hacer nada útil .
Un día, cuando ya no pudo aguantar más, le dijo: “ Jack, tienes que trabajar. Tienes que ayudar a pagar la comida. Si no vas a trabajar tendrás que marcharte de casa y buscarte la vida”.
Al día siguiente Jack salió de casa y encontró trabajo en una granja. Cuando terminó la jornada le dieron un céntimo. Como nunca había trabajado, jamás había tenido dinero, y no sabía que hacer con él.
Para volver a casa tenía que cruzar un puente. En el puente se resbaló y dejó caer el céntimo, que cayó al río y desapareció para siempre. Cuando llegó a casa y le contó a su madre lo que había ocurrido, ella le dijo: “ Qué tonto eres. Deberías haberlo guardado en el bolsillo”.
“Lo haré la próxima vez”, dijo Jack.
Al día siguiente Jack encontró otro trabajo, esta vez en una lechería. Cuando terminó la jornada el lechero le dio a Jack una jara de leche. Jack se acordó de lo que le había dicho su madre, y se metió el cuello de la botella en el bolsillo. Cuando llegó a casa se había caído toda la leche.
“Que tonto eres”, dijo su madre. “Deberías haber traído
la jarra de leche sobre la cabeza”.
“Lo haré la próxima vez”, dijo Jack.
Al día siguiente Jack encontró trabajo en una tienda de quesos. Cuando terminó la jornada la dueña de la tienda le pagó con un gran queso redondo. Jack se acordó de lo que había dicho su madre, y se puso el queso sobre la cabeza. Pero hacía tanto calor que para cuando llegó a casa el queso se había derretido y le caía por la cara.
Cuando su madre lo vio dijo:” Que tonto eres. Deberías haber traído el queso en las manos”.
“Lo haré la próxima vez”, dijo Jack.
Al día siguiente Jack trabajó en una panadería, y cuando terminó la jornada el panadero le dio un gato viejo. Jack se acordó de lo que había dicho su madre e intentó agarrarlo con las manos. Pero el gato le arañó y se le escapó. Cuando llegó a casa le contó a su madre lo que había ocurrido con el gato.
Ella dijo:” Qué tonto eres. Deberías haberlo traído atado con una cuerda”.
Jack dijo: “Lo haré la próxima vez”.
Al día siguiente Jack encontró trabajo en una carnicería. Se pasó todo el día cortando y empaquetando carne, y cuando terminó la jornada el carnicero la dio un jamón. Jack lo cogió, lo ató con una cuerda y lo llevó arrastras a casa. Pero cuando llegó estaba estropeado y cubierto de tierra.
No podían comer aquel jamón que Jack había arrastrado por el suelo. “Qué tonto eres. Deberías haberlo traído en el hombro”, le gritó su madre.
Jack dijo: “Lo haré la próxima vez”.
Al día siguiente, que era sábado, Jack trabajó en una cuadra con burros y caballos. Trabajó tanto que al terminar la jornada le dieron un burro. Jack se acordó de lo que le había dicho su madre e intentó cargar el burro a hombros. Pesaba mucho, pero después de varios intentos lo consiguió y comenzó a caminar despacio con el burro sobre los hombros.
Por el camino pasó por delante de una casa muy bonita en la que vivía un hombre rico con su hija, que estaba muy enferma. No se había reído nunca. Los médicos le habían dicho al padre que sólo se curaría si se reía. Lo había intentado mucha gente, pero nadie había conseguido hacerla reír ni sonreír.
La joven estaba mirando por la ventana cuando pasó Jack, y vio que tenía problemas para sujetar al burro sobre los hombros. Al burro no la hacía ninguna gracia que lo llevaran boca abajo, y comenzó a dar coces y a rebuznar con todas sus fuerzas.
Era lo más divertido que había visto en su vida. Se echó a reír a carcajadas, y la risa hizo que se curara inmediatamente.
Su padre se alegró tanto que le regaló a Jack mucho dinero y una casa muy grande. Ahora Jack vive en esa casa con su madre, y sigue haciendo reír a la bella joven.
Aunque cometas muchos errores, a veces las cosas salen bien.
Lazy Jack
A long time
ago, there was a boy named Jack. Jack lived with his Mama. I don't
know what happened to the Daddy in the story! Jack had never worked a
"lick" in his life. In fact, that's how Jack got the name he's
known for, "LAZY Jack."One day, Jack's Mama came to him and said," Jack, You got to go to work."
"Work?" asked Jack, "What's that?"
"Never mind that, Jack. Just go down the road and do whatever the farmer tells you to do," said his Mama.
So, bein' the good boy that he was, Jack went down the road and worked all day for the farmer. He did SUCH a good job, that at the end of the day, the farmer gave him a whole handful of ... change.
Jack had never seen money before and didn't know what to do with it. He tossed one coin up in the air. KERPLUNK, it went right into the creek. He tossed another coin into the air and it went CLINK, CLINK. It got stuck between two wooden 2 X 4's on the bridge. He lost another coin in the mud puddle and another in the cornfield. By the time Jack got home, he'd lost every single cent.
His Mama looked at him and asked, "Jack, Did you go to work today?"
"Sure did!" answered Jack.
"Did you get paid?" asked his Mama.
"Yep! Sure did!" said Jack.
"Well, where is it?" asked his Mama.
"Uh Oh," said Jack, He told her what happened. That's when she SLOPPED him up the side of the head. Some folks think it's mean to slap, but this is WORSE. To slop someone, you lick your hand first - then go "SLOP" right up the side of the head.
She said, "Jack, You ain't got a lick of sense! Use yore hai'd, Jack. Use yore hai'd." Where most folks come from it's called a head! Where Jack came from folks called it a hai'd."
"Jack, the next time you get paid, you put it in your pocket! Now, where you gonna put it?" asked his Mama."
"In my ... (pause so the listeners can complete the sentence) ... POCKET."
The next day, Jack went out and worked for the dairyman. He milked cows all day, pulling on those "udder" things. Then he churned up a big bunch of butter. When he got done at the end of the day, the dairyman was so impressed with his work, that he gave Jack two of the biggest handfuls of butter you have ever seen.
Bein' the good boy that he was, Jack remembered what his Mama had told him. He put the butter into his... (pause and let the listeners fill in the blank.)
Well, it was a powerful hot day outside, and the little green flies were swarmin' all around. As Jack walked home, the butter started meltin' down his legs. Then, he could feel it goin behind his knees. Then he could feel it between his toes. By the time Jack got home, his Mama thought he had a problem!
His Mama looked at him and asked, "Jack, Did you go to work"
"Sure did!" answered Jack.
"Did you get paid?" asked his Mama.
"Yep! Sure did!" said Jack.
"Well, where is it?" asked his Mama.
"Uh Oh," said Jack. He told her what happened. That's when she SLOPPED him up the side of the head. Then, she said, "Jack, You ain't got a lick of sense. Use "yore hai'd, Jack. "Use yore hai'd."
"Jack, the next time you get paid, if it's something SOFT, you put it in a bucket of cold water, and carry it home on top of your hai'd"
"Now, where you gonna put it?" asked his Mama."
"In a bucket of cold... (pause so the listeners can complete the sentence) ... WATER, and put it on your... (pause so the listeners can complete the sentence)... HAI'D!"
Well, Jack went out the next day and worked all day for the rat catcher. He spent all day catching mice and rats. By the end of the day, he had worked so hard that the farmer gave him an old "Tom Cat."
Bein' the good boy that he was, Jack bent down and picked up the cat and started to pet it and found it was SOFT. So, Jack took that cat and put it into a bucket of cold... WATER. Then he TRIED to put it on top of his hai'd.
That cat didn't like the water! He started yowlin' and spittin' and then, Jack walked by a whole "passel" of dogs. Those dogs saw the cat and, "WOOF, WOOF, MEOW!" Those dogs chased that cat clear over the top of a nearby hill!
By the time Jack got home, he was a scratched up mess. His Mama thought he had been playin' in the berry bushes. She looked at him and asked, "Jack, Did you go to work today?"
"Sure did!" answered Jack.
"Did you get paid?" asked his Mama.
"Yep! Sure did!" said Jack.
"Well, where is it?" asked his Mama.
"Uh Oh," said Jack, "He told her what happened. That's when she SLOPPED him up the side of the head. Then, she said, "Jack, You ain't got a a lick of sense. Use "yore hai'd, Jack, use yore hai'd."
"Jack, the next time you get paid, you tie a string around it, and drag it home behind you. Now, what you gonna do?
"Tie a string around it and ... (pause so the listeners can complete the sentence)... drag it home behind me," said Jack.
Well, Jack went out the next day and worked all day long for the ... BUTCHER!. He worked all day cutting up sides of beef and all kinds of meat until by the end of the day, he had worked SO hard that the butcher gave him ... a long old ham bone with meat on it. It was called a "ham hock." It was the biggest ham hock that Jack had even seen. Bein' the good boy that he was, Jack tied a ... (pause so the listeners can complete the sentence) string on it and started to ... (pause so the listeners can complete the sentence) ... drag it home behind him.
FUMMPITY FUMMPITY FUMP! All down the road! Jack went over a nail on the bridge. The ham hock got caught and tore off a little "fat back." But, Jack didn't mind! He went across the corn field, "NIBBLE, NIBBLE, MUNCH, CHOMP!" The ants jumped on! But, that didn't bother him. Then, he went by the hill where he lost the cat, and here came the dogs, "WOOF, WOOF, WOOF!"
By the time Jack got home, he had a nibbled on, chewed on dirty old bome.
His Mama looked at him and said, "Jack, Did you go to work today?"
"Sure did!" answered Jack.
"Did you get paid?" asked his Mama.
"Yep! Sure did!" said Jack.
"Well, where is it?" asked his Mama.
"Uh Oh," said Jack, "And he told her what happened. That's when she SLOPPED him up the side of the head. Then, she said, "Jack, You ain't got a a lick of sense. Use "yore hai'd," Jack, use yore hai'd."
"Jack, the next time you get paid, carry it home on your ... BACK! Now where you going to carry it?"
"On your ... (pause so the listeners can complete the sentence) ...BACK!
Well, Jack went down the road and worked all day the next day for the ... BLACKSMITH. He spent all day putting shoes on horses and donkeys. He did such a good job that at the end of the day, the blacksmith gave him a ... (pause so the listeners can complete the sentence) ... donkey.
Bein' the good boy that he was, Jack took the donkey and TRIED to put it onto his ... (pause so the listeners can complete the sentence) ...BACK. He got one front leg over one shoulder and the other front leg over the other shoulder and started walking down the road looking pretty peculiar.
Not too far from Jack's house, there lived a KING. Now this King had a daughter and she was UGLY! All day, every day, she stood around the palace looking ... UGLY! She never smiled, and she never laughed, you know as well as I do that if you don't smile and don't laugh, you become UGLY!
The King had told all the men in the kingdom if they could get his daughter to laugh or to smile that he'd give them his daughter's hand in marriage. But the men looked at his daughter and said, "She's ugly! We wouldn't touch her, let alone marry her."
Then the King said, "If you can get my daughter to laugh or to smile, you can have my daughter's hand in marriage AND half of all my money."
The men said, "She's ugly, but she'd rich, we'll try. But try as they might, no one could get her to laugh or to smile until... You thought I'd forgot about Jack, but I didn't!"
Jack was walking down that road, carrying that donkey on his back. The Princess stood at the window, looking out and saw Jack and started laughing, "Whooie, Daddy come and look at this!"
When the King heard such a strange laugh coming from his daughter, he wished he'd never made such a promise. But, a promise is a promise, especially when it's made by the King. So, the King sent out a messenger to talk to Jack.
"Jack," said the messenger, "You've got to marry the Princess," said the messenger."
"She's ugly!" said Jack.
"But, you get half the King's money," reminded the messenger.
"Okay, said Jack. He sent the messenger to go get the preacher and his Mama.
"Do you take this woman to be your wife?" the preacher asked Jack.
Jack looked at her and almost said no, then he remembered all that money and said yes.
Then the preacher asked the Princess, "Do you take this man to be your husband."
"Whoopie, I sure do," squealed the Princess. Then she laughed and laughed.
Jack hear her strange laugh and wished he'd said never yes - but it was too late. He'd said, "I do," and so did she. Jack gave her a little peck on the cheek, and they were married.
Jack even grew to lover over time, especially if she didn't laugh quite so strangely. AND, he especially grew to loving all of that money. Since he was so rich, he never had to work a "lick" in his life. That's how he got the name for this story ... "LAZY JACK!"
Deméter y Perséfone
De todos los dioses y diosas del Olimpo, quizás ninguna fue tan amada
por los humanos como Deméter. Deméter era la diosa de la agricultura y de las
cosechas, las cuales ella atendía con gran esmero durante todo el año. Deméter
disfrutaba de sus responsabilidades porque ella se preocupaba por los mortales
y quería asegurarse de que siempre tuvieran suficiente comida. Durante siglos,
los agricultores sembraban y recogían sus cosechas gracias a la lluvia, al sol
y a otras condiciones apropiadas provistas por la benévola diosa.
Sin embargo, más que a
ningún otro mortal, había alguien a quien Deméter amaba más que a nadie, y era
su hija Perséfone. Perséfone era tan espiritual y adorable como su madre y las
dos mujeres eran inseparables. Mientras Deméter se ocupaba de sus
responsabilidades cuidando la tierra, Perséfone encontraba diversión con sus
amigos en los bosques, campos y praderas.
Ahora bien, había alguien más
que amaba a Perséfone y esta persona era Hades, el rey del hampa. Hades
gobernaba en un reinado frío y oscuro. Ninguna luz penetraba las lóbregas
cavernas y cuevas de la tierra de Hades, a un punto tal que hasta el mismo dios
era infeliz en su reinado.
Hades creía que nada en la
vida lo haría feliz hasta encontrar a una adorable joven para ser su esposa.
Hades había visto a Perséfone en varias ocasiones cuando jugaba con sus amigos
y ella era la mujer con la que él quería casarse.
Había, sin embargo, una
persona que le podía otorgar a Hades su deseo, y esa era Zeus, el rey de todos
los dioses y diosas del Olimpo. Zeus escuchó la petición de Hades, y luego con
algún recelo, se la otorgó.
Hades se encontraba aturdido
de la emoción cuando enjaezaba a sus caballos, con apresuramiento, a una enorme
carroza de hierro y los conducía por la tierra hasta el campo adonde Perséfone
jugaba. El dios del Hampa se la llevó a su lúgubre reinado y le explicó que
viviría ahí con él por el resto de su vida.
¡Pobre Perséfone! Ella se
encontraba tan asustada, tan desesperada y tan sola. En desafío, se negaba a
comer y a beber, aunque Hades trataba de tentarla con muchas delicias. Más
bien, todo el día y toda la noche, Perséfone lloraba y sollozaba por su madre.
Mientras tanto, Deméter se
encontraba desesperada por la preocupación. Ella no tenía idea de dónde se
encontraba Perséfone o cómo había desaparecido, pero ella podía escuchar los
gemidos de su hija. Deambulando y buscando por todas partes, Deméter podía
escuchar esa adorable voz por dondequiera—en los árboles, en el viento y en las
olas del mar. Cubierta con una capa gris, la diosa recorría la tierra buscando
a su hija, preguntándole a todos los que conocía si sabían del paradero de
Perséfone, pero nadie la podía ayudar.
Y es así como los años
transcurrieron llenos de pesar para Deméter hasta que finalmente se encontró
con el rey Helios, el cual podía adivinar el pasado. Helios le dijo a la diosa
adónde se encontraba Perséfone y cómo Hades se la había llevado después que
Zeus, el mismo dios, le había dado su consentimiento.
La tristeza de Deméter se
convirtió instantáneamente en ira. Ella se dirigió al Olimpo adonde le exigió a
Zeus que le devolviera a Perséfone, pero éste se negó. Zeus le explicó que él
le había prometido a Hades su esposa, y que no se retractaría en su promesa.
Deméter decidió que si Zeus
no la reunía con su hija, entonces la diosa de la agricultura encontraría una
solución por sí misma. Y Deméter trazó un simple, pero terrible plan. Ella dejó
de preocuparse por la tierra y por las plantas de las que dependían los
humanos. Ella hizo que los vientos fríos soplaran constantemente. Ella nubló el
sol e hizo que la lluvia cesara de caer. Ella envió plagas y enfermedades para
marchitar las cosechas. Nada crecía, y pronto el hambre se propagó por todas
partes. Los humanos comenzaron a morirse de hambre y de frío.
Zeus estaba consciente de la devastación que Deméter
había causado, y no podía continuar haciendo oídos sordos a las súplicas de los
humanos. Zeus mandó a llamar a Deméter y le exigió que continuara con sus
deberes terrenales. “No le regresaré a la tierra su abundancia y su belleza”,
dijo, “hasta que tú me devuelvas a mi hija”. Como él amaba la tierra y no la
quería ver destruida, Zeus no tuvo otra alternativa que acceder a las demandas
de Deméter. El llamó a Hermes, su mensajero, y lo instruyó a que descendiera al
hampa para que le diera a Hades este mensaje: “Regrésale Perséfone a su madre,
pues desde ahora no es tuya”.
Hades
estaba enojado, pero como dios que era estaba obligado a obedecerle a Zeus.
Pero Hades era astuto. Cuando la regocijada Perséfone se preparaba para
regresar al lado de su madre, Hades la llamó y le dijo “Ven, ahora que estás
feliz de nuevo rompe tu largo ayuno y comparte esta comida conmigo antes de que
partas”. Él le dio a la muchacha una granada, madura y llena de dulce jugo.
Perséfone la mordió pero solamente pudo tragarse siete de las dulces semillas
antes de que la carroza la arrastrara a la superficie de la tierra.
Deméter y
Perséfone estaban tan felices de estar juntas de nuevo que al principio no
podían hablar, solamente llorar de alegría. Entonces Deméter dijo, “Mi querida
hija, espero que no hayas comido nada en todo el tiempo que estuviste en el
lúgubre reinado de Hades. Por favor, dime que es así”. “Bien, no comí nada,
madre”, contestó Perséfone, “excepto seis semillas de una granada que Hades me
dio hoy, antes de partir”.
Todas las
señales de alegría se borraron de la cara de Deméter y comenzó a desvariar y a
enojarse de nuevo. “¡Este es el trabajo de ese astuto tramposo!
Él sabe
que hay una regla que está por encima de las leyes de Zeus. Quién coma algo en
el Hampa está destinado a regresar al mismo y a permanecer ahí para siempre!”
Perséfone se quedó boquiabierta ante tal pensamiento y las dos mujeres
cayeron en una gran desesperación. Pero Zeus se apiadó de ellas. El decretó que
Perséfone tenía que regresar al Hampa seis meses al año—un mes por cada semilla
que se había comido. Pero que en los otros cinco meses ella podía vivir con su
madre.
Y es así
que durante seis meses, Deméter llora y se entristece por su hija, y la tierra
se torna fría y árida al ser descuidada por la diosa, dando origen al invierno.
Pero cuando Perséfone regresa a su lado, Deméter está feliz de nuevo, y hay
seis meses de calor y sol, y lluvia ligera y flores.
Hades/Plutón
Hijo de Rea y Crono. Rey del Inframundo, llamado Hades en la mitología griega y Plutón en la romana.
Cuando Zeus depuso a su padre Crono, los tres hijos se repartieron el universo en tres reinos: Zeus se quedó el cielo, Poseidón el agua y Hades, el Averno. La tierra y el Olimpo, la montaña donde moraban los dioses en Tesalia, eran territorio compartido.
Los antiguos griegos afirmaban que el nombre de Hades traía mala suerte, motivo por el cual se referían al dios de los muertos por otros títulos: Plutón (el Rico), Polidegmon (el que Recibe a todos) y Climeno (el Notable). Pese a ser una figura implacable y sombría, nunca se le consideró una deidad malvada; tampoco el Inframundo, su morada, era considerado infernal. Hades no solía atormentar a sus huéspedes: el trabajo de castigar a los pecadores recaía sobre las erinias.
La muerte llegaba al Averno después de que Hermes la llevara a la orilla del río Éstige, donde las almas de los muertos cruzaban el río en la barca de Caronte. Cerbero, el can de tres cabezas, se aseguraba de que nadie volviera al mundo de los vivos.
El mito más importante de Hades está relacionado con Perséfone. Esta hija de Zeus y Deméter era tan bella que su madre la escondió por miedo a que la raptaran. Pero Deméter no esperaba que el deseo de Hades fuera tan intenso: el dios emergió de la tierra y se llevó a Perséfone en su carro.
Perséfone
Diosa del Inframundo y esposa de Hades.
Excepcionalmente bella, Perséfone era hija de Zeus y su hermana Deméter, diosa de la vegetación. Esta última la escondió en Sicilia, pero Hades la encontró y, al verla paseando con sus amigas, decidió secuestrarla. Con la connivencia de su hermano Zeus, emergió en la superficie con su carro, cogió a Perséfone y volvió a desaparecer bajo tierra.
Mientras la desconsolada Deméter recorría el mundo en busca de su hija, Perséfone languidecía en el Inframundo. Rechazaba la comida, pero comió sin darse cuenta unas semillas de granada que le ofreció Hades para atarla a su reino. Zeus alcanzó finalmente un acuerdo con Deméter, que había amenazado con destruir a la humanidad si no volvía a ver a su hija: accedía a que Perséfone pasara medio año con su marido y el otro medio en compañía de su madre.
Perséfone acató con sumisión el dictamen de Zeus y a partir de entonces fue venerada como diosa del nacimiento y la muerte. Como Core (virgen), se le adjudicaba el poder de hacer crecer las semillas de maíz que se plantaban en verano, meses antes de proceder a la siembra de otoño.
Hijo de Rea y Crono. Rey del Inframundo, llamado Hades en la mitología griega y Plutón en la romana.
Cuando Zeus depuso a su padre Crono, los tres hijos se repartieron el universo en tres reinos: Zeus se quedó el cielo, Poseidón el agua y Hades, el Averno. La tierra y el Olimpo, la montaña donde moraban los dioses en Tesalia, eran territorio compartido.
Los antiguos griegos afirmaban que el nombre de Hades traía mala suerte, motivo por el cual se referían al dios de los muertos por otros títulos: Plutón (el Rico), Polidegmon (el que Recibe a todos) y Climeno (el Notable). Pese a ser una figura implacable y sombría, nunca se le consideró una deidad malvada; tampoco el Inframundo, su morada, era considerado infernal. Hades no solía atormentar a sus huéspedes: el trabajo de castigar a los pecadores recaía sobre las erinias.
La muerte llegaba al Averno después de que Hermes la llevara a la orilla del río Éstige, donde las almas de los muertos cruzaban el río en la barca de Caronte. Cerbero, el can de tres cabezas, se aseguraba de que nadie volviera al mundo de los vivos.
El mito más importante de Hades está relacionado con Perséfone. Esta hija de Zeus y Deméter era tan bella que su madre la escondió por miedo a que la raptaran. Pero Deméter no esperaba que el deseo de Hades fuera tan intenso: el dios emergió de la tierra y se llevó a Perséfone en su carro.
Perséfone
Diosa del Inframundo y esposa de Hades.
Excepcionalmente bella, Perséfone era hija de Zeus y su hermana Deméter, diosa de la vegetación. Esta última la escondió en Sicilia, pero Hades la encontró y, al verla paseando con sus amigas, decidió secuestrarla. Con la connivencia de su hermano Zeus, emergió en la superficie con su carro, cogió a Perséfone y volvió a desaparecer bajo tierra.
Mientras la desconsolada Deméter recorría el mundo en busca de su hija, Perséfone languidecía en el Inframundo. Rechazaba la comida, pero comió sin darse cuenta unas semillas de granada que le ofreció Hades para atarla a su reino. Zeus alcanzó finalmente un acuerdo con Deméter, que había amenazado con destruir a la humanidad si no volvía a ver a su hija: accedía a que Perséfone pasara medio año con su marido y el otro medio en compañía de su madre.
Perséfone acató con sumisión el dictamen de Zeus y a partir de entonces fue venerada como diosa del nacimiento y la muerte. Como Core (virgen), se le adjudicaba el poder de hacer crecer las semillas de maíz que se plantaban en verano, meses antes de proceder a la siembra de otoño.
¿Qué es un mito?
Un
mito (relato falso con sentido oculto, narración, discurso, palabra emotiva) se
refiere a un relato que tiene una explicación o simbología muy profunda para
una cultura en el cual se presenta una explicación divina del origen,
existencia y desarrollo de una civilización.
¿Qué es una leyenda?
Una
leyenda es una narración oral o escrita, en prosa o verso, de apariencia más o
menos histórica, con una mayor o menor proporción de elementos imaginativos.
1. ¿Por qué es probable
que este mito se haya contado hace miles de años atrás?
_ para describir elementos de vida en la antigua
Grecia
_ para entretener a los oyentes con historias acerca
de maravillosos mortales
_ para explicar el origen de las estaciones en la
tierra
_ para enseñar una lección acerca de los riesgos de un
engaño
2. ¿En qué se parecen un
mito y una leyenda?
_ Ambos contienen eventos que nunca ocurrieron.
_ Ambos contienen personajes que no son humanos.
_ Ambos pasan de una generación a la otra.
_ Ambos contienen más hechos que ficción.
3. ¿Cuál es el propósito del primer párrafo?
_ describir dónde tiene lugar el mito
_ explicar el papel de diosa que desempeña Deméter
_ informar a los lectores sobre el amor que siente
Deméter por su hija
_ convencer a los lectores que Deméter era una diosa caritativa
4. Deméter fue descrita
como una diosa benévola. Otra palabra que significa lo mismo que benévola es
_ desesperada.
_
bondadosa.
_ furiosa.
_ feliz.
5. ¿Cuál idea del mito
apoya tu respuesta para la pregunta 4?
_ . . . es así como los años transcurrieron llenos de
pesar . . .
_ . . . se convirtió instantáneamente en ira.
_ . . . estaban tan felices de estar juntas de nuevo .
. .
_ . . . quería asegurarse de que siempre tuvieran
suficiente comida . . .
6. A Perséfone se le
ordenó que regresara al
lado de su madre porque
_ Zeus se apiadó de Deméter.
_ Zeus estaba preocupado por los lamentos de Deméter.
_ Zeus tenía algún recelo de otorgarle a Hades su
petición.
_ Zeus no quería ver más devastación en la tierra.
7. ¿Cuál acción muestra
que Deméter no le temía a Zeus?
_ Deméter se preocupaba por los
mortales.
_ La tristeza de Deméter se tornó en ira.
_ Deméter recorría la tierra en busca de su hija.
_ Deméter se negó a continuar con sus deberes en la
tierra.
8. El mito dice que
Hades se encontraba aturdido de la emoción. Esto significa que Hades estaba
_ confundido.
_
inspirado.
_ regocijado.
_
descorazonado.
9. ¿Cuál es la idea
principal del segundo párrafo?
_ Deméter y su hija casi nunca se habían separado.
_ Deméter amaba a su hija más que a cualquier mortal.
_ Perséfone tenía muchos amigos con los que pasaba
mucho tiempo.
_ Perséfone tenía muchas de las cualidades de su
madre.
10. ¿Alrededor de cuánto
tiempo estuvieron separadas Perséfone y su madre antes
de volverse a unir?
_ días
_
semanas
_ meses
_ años
11. De acuerdo al mito
puedes concluir que
_ Zeus tenía poca autoridad sobre los otros dioses.
_ la supervivencia de los humanos dependía de Deméter.
_ Deméter era más poderosa que Zeus.
_ Hades era el más temido y
despreciado de todos los dioses.
12. ¿Quién fue el que
finalmente reveló la
localización de Perséfone a su madre?
_ Zeus
_ Hades
_ Hermes
_ Helios
13. ¿Qué te parece la
actitud de Hades al invitar a Perséfone a romper su ayuno?
_ Cobarde.
_
Astuto.
_ Sumiso
_ Rebelde
14. La frase hacer
oídos sordos significa
_ “tener dificultad escuchando algo”.
_ “ignorar algo que se ha dicho”.
_ “pretender escuchar algo”.
_ “perder de repente la habilidad de oír”.
15. Al final del mito, la
decisión final acerca de dónde Perséfone vivirá puede ser descrita
como un(a)
_ pacto. _ contrato.
_ regulación. _ compromiso.
LECTURAS OPCIONALES…
I
Veintinueve
Historias Disparatadas
Ursula
Wölfel
La historia del sacapuntas
Una mujer tenía la intención de escribir un gran libro. Se compró un
montón de papel, cincuenta lápices nuevos y un buen sacapuntas. A partir de ese
día su marido y sus hijos sólo hablarían bajo y andarían de puntillas, pues la
mujer quería empezar enseguida a escribir el libro.
Preparó el papel y afiló el lápiz. Mientras tanto pensaba en la primera
frase.
Afiló otro lápiz y siguió pensando la primera frase.
Afiló el tercer lápiz y todavía pensaba la primera frase.
La mujer afiló hasta el final los cincuenta lápices y otros siete mil
quinientos doce. No tardó ni tres semanas. Todavía no había escrito la primera
frase, pero ya era campeona del mundo en afilar lápices. Salió en el periódico.
******************
La historia del
padre que se subió por la pared.
Un padre se enfadaba muchas veces con su hijo porque lo encontraba
demasiado miedoso.
Y es que al chico le daban miedo los perros grandes
sueltos, le daban miedo las dos chicas descaradas de al lado, y tenía miedo
cuando en la escalera se apagaba la luz de repente.
- ¡ Que un hijo mío sea así! - gritaba el padre-. ¡Es
para subirse por las paredes!
Fue y lo hizo.
Lleno de rabia, subió por la pared. Pero cuando llegó al techo, del susto, se
cayó.
Y es que arriba vio una araña.
********
La historia del levantador de pesas en
vacaciones.
Un levantador de pesas se fue de vacaciones al mar. Pero
se aburría mucho. Allí no había en ninguna parte otro levantador de pesas. ¿A
quién le iba a enseñar que era el más fuerte?
Al pasar por la playa levantó unos cuantos cestos de
mimbre donde estaba la gente sentada. Pero se quejaron, enseguida, al
vigilante.
Todo enfadado, el levantador
de pesas se tiró al mar y levantó una motora. Tuvo mala suerte. La barca era de
la policía del puerto y el hombre fuerte tuvo que pagar una multa.
En venganza
levantó un puesto donde se vendían recuerdos, un autocar y a toda la orquesta
del balneario, junto con el piano. Claro que enseguida también se lo
prohibieron. Se puso muy rabioso y gritó: «¡Entonces me levantaré a mí mismo!
¡Eso nadie me lo puede prohibir!».
Se puso las manos debajo de los pies y respiró hondo. Sus
músculos se hincharon enormes, y las venas del cuello se le pusieron gruesas
como maromas. Entonces se levantó dos metros y se sostuvo arriba un minuto,
cuarenta y tres segundos.
-¡Bravo! -gritó la gente y aplaudió. También los hombres
de la policía del puerto y el vigilante estaban entusiasmados, y la orquesta
del balneario tocó en su honor.
********
La historia de la mujer plantada.
Una mujer se encontraba a sí misma tan hermosa y delicada
como una flor. Cada día su marido tenía que decírselo, y nunca podía jurar o
contar chistes verdes o eructar cuando la mujer estaba delante. Debía sólo
admirarla y cuidarla y tratarla siempre como a una hermosa flor delicada.
Por eso el hombre plantó
un día a su mujer en un tiesto grande.
***********
La historia de la estatua del caballo
Un hombre vio en el parque un caballo de piedra
gigantesco. Un caballo así lo quería para su jardín. Así que encargó en una
cantera un bloque enorme y compró una escalera, martillo y cincel.
El hombre empezó a esculpir primeramente la grupa, porque
le pareció menos difícil. Pero se olvidó la cola, y para eso ya no quedaba
piedra detrás.
Entonces con la grupa que tenía acabada hizo la cola, e
hizo una grupa nueva más adelante.
Después empezó con la cabeza y el cuello. Así que, cuando
acabó con la crin, entre el cuello y la grupa no había bastante piedra para la
panza.
Con el trozo de en medio, el hombre hizo una pequeña
panza y también más pequeños el cuello,
la cabeza, la grupa y la cola.
Ahora sólo le faltaban al caballo las patas. Dio el
último toque con el cincel y al caballo de piedra se le desprendió la pata
delantera derecha.
Entonces el hombre tuvo que quitar las otras tres patas.
Con la panza pequeña hizo cuatro patas nuevas y a juego una panza aún más
pequeña con la grupa, la cola y el cuello. Desgraciadamente la piedra se
quedaba demasiado corta por delante como para hacer la cabeza.
A pesar de todo, el hombre
tuvo por fin un caballo de piedra en el jardín. Hacía juego con las florecitas.
****************
La
historia de la madre que quería pensar
en todo.
Una mujer quería subir a una montaña con sus hijos
durante las vacaciones. Estuvo pensando lo que deberían llevar. Quería pensar
en todo: Por ejemplo, podía haber lluvia. Entonces necesitaban impermeables,
calzado para cambiarse y medias.
Podría hacerse de noche demasiado pronto. La mujer llevó
una linterna para cada uno.
También podría suceder que se perdieran. Entonces
tendrían que pasar la noche al aire libre. La mujer metió una tienda de campaña
y sacos de dormir, junto con un hornillo de alcohol, una olla grande y
alimentos para unos días.
¿Y si uno de ellos se ponía malo en el camino? Era
imprescindible tener medicinas para diferentes enfermedades, y vendajes.
También se le ocurrió a la mujer que podría haber niebla.
Así que ató a los niños a una cuerda fuerte y se colgó del cuello una bocina
para la niebla.
De este modo subieron a la montaña, y se arrastraban unos
a otros y jadeaban y sudaban. Pero no llegaron muy lejos. La mujer pisó una
boñiga de vaca y corno iba cargada se resbaló cuesta abajo y los niños detrás,
atados a la cuerda.
En la
boñiga del camino no había pensado la mujer.
*************************
Disparates
Juan subió
al piso de abajo, ascendió lentamente por la escalera que descendía. Cerró la
ventana y vio que era de noche, el Sol
brillaba con toda su intensidad, cerró la puerta de la casa y salió a la calle.
Andrés
Guerrero Alcázar.
El pez
nadaba por el aire todos los días de la semana excepto los lunes, martes,
miércoles, jueves, viernes, sábados y domingos. Era tan poco fiero que asustaba
a los tiburones. Comía cuando no tenía hambre y sin meterse nada a la boca.
Todas las mañanas, cuando la luna brillaba, el pez se ponía muy moreno por los
rayos lunares. También sabía cantar la canción silenciosa, que consistía en
pegar gritos a pleno pulmón. Como el pez era calvo, se compró un peine para
peinarse todos los días y hacerse rizarse el pelo.
Noelia Hidalgo Peinado y
Cristina Cruz Solana
II
ULISES Y POLIFEMO
Navegando, navegando, llegaron Ulises y sus hombres al país de los cíclopes, gente con un solo ojo redondo en la frente,
todos orgullosos y gigantescos, acostumbrados a vivir de los frutos que daba la
tierra. Allí enfrente sobresalía del mar una isla pequeña y desierta, con un
puerto tranquilo. Ulises dejó allí a sus
compañeros y, curioso como era, fue con su propia nave y algunos hombres hasta
la tierra de los cíclopes, los cuales no
debían andar muy lejos porque hasta la orilla llegaban sus voces, los balidos
de sus rebaños y el humo de sus hogares.
Y he ahí que, en cierto extremo, descubrieron
una cueva, cerca del mar, sombreada por laureles, que servía de aprisco a
innumerables rebaños de ovejas y cabras. En ella hacía noche Polifemo, hijo de
Poseidón, un monstruo espantoso, alto como un pino de la sierra. Ulises dejó la nave y con doce compañeros escogidos
se metió en la cueva. Llevaba un pellejo de vino negro y dulce y un zurrón de
pan.
El cíclope no estaba en la cueva, sino que
andaba de pastoreo. Los griegos entraron y lo escudriñaron todo, y convinieron
en apoderarse de unos cuantos quesos y marcharse; pero Ulises insistió en que esperasen a Polifemo.
Encendieron fuego y cenaron.
De pronto sonó un gran estruendo: era el
gigante que, entrando, descargaba un haz de leña para hacerse la cena. Todos se
acurrucaron al fondo de la cueva. El monstruo metió dentro el ganado para
ordeñarlo, y cerró la entrada con una piedra tan enorme que veintitrés carretas
de cuatro ruedas no hubieran podido arrastrarla. Hasta después del ordeño y de
haber bebido algo de leche y haber dejado el resto en las vasijas para cenar,
no echó de ver que tenía visita.
- ¿Quiénes sois? -preguntó con voz de
trueno-. ¿Mercaderes o piratas?
- Somos griegos que volvemos errantes de
Troya, del disperso ejército de Agamenón -respondió educadamente
Ulises-.Venimos a abrazar tus rodillas y a pedirte hospitalidad en nombre de
Júpiter, protector de los suplicantes y de los forasteros.
- No sabes lo que te pescas si crees que a
los cíclopes nos importa Zeus -dijo
Polifemo.
Y, acercándose de un salto, cogió a dos de
ellos, los estrelló de cabeza contra el suelo y se los tragó crudos y enteros.
Después se durmió, tumbado en medio de la cueva. Ulises, dolido y rabioso, estuvo a punto de ir a
clavarle su espada en los hígados, pero se contuvo, pensando que ellos no
podrían quitar el peñasco de la puerta. Suspirando, aguardó el alba.
Al amanecer, el cíclope volvió al ordeño,
cogió dos hombres más, se aderezó el almuerzo, y cuando estuvo harto sacó el
rebaño y se fue, después de dejar bien cerrados a Ulises y a los ocho hombres.
El astuto Ulises tuvo una idea. Cogió una maza del gigante,
larga como un mástil de nave, la cortó, la aguzó y, cuando hubo endurecido la
punta al fuego, la enterró bajo el estiércol. Por la noche, el cíclope se cenó
otros dos hombres; pero he aquí que Ulises
se le acerca con un tazón de vino tinto:
- Toma, cíclope, bebe; para que sepas qué
presente era el que te traíamos.
Polifemo lo apuró; y, como le gustaba, pidió
más:
- Dime tu nombre para que, a mi vez, te
ofrezca presente de hospitalidad.
- Me llamo Nadie -contestó Ulises.
Polifemo comenzó a tambalearse y pronto cayó de espaldas, dormido y
roncando. Entonces los seis hombres y el héroe pusieron roja al fuego la punta
de la estaca y se la hundieron en el ojo. El monstruo pegó un salto y comenzó a
gritar como un loco. Los cíclopes acudieron de todas partes.
- ¿Qué es eso, Polifemo? ¿Por qué vociferas
así y nos quitas el sueño?
- ¡Amigos, Nadie me mata!
- Pues si nadie te mata, es que Zeus te manda
alguna enfermedad. Acude a tu padre, Poseidón.
Y se volvieron, burlados por la treta de
Ulises. Por miedo a que sus cautivos se
escapasen, el cíclope, ciego, se sentó en el umbral; pero Ulises imaginó otra estratagema. Se ataron todos
bajo la panza de los carneros, entre la lana abundante, y Polifemo, palpando,
creyó que era su rebaño sólo el que salía.
Llenaron la nave de reses y remaron hacia los
otros compañeros que esperaban en la isla. Todo habría ido bien si Ulises, por orgullo, no le hubiese vociferado a
Polifemo:
- Cíclope, los dioses te castigan por tus
maldades.
El monstruo, enfurecido, arrancó la cima de
una montaña y se la arrojó. Cayó delante de la proa, el agua cedió a la mole y
se hinchó luego. La nave llegó a rozar la misma orilla. A fuerza de remos se
salvaron.
- Cíclope -volvió a gritar Ulises-, si alguno te pregunta quién te ha cegado,
dile que Ulises, el de Ítaca, destructor
de Troya.
- ¡Ah! -exclamó Polifemo-. ¡Ya me lo habían
predicho! Pero yo esperaba un gigante y ha comparecido un hombrecillo de nada.
Y, tendiendo las manos al cielo, pidió a su
padre Poseidón:
- Tú, que rodeas la tierra, haz que Ulises
aunque por voluntad del destino vuelva a Ítaca, llegue tarde, solo y en nave
extraña.
Y el dios de la azul y mojada melena le
escuchó. De aquí nacieron las grandes fatigas que Ulises padeció en el mar. Homero: La Odisea.
1.-Comprensión.
Busca en el diccionario las palabras
siguientes:
aprisco pellejo zurrón escudriñar aguzar
treta vociferar estratagema mole
Responde a estas preguntas que te ayudarán a
entender mejor el relato:
¿Quién es el protagonista del relato?
¿Adónde llega con sus hombres?
¿Con quién se encuentran? ¿Cómo los recibe:
con hospitalidad o de un modo agresivo?
¿Qué se le
ocurre al protagonista para huir de su enemigo?
¿Qué maldición
pide el Cíclope que recaiga sobre
Ulises? ¿A quién se lo pide?
-Según el relato, ¿qué es más importante: la
inteligencia o la fuerza? Explica cuál es tu opinión.
2.
Investigación (http://www.elhuevodechocolate.com/odisea1.htm)
Ulises rey de
Ítaca, vuelve vencedor de la guerra de Troya con sus guerreros y sus barcos.
Pero los Dioses le impiden regresar a su patria, y debe recorrer los mares
sorteando los peligros que encuentra en su camino. Tras diez años de aventuras,
solo y sin nada, llega a Ítaca. Pero...
- ¿Sabes cómo continúa la Odisea después del episodio
del Cíclope? ¿Qué otras aventuras sucedieron a Ulises en su camino de Troya
hasta Ítaca? ¿Qué le ocurre cuando llega allí?
- La Odisea sucede en la Grecia antigua. Busca
información en un diccionario de mitología griega acerca de los dioses griegos
que se mencionan, en el relato, ¿Quién es Poseidón? ¿Y Zeus?
III
Lee el siguiente texto y contesta las preguntas que
encontrarás a continuación:
CREMA
DE SAN JOSÉ - CREMA CATALANA
Ingredientes para seis personas:
Un litro de
leche
25 g. de almidón flor
6 yemas de
huevo
Un canutillo de canela
150 g. de azúcar La corteza
fina de un limón
Instrucciones:
En un recipiente
hondo se baten las yemas junto con el azúcar. Del litro de leche se toma una
taza y en ella se disuelve el almidón; el resto de la leche junto con la piel
del limón y la canela se pone al fuego, en un cazo, hasta que hierva.
Luego se vierte, a través de un colador,
en el recipiente que contiene las yemas y el azúcar, y se añade enseguida el
almidón diluido en la taza de leche que hemos reservado. Remuévase y mézclese
bien.
Acérquese el recipiente al fuego y
remuévase la crema de forma continuada con la espátula o el batidor. Cuando
esté a punto de hervir, se separa del fuego, se vierte en una fuente, a
través de un colador fino, y se deja enfriar.
Cuando ya esté totalmente fría, se esparce por su superficie una capa
de azúcar molido y se tuesta, aplicándole encima una pala especial o un
hierro calentado al rojo vivo, hasta que el azúcar se carameliza y forma una
capa sólida y de color tostado.
Es
de bonito efecto adornarla con nata montada o galletas finas o bizcochos.
N. Luján, J. Perucho, El libro de la cocina española
|
1. ¿De qué tipo de plato se trata?
Entrante
Primer plato
Segundo plato
Postre
2. ¿Cuántos recipientes se usan para completar la
receta?
2
3
4
5 ó más
3. ¿El almidón con leche debe llegar a hervir?
Sí
Casi
No, pero debe
calentarse un poco
No, debe estar
frío.
4. Una vez preparada la mezcla final, debemos:
Remover
continuadamente
Mantenerla en
ebullición durante cinco minutos
Dejarla en
reposo
Batir la crema
hasta que esté a punto de hervir y retirar del fuego.
5. Para tostar la crema debemos:
Hacerlo cuando
la mezcla aún está caliente.
Esperar a que
se enfríe
El texto no
dice nada al respecto
Meterla en el
horno a 250 grados.
IV
ESTABLECER RELACIONES
En esta lección vas a aprender
a encontrar relaciones entre ideas y palabras. Leer es un ejercicio constante
de relacionar ideas. Si las ideas de un texto no tuvieran relación unas con
otras, no se entendería nada. Con nuestra aguja e hilo invisibles, vamos
uniendo palabras, ensartándolas, “enhebrándolas”. Hemos de aprender a hacerlo
bien para que no se nos escapen las relaciones, semejanzas y vínculos.
Vamos a empezar con un breve
cuento, una leyenda.
EL LABERINTO
Cuentan que hubo un rey en
Babilonia que reunió a los mejores sabios y obreros del reino y les ordenó
construir un laberinto tan difícil de salir de él que nadie se atreviera a
entrar, y los que lo hicieran se perdieran al no encontrar la salida.
Con el paso del tiempo, vino a
su palacio un rey árabe, cuyo país estaba en el desierto. El rey de Babilonia,
para burlarse hizo que el invitado se metiera en el laberinto. Luego lo dejó
solo. Y el rey árabe se perdió dentro. Comenzó a andar sin poder encontrar su
salida, subiendo escaleras, atravesando puertas, rodeando muros, hasta que
llegó la noche, y la pasó yendo de un lugar a otro del laberinto, muy
desorientado y desesperado, hasta que con el alba encontró la salida y logró
sobrevivir.
El rey de Arabia fue a ver de
nuevo a su anfitrión para quejarse por lo que le había hecho. Pero se dio
cuenta de que el rey de Babilonia se reiría de él, y decidió disimular su
enfado y tomárselo como una broma, para después vengarse. Así que le dijo que
había sido una aventura muy divertida, y se rieron los dos.
-Le invito a venir a mi país
-le dijo al rey de Babilonia-, donde tengo un laberinto mucho más divertido.
El rey de Babilonia se dio
cuenta de que no podía rechazar la oferta del otro rey, porque quedaría como un
cobarde, así que le comentó:
-Acepto vuestra generosa
invitación, y así veréis que yo también soy hábil en salir de laberintos.
Se pusieron los dos reyes en
camino con sus pajes. El rey de Babilonia montaba un caballo, y el de Arabia un
camello, animal que nunca en su reino. Al cabo de varios días de viaje,
entraron en un desierto árido y tan extenso que no se veía el final.
-¿Qué país tan extraño es éste?
-preguntó el rey de Babilonia.
-Es mi país -repuso el rey de
Arabia-. Oh, rey, en Babilonia me quisiste perder en un laberinto con muchas
escaleras, puertas y muros. Ahora te voy a enseñar el mío, donde no hay
escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni pasillos que recorrer, ni muros
que te impidan el paso. Éste es mi laberinto.
Y huyó en su camello y lo dejó solo y abandonado en mitad del desierto,
condenándolo a morir de hambre y de sed.
Cuestiones de comprensión.
¿Por qué quiso el rey de
Babilonia que entrara el rey árabe en su
laberinto?
¿Se enfadó mucho el rey árabe cuándo salió?
¿Cómo reaccionó ante el rey de Babilonia?
¿Por qué el rey de Arabia invitó a su país al rey de Babilonia?
¿Por qué aceptó la invitación el rey de Babilonia?
¿Qué laberinto le enseñó el rey árabe al rey de Babilonia?
¿De qué trata esta historia? Haz un resumen
......................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................
Si has entendido bien el texto,
habrás encontrado la relación entre el laberinto de Babilonia y el laberinto de
Arabia. Habrás visto que la reacción del rey de Arabia se corresponde con la
jugada que le hace el rey de Babilonia. Si no vemos relación entre las partes
de un cuento como éste significa que no lo hemos entendido.
También habrás notado que el
cuento no tendría sentido si cambiáramos el orden de los laberintos, y el
primero en aparecer fuera el de Arabia, y el segundo, el de Babilonia. Esto se
llama relación temporal. En toda relación temporal tenemos que entender
que hay un antes y un después, una causa y un efecto.
Vamos a hacer unos ejercicios
para encontrar la relación temporal entre las oraciones o frases:
Ejercicio 1
Instrucciones: ordena
las oraciones de 1 a 4, según el orden en que deberían estar:
· En realidad, no serías más que una
gran masa deforme.
· Sin embargo, el esqueleto de un
edificio está hecho de cemento y acero, mientras que el tuyo está hecho de
huesos.
· Sin estos huesos no podrías ponerte
de pie ni mantener tu cabeza erguida.
·
Un edificio
necesita un esqueleto para darle forma, al igual que tú.
V
Los dos reyes y los
dos laberintos
[Cuento. Texto completo]
[Cuento. Texto completo]
Jorge Luis Borges
Cuentan
los hombres dignos de fe (pero Alá sabe más) que en los primeros días hubo un
rey de las islas de Babilonia que congregó a sus arquitectos y magos y les
mandó a construir un laberinto tan perplejo y sutil que los varones más
prudentes no se aventuraban a entrar, y los que entraban se perdían. Esa obra
era un escándalo, porque la confusión y la maravilla son operaciones propias de
Dios y no de los hombres. Con el andar del tiempo vino a su corte un rey de los
árabes, y el rey de Babilonia (para hacer burla de la simplicidad de su
huésped) lo hizo penetrar en el laberinto, donde vagó afrentado y confundido
hasta la declinación de la tarde. Entonces imploró socorro divino y dio con la
puerta. Sus labios no profirieron queja ninguna, pero le dijo al rey de
Babilonia que él en Arabia tenía otro laberinto y que, si Dios era servido, se
lo daría a conocer algún día. Luego regresó a Arabia, juntó sus capitanes y sus
alcaides y estragó los reinos de Babilonia con tan venturosa fortuna que
derribo sus castillos, rompió sus gentes e hizo cautivo al mismo rey. Lo amarró
encima de un camello veloz y lo llevó al desierto. Cabalgaron tres días, y le
dijo: "Oh, rey del tiempo y substancia y cifra del siglo! en Babilonia me
quisiste perder en un laberinto de bronce con muchas escaleras, puertas y
muros; ahora el Poderoso ha tenido a bien que te muestre el mío, donde no hay
escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías que recorrer,
ni muros que veden el paso." Luego le desató las ligaduras y lo abandonó
en la mitad del desierto, donde murió de hambre y de sed. La gloria sea con
aquel que no muere.
FIN
VI
El
pescadorcito Urashima
Vivía hace
muchísimo tiempo, en la costa del mar del Japón, un pescadorcito llamado
Urashima, amable muchacho, y muy listo con la caña y el anzuelo.
Cierto día salió
a pescar en su barca; pero en vez de coger un pez, ¿qué piensas que cogió? Pues
bien: cogió una gran tortuga con una concha muy recia[1] y
una cara vieja, arrugada y fea, y un rabillo muy largo. Bueno será que sepas
una cosa, que sin duda no sabes, y es que las tortugas viven mil años: al menos
las japonesas los viven.
A Urashima le dio
pena la tortuga y la echó de nuevo al mar. Después, decidió dormir la siesta.
Apenas se durmió, salió del seno de las olas una hermosa dama que entró en la
barca y dijo:
-Yo soy la hija
del dios del mar y vivo con mi padre en el Palacio del Dragón, allende[2]
los mares. No fue tortuga lo que pescaste poco ha[3] y
tan generosamente pusiste de nuevo en el agua en vez de matarla. Era yo misma,
enviada por mi padre, el dios del mar, para ver si tú eras bueno o malo. Ahora,
como ya sabemos que eres bueno, si quieres, nos casaremos y viviremos
felizmente juntos, más de mil años, en el Palacio del Dragón, allende los mares
azules.
Tomó entonces
Urashima un remo y la princesa marina otro; y remaron, remaron, hasta arribar[4]
por último al Palacio del Dragón, donde el dios de la mar vivía e imperaba,
como rey, sobre todos los dragones, tortugas y peces.
Allí vivieron
dichosos más de tres años, paseando todos los días por entre árboles con hojas
de esmeraldas y frutas de rubíes.
Pero una mañana
dijo Urashima a su mujer:
-Muy contento y
satisfecho estoy aquí. Necesito, no obstante, volver a mi casa y ver a mi
padre, a mi madre, a mis hermanos y a mis hermanas. Déjame ir por poco tiempo y
pronto volveré.
-No gusto de que
te vayas -contestó ella-. Toma, con todo, esta caja, y cuida mucho de no
abrirla. Si la abres a pesar de mi advertencia, no lograrás nunca volver a
verme.
Prometió Urashima tener mucho cuidado con la
caja y no abrirla por nada del mundo. Luego entró en su barca, navegó mucho, y
al fin desembarcó en la costa de su país natal.
Pero ¿qué había
ocurrido durante su ausencia? ¿Dónde estaba la choza de su padre? ¿Qué había
sido de la aldea en que solía vivir? Las montañas, por cierto, estaban allí
como antes; pero los árboles habían sido cortados. Acertó entonces a pasar un
hombre por allí cerca y Urashima le preguntó:
-¿Puedes decirme,
te ruego, dónde está la choza de Urashima, que se hallaba aquí antes?
-¿Urashima?
-contestó el hombre-. ¿Cómo preguntas por él, si hace cuatrocientos años que
desapareció pescando? Su padre, su madre, sus hermanos, los nietos de sus
hermanos, hace siglos que murieron. Ésa es una historia muy antigua.
De súbito acudió
a la mente de Urashima la idea de que el Palacio del Dragón, allende los mares,
con sus muros de coral y sus frutas de rubíes, y sus dragones con colas de oro,
había de ser parte del país de las hadas, donde un día es más largo que un año
en este mundo, y que sus tres años en compañía de la princesa habían sido
cuatrocientos. De nada le valía, pues, permanecer ya en su tierra, donde todos
sus parientes y amigos habían muerto, y donde hasta su propia aldea había
desaparecido.
Con gran
precipitación y atolondramiento pensó entonces Urashima en volverse con su
mujer, allende los mares. Pero ¿cuál era el rumbo que debía seguir? ¿Quién se
lo marcaría?
-Tal vez -caviló-
si abro la caja que ella me dio, descubra el secreto y el camino que busco.
Así desobedeció las órdenes que le había dado
la princesa, o bien no las recordó en aquel momento, por lo trastornado que
estaba.
Comoquiera que
fuese, Urashima abrió la caja. ¿Y qué piensas que salió de allí? Salió una nube
blanca, que se fue flotando sobre el mar. Gritaba él en balde a la nube que se
parase. Entonces recordó con tristeza lo que su mujer le había dicho deque,
después de haber abierto la caja, no habría ya medio de que volviese al palacio
del dios de la mar.
Pronto ya no pudo Urashima ni gritar, ni
correr hacia la playa en pos de la nube.
De repente, sus cabellos se pusieron
blancos como la nieve, su rostro se cubrió de arrugas, y sus espaldas se
encorvaron como las de un hombre decrépito. Después le faltó el aliento. Y, al
fin, cayó muerto en la playa.
Juan Valera
VII
El pescadorcito
Urashima
Vivía hace
muchísimo tiempo, en la costa del mar del Japón, un pescadorcito llamado
Urashima, amable muchacho, y muy listo con la caña y el anzuelo.
Cierto día salió
a pescar en su barca; pero en vez de coger un pez, ¿qué piensas que cogió? Pues
bien: cogió una gran tortuga con una concha muy recia[5] y
una cara vieja, arrugada y fea, y un rabillo muy largo. Bueno será que sepas
una cosa, que sin duda no sabes, y es que las tortugas viven mil años: al menos
las japonesas los viven.
A Urashima le dio
pena la tortuga y la echó de nuevo al mar. Después, decidió dormir la siesta.
Apenas se durmió, salió del seno de las olas una hermosa dama que entró en la
barca y dijo:
-Yo soy la hija
del dios del mar y vivo con mi padre en el Palacio del Dragón, allende[6]
los mares. No fue tortuga lo que pescaste poco ha[7] y
tan generosamente pusiste de nuevo en el agua en vez de matarla. Era yo misma,
enviada por mi padre, el dios del mar, para ver si tú eras bueno o malo. Ahora,
como ya sabemos que eres bueno, si quieres, nos casaremos y viviremos
felizmente juntos, más de mil años, en el Palacio del Dragón, allende los mares
azules.
Tomó entonces
Urashima un remo y la princesa marina otro; y remaron, remaron, hasta arribar[8]
por último al Palacio del Dragón, donde el dios de la mar vivía e imperaba,
como rey, sobre todos los dragones, tortugas y peces.
Allí vivieron
dichosos más de tres años, paseando todos los días por entre árboles con hojas
de esmeraldas y frutas de rubíes.
Pero una mañana
dijo Urashima a su mujer:
-Muy contento y
satisfecho estoy aquí. Necesito, no obstante, volver a mi casa y ver a mi
padre, a mi madre, a mis hermanos y a mis hermanas. Déjame ir por poco tiempo y
pronto volveré.
-No gusto de que
te vayas -contestó ella-. Toma, con todo, esta caja, y cuida mucho de no
abrirla. Si la abres a pesar de mi advertencia, no lograrás nunca volver a
verme.
Prometió Urashima tener mucho cuidado con la
caja y no abrirla por nada del mundo. Luego entró en su barca, navegó mucho, y
al fin desembarcó en la costa de su país natal.
Pero ¿qué había
ocurrido durante su ausencia? ¿Dónde estaba la choza de su padre? ¿Qué había
sido de la aldea en que solía vivir? Las montañas, por cierto, estaban allí
como antes; pero los árboles habían sido cortados. Acertó entonces a pasar un
hombre por allí cerca y Urashima le preguntó:
-¿Puedes decirme,
te ruego, dónde está la choza de Urashima, que se hallaba aquí antes?
-¿Urashima?
-contestó el hombre-. ¿Cómo preguntas por él, si hace cuatrocientos años que
desapareció pescando? Su padre, su madre, sus hermanos, los nietos de sus
hermanos, hace siglos que murieron. Ésa es una historia muy antigua.
De súbito acudió
a la mente de Urashima la idea de que el Palacio del Dragón, allende los mares,
con sus muros de coral y sus frutas de rubíes, y sus dragones con colas de oro,
había de ser parte del país de las hadas, donde un día es más largo que un año
en este mundo, y que sus tres años en compañía de la princesa habían sido cuatrocientos.
De nada le valía, pues, permanecer ya en su tierra, donde todos sus parientes y
amigos habían muerto, y donde hasta su propia aldea había desaparecido.
Con gran
precipitación y atolondramiento pensó entonces Urashima en volverse con su
mujer, allende los mares. Pero ¿cuál era el rumbo que debía seguir? ¿Quién se
lo marcaría?
-Tal vez -caviló-
si abro la caja que ella me dio, descubra el secreto y el camino que busco.
Así desobedeció las órdenes que le había dado
la princesa, o bien no las recordó en aquel momento, por lo trastornado que
estaba.
Comoquiera que
fuese, Urashima abrió la caja. ¿Y qué piensas que salió de allí? Salió una nube
blanca, que se fue flotando sobre el mar. Gritaba él en balde a la nube que se
parase. Entonces recordó con tristeza lo que su mujer le había dicho deque,
después de haber abierto la caja, no habría ya medio de que volviese al palacio
del dios de la mar.
Pronto ya no pudo Urashima ni gritar, ni
correr hacia la playa en pos de la nube.
De repente, sus cabellos se pusieron
blancos como la nieve, su rostro se cubrió de arrugas, y sus espaldas se
encorvaron como las de un hombre decrépito. Después le faltó el aliento. Y, al
fin, cayó muerto en la playa.
Juan Valera
[1] recio: duro, fuerte.
[2] allende: más allá de, al otro lado de
[3] ha: hace
[4] arribar: llegar
[5] recio: duro, fuerte.
[6] allende: más allá de, al otro lado de
[7] ha: hace
[8] arribar: llegar
ABRIL 17 -2014 una fecha para recordar...
La vida de Gabriel García Márquez en imágenes
Hasta siempre Gabo
(AFP) El Nobel de literatura Gabriel García Márquez falleció este jueves a los 87 años en Ciudad de México, informó el presidente colombiano, Juan Manuel Santos, en su cuenta en Twitter.
"Mil años de soledad y tristeza por la muerte del más grande colombiano de todos los tiempos! Solidaridad y condolencias a la Gaba y familia", escribió Santos en la red social.
El pasado 8 de abril García Márquez, ganador del Nobel de literatura en 1982, había salido en estado "delicado" del prestigioso Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán de Ciudad de México, después de haber estado ocho días internado por un cuadro de neumonía.
Desde entonces había permanecido bajo vigilancia médica en su residencia de la capital mexicana, desde donde su familia reiteró que el estado de salud del Nobel era "muy frágil".
Afincado en México desde hace más de tres décadas, García Márquez ha vivido los últimos años retirado de la vida pública y en sus escasas apariciones ha preferido no hacer declaraciones a la prensa.
El colombiano es considerado una de las principales plumas de la historia de la literatura en español y autor de algunas de las novelas más aplaudidas del siglo XX, como su obra cumbre, "Cien años de soledad" (1967)
ARTE ESCÉNICO EN COLOMBIA.
RA
HISTORIA DEL TEATRO EN COLOMBIA
PRODUCTO DEL PROYECTO........................ELABORAR UN PLEGABLE, UN AFICHE, UNA DIAPOSITIVA U OTRA FORMA CREATIVA PARA DAR UN INFORME DE LECTURA Y MOTIVACIÓN A OTROS PARA INVITARLOS A SU LECTURA....RECUERDA OBRA DE TEATRO COLOMBIANA.(ENTREGAR SEMANA 10.)
teatro en Colombia fue introducido durante la época de colonización española que se dio entre 1550 y 1810. Los españoles llevaban compañías de zarzuela esporádicamente.
A finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX el más importante centro teatral de Colombia eran los teatros Colón y Municipal en Bogotá, edificados al estilo italiano. El interés por el teatro se extendió a otras ciudades de Colombia en las primeras décadas del Siglo XX se edificaron diferentes teatros en Cali, Medellín, Cartagena, Popayán y otros centros urbanos, en un proceso que contribuye a la aparición de autores y compañías teatrales.
INICIOS ÉPOCA COLONIZACIÓN
Fue introducido durante la colonización española con compañías de zarzuela, que trataban de borrar la antigua identidad e implantar la nueva religión. Se basa sobretodo en modelos españoles
Sor Juana Inés de la Cruz Sus principales obras fueron:
* Empeños de una casa
* Amor es mas laberinto
* El cetro de José
* El divino narciso
*
TRANSICIÓN SIGLO XIX Y XX
* Primeros autores:
* Lorenzo Marroquín
* Adolfo de León Gómez
* Escritura teatral:
* José Eustaquio Rivera
* Porfirio Barba Jacob
* José María Vargas Vila
* Gruta simbólica:
* Federico Rivas Frade
* Clímaco SotoBorda
PRIMERA MITAD DEL SIGLO XX
* Antonio Álvarez
* Su mejor obra fue “Zarpazo” Creo una compañía llamada renacimiento. Sus obras mas sobresalientes se basan en dramas inspirados en Echeragay o Benavente. Una de sus obras fue llevada al cine: “Como los Muertos”
* Luis Enrique Osorio
* Creo la Compañía Dramática Nacional para luego ser la Compañía Bogotana de Comedias. Instauro el Teatro Municipal
* Utilizaba lenguaje sencillo de carácter coloquial con elementos costumbristas muy ligados a la clase media capitalista.
AUTORES DE MEDIO SIGLO
* En este periodo apareció la radio y la televisión y se aprovechó estos nuevos medios de comunicación para impulsar el teatro con radio teatro y teleteatro.
* Las inquietudes sociales son utilizadas por Manuel Zapata Olivella para mostrar la situación critica de la marginalidad delas negritudes y los indígenas
* Hacia medio siglo aparecen la caricatura política creada por Emilio Campos “campitos” ya que el imitaba las voces de estos mismo
SEKI SANO Traído por las directivas de la televisión colombiana para cambiar las antiguas formas de actuación y convertirlas en mas naturales basadas en los recuerdos de los actores De ahí sale una promoción que se ubica en la primera Etapa de la Escuela de Teatro del Distrito.
Otros autores
Jorge Zalamea Borda
Arturo CamachoJorge Rojas
Rafael Guisado
Umaña Bernal
INICIO DE LOS GRUPOS TEATRALES EN COLOMBIA
Los Grupos Teatrales de Bogotá
* La Escuela Nacional de Arte Dramático se instaura en la sala palomar del teatro Colon por Juan de Mena y Víctor Mallarino.
* En Bogotá se hacen lo primeros festivales de teatro en 1956 Y 1957.
* En 1966 Santiago García y otros dramaturgos fundaron la Casa de la Cultura, que mas tarde se convertiría en el Teatro la Candelaria. Este se inicio presentando obras como “BertlhBrecth”, “Esquilo´, “Ramón del valle del Inclán”. Después Santiago se dedico a la investigación de la dramaturgia nacional y la creación de sus propias obras, mediante la creación colectiva
* Tras el surgimiento de este grupo comenzaron a formar a fines de los años 60 y comienzos delos 70 otros grupos como el “Teatro la Mama” creado en un principio por Kepa Amustachegui.
* En 1968 fue creado el Teatro Popular de Bogotá de un grupo de directores formados en la escuela de Praga; ellos eran Jaime Santos, Jorge Alí Triana y Rosario Montaña. Este grupo realizo una importante gira a nivel nacional y se consolido su sede en el antiguo teatro Odeón. El TPB trabajo un poco mas de 25 años con un variado repertorio en el teatro mundial
* Teatro libre de Bogotá Fue creado por Ricardo Camacho a mediados del siglo XX. Cuenta con destacados directores como Jorge Plata y dramaturgos como Jairo Aníbal Niño. Se creo una escuela de teatro que ha logrado importantes resultados deformación de actores y directores de finales de siglo XX
Umaña Bernal
INICIO DE LOS GRUPOS TEATRALES EN COLOMBIA
Los Grupos Teatrales de Bogotá
* La Escuela Nacional de Arte Dramático se instaura en la sala palomar del teatro Colon por Juan de Mena y Víctor Mallarino.
* En Bogotá se hacen lo primeros festivales de teatro en 1956 Y 1957.
* En 1966 Santiago García y otros dramaturgos fundaron la Casa de la Cultura, que mas tarde se convertiría en el Teatro la Candelaria. Este se inicio presentando obras como “BertlhBrecth”, “Esquilo´, “Ramón del valle del Inclán”. Después Santiago se dedico a la investigación de la dramaturgia nacional y la creación de sus propias obras, mediante la creación colectiva
* Tras el surgimiento de este grupo comenzaron a formar a fines de los años 60 y comienzos delos 70 otros grupos como el “Teatro la Mama” creado en un principio por Kepa Amustachegui.
* En 1968 fue creado el Teatro Popular de Bogotá de un grupo de directores formados en la escuela de Praga; ellos eran Jaime Santos, Jorge Alí Triana y Rosario Montaña. Este grupo realizo una importante gira a nivel nacional y se consolido su sede en el antiguo teatro Odeón. El TPB trabajo un poco mas de 25 años con un variado repertorio en el teatro mundial
* Teatro libre de Bogotá Fue creado por Ricardo Camacho a mediados del siglo XX. Cuenta con destacados directores como Jorge Plata y dramaturgos como Jairo Aníbal Niño. Se creo una escuela de teatro que ha logrado importantes resultados deformación de actores y directores de finales de siglo XX
* El Teatro nacional Tenia como directora la tan afamada Fanny Mikey, este teatro es el de mayor renombre en la capital. Es el responsable de la creación de la “Casa Teatro” en donde se presentan muchos grupos. Además tiene el merito de la creación y continuidad del Festival Iberoamericano de Teatro.
FANNY MIKEY Creo junto a Enrique Buenaventura el TEC. Fue la gestora junto a Jorge Alí Triana y Jaime Santos el Teatro Popular de Bogotá TPB. En los años80 incursiona en la creación del Teatro Nacional, y es la gestora del festival Iberoamericano de Teatro en Bogotá. Es una de las figuras de mayor renombre en el arte dramático.
ARTE DRAMATICO EN CALI
* Se inicio con la escuela Departamental de teatro español de Cayetano Luca de Tena que luego tomo Buenaventura. Después surgió el Festival de Arte de Cali de la que fue gestora Fanny Mikey. Jugo un papel importante en los años 60 en la Escuela de Teatro Distrito mas tarde llamad Luis Enrique Osorio.
* Enrique Buenaventura Es considerado como una delas figuras mas destacadas del teatro latinoamericano en el siglo XX. El creo el TEC (Teatro Escuela Cali), es considerado como el artífice del teatro
colombiano del siglo XX.
ARTE DRAMATICO DE MEDELLIN
En Medellín Gilberto Martínez y Mario Yepes lograron impulsar la creación de grupos como el surgimiento dela nueva dramaturgia.
También podemos considerar estos grupos de granrenombre que se desarrollaron en esta ciudad.
* El grupo Matacandelas dirigido por Cristóbal Peláez
* El grupo Ex fanfarria con obras de José Manuel Freidel
* El pequeño teatro por Rodrigo Saldarriaga
* El Taller de Artes de Medellín por Samuel Vásquez
* El Grupo Águilas Descalza con su obra “País Paisa” éxito en la taquilla
FESTIVALES DE TEATRO
* Los festivales de teatro han contribuido a desarrollar la actividad escénica en Colombia, cabe destacar:
* El festival nacional de Teatro en1957 iniciado por Bernardo Romero Lozano A partir de 1965 se comenzaron a celebrar los festivales de teatro universitario.
* En 1968 se creó el Festival de Teatro Internacional de Manizales con el fin de hacer muestras del teatro hispanoamericano.
* Por último y el más ambicioso de los festivales se consolida a finales de siglo como el Festival Iberoamericano de Teatro en Bogotá con una amplia concurrencia de grupos de todo el mundo y ha adquirido un prestigio a nivel mundial
WEBGRAFIA
http://es.scribd.com/doc/56474208/Historia-Del-Teatro-en-Colombia es.wikipedia.org/wiki/Teatro_de_Colombia.
ARTE DRAMATICO DE MEDELLIN
En Medellín Gilberto Martínez y Mario Yepes lograron impulsar la creación de grupos como el surgimiento dela nueva dramaturgia.
También podemos considerar estos grupos de granrenombre que se desarrollaron en esta ciudad.
* El grupo Matacandelas dirigido por Cristóbal Peláez
* El grupo Ex fanfarria con obras de José Manuel Freidel
* El pequeño teatro por Rodrigo Saldarriaga
* El Taller de Artes de Medellín por Samuel Vásquez
* El Grupo Águilas Descalza con su obra “País Paisa” éxito en la taquilla
FESTIVALES DE TEATRO
* Los festivales de teatro han contribuido a desarrollar la actividad escénica en Colombia, cabe destacar:
* El festival nacional de Teatro en1957 iniciado por Bernardo Romero Lozano A partir de 1965 se comenzaron a celebrar los festivales de teatro universitario.
* En 1968 se creó el Festival de Teatro Internacional de Manizales con el fin de hacer muestras del teatro hispanoamericano.
* Por último y el más ambicioso de los festivales se consolida a finales de siglo como el Festival Iberoamericano de Teatro en Bogotá con una amplia concurrencia de grupos de todo el mundo y ha adquirido un prestigio a nivel mundial
WEBGRAFIA
http://es.scribd.com/doc/56474208/Historia-Del-Teatro-en-Colombia es.wikipedia.org/wiki/Teatro_de_Colombia.
ten en cuenta la clasificación de los periodos de la literatura en la publicación anterior, y completa con los aportes de la clase que se hicieron en la semana.
- Período de la Conquista.
- Período de la Colonia.
- Período Romántico.
- Período Costumbrista.
- Período Contemporáneo.
- Período Actual.
Autores representativos y sus obras.
(se recibe el día 6 de Mayo)
Recordemos lo visto en las clases...
Período de la Conquista:
Las primeras narraciones o crónicas de nuestro territorio fueron hechas al calor de la novedad, del paisaje y de la aventura de los conquistadores. Los hechos que se narraban estaban más cerca de la realidad que de la ficción, aunque la imaginación de los cronistas siempre estuvo presente.
En el siglo XVI, se inicia la colonización de estas tierra; dos escritores españoles, Don Gonzalo Jiménez de Quesada y Don Juan de Castellanos, sobresalen en el campo de las letras; el primero con su libro "El antijovio" y el segundo con "Elegías de varones ilustres de Indias".
Período de la Colonia:
Marco histórico-Social:
- Después de la conquista de América, la religión católica tuvo gran difusión.
- Fueron creciendo las ciudades y los indígenas asimilaban la cultura española.
- Había tres clases sociales: Los españoles, los criollos y mestizos,los indios y los negros.
- Existió ambiente favorable para la cultura, aunque a ella sólo tenía acceso los más privilegiados.
- Sobresalió la arquitectura y la pintura.
- La expresión literaria fue la CRÓNICA.
La crónica, hecha por los españoles, da paso a escritores nacidos en la Nueva Granada, como:
- Juan Rodríguez Freile (1566). "El carnero", su obra principal y tal vez única, es la pintura de las costumbres y usos diarios de los Santafereños de entonces.
- Alonso de Zamora (Santa Fe 1635-1717) "Historia de la provincia de San Antonio del Nuevo reino de Granada"(Cinco libros).
- Lucas Fernandez de Piedrahita (Santa Fe 1624-1688) "Historia general del Nuevo reino de Granada".
Período Romántico:
Marco histórico-Social:
- Coincide el romanticismo con las por la independencia(1830-1860).
- Se exalta el petriotismo.
- Coincide igualmente con la organización política del estado (1860-1888).
- Se arraiga el sentimiento católico en todos los estados sociales.
- Nuestra narrativa se ve influida por novelista europeos.
De Rodriguez Freile, en el siglo XVII, damos un gran paso al siglo XIX; en este lapso, hubo un gran vacío de narradores y sólo lo venimos a llenar, cuando aparece publicada la primera novela colombiana.
Luego, en 1867, aparece la primera edición de "María" de Jorge Isaacs, novela que caracteriza todo el siglo XIX de nuestra narrativa. Era la época del Romanticismo, movimiento cultural y literario que refleja y apunta a los sentimientos amorosos más puros y delicados del hombre y a su ansia de libertad.
El Romanticismo es un período espiritual donde el paisaje y las costumbres son sosegadas y el sentimiento puesto antes que la acción.
Autores Como:
- Eugenio Díaz con su obra "Manuela".
- Eustaquio Palacios "El Alférez Real" (novela).
- José Manuel Marroquín "El moro", "La perrilla" (poesía).
Período Costumbrista:
Marco histórico- Social:
- Se afianza la nacionalidad, como consecuencia de la independencia política.
- Surgen rencillas políticas partidarias e inestabilidad económica.
- Las ciudades comienzan a tener problemas por el crecimiento de la población.
- se redacta una nueva Constitución Nacional.
- Se reclama lo terrígeno con orgullo.
Pocos años más tarde, aparece en el panorama de la Narrativa "Tomás Carrasqulla", costumbrista, que sería el precursor de nuestra cuentística y novelística. ël va más allá del romanticismo, abandona un poco tanta espiritualidad y escribe sobre la realidad circundante, sobre los problemas de los pobres, sus costumbres, sus sufrimientos y sus quejas. El humor es uno de los ingradientes de su obra.
- Daniel Samper Ortega "la Obsesión" (novela).
- José María Rivas Groot "Pax" (Novela en coautoría con Lorenzo Marroquín).
- Lorenzo Marroquín "Guayabo negro" (cuentos).
Período Modernista:
Marco histórico- social:
- En este período, ocurre la guerra de los mil días.
- Se separa Colombia de Panamá.
- Se inicia un fuerte avance político de Estados Unidos sobre América Latina.
- En 1888, se edita en chile la obra: "Azul", del creador del Modernismo, Rubén Darío.
Este período abarca los finales del siglo XIX y parte del XX. Simultáneamente con Carrasquilla, quien está en la etapa intermedia o de transición entre el romanticismo y el modernismo, aparece "José María Vargas Vila", el escritor más prolífico en la historia de nuestro país, como nombre de importancia en nuestra novela modernista.
El modernismo es el primer movimiento literario típicamente américano, de fines del siglo pasado y principios de éste. Los escritores abandonan las temáticas románticas, toman conciencia de los problemas sociales y, a su vez, desean vitalizar la literatura con un nuevo lenguaje de temas exóticos y lejanos en el espacio y en el tiempo. Sus temas y lenguajes asustan a las mentalidades tradicionalistas de la época por tratar, según los modernistas, de hacer en la sociedad y las letras.
Período postmodernista:
Marco histórico- social:
Este período se caracteriza por
- En lo social, trata de mejorar la calidad de vida de los proletarios, campesinos, mineros,colonos, petroleros, etc.
- En lo literario, por el abandono del lenguaje y los temas exóticos del Modernismo.
El siglo XX es la explosión de la narrativa Colombiana. Surgió en Colombia la gran novela americana de este período (primera mitad del siglo XX),escrita por José Eustacio Rivera: "La vorágine".
- César Uribe Piedrahita "Toá" (narraciones de caucherías).
- Luis Tablanca "Una derrota sin batalla" (novela).
- Eduardo Arias Suárez "Cuentos espirituales"
- Clímaco Soto Borda "Diana la cazadora (Novela costumbrista).
Período Comtemporáneo:
Marco histórico-social:
- Ha pasado la segunda guerra mundial.
- El sistema de comunicaciones ha acercado y unido al mundo.
- Sin embargo, el planeta tierra se divide en dos bloques económica y políticamente diferentes: El capitalismo y el socialismo.
- Dominan el mundo esos dos sistemas.
- Hay luchas reivindicatorias del proletariado en todo el mundo occidental; Colombia no es ajena a estos hechos.
- En latinoamérica surge el "boom" de la literatura (1960).
- Los escritores (muchos de ellos) toman una posición política de compromiso social.
- Hay influencia notable de la revolución cubana.
- Surge, a partir del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, La violencia política.
- Aparece el Frente Nacional, que da calma al país por 30 años, más o menos.
Pasada la primera mitad del siglo XX, se abre el abanico de narradores (novelistas, cuentistas), en lo que se ha denominado la literatura contemporánea.
Ahora, el escritor está comprometido con su país, con la suerte de sus gentes; critica el sistema económico, político y social que los gobierna; aparecen los temas sobre la violencia, sobre la injusticia social, etc.
Surge luminosamente el premio Nóbel colombiano, Gabriel García Márquez.
A este período corresponden autores como:
- Eduardo Zalamea Borda. "Cuatro años a bordo de mí mismo".
- Manuel Mejía Vallejo. "Al pie de la Ciudad", "La casa de las dos palmas".
- Jesús Zárate Moreno. "La cárcel".
- Adel López Gómez. "El niño que vivió su vida".
- Eduardo Caballero Calderón. "Manuel Pacho" (relato).
- Alvaro Cepeda Samudio. "La casa grande"
- Fernando soto Aparicio. "La rebelión de las ratas", "Mientras llueve".
Período Actual:
Marco histórico- social.
- Estamos en la era del computador y la alta tecnología; a pesar de ello el mundo está en guerra: continúan las injusticias sociales.
- La familia tradicional y el matrimonio se resquebrajan.
- En Colombia se produce un incremento de la violencia política y económica.
- Se presenta el fenómeno de la droga, Colombia- aún no considerado como consumidor_ es productor de coca.
Autores:
- Gustavo Alvarez Gardeazabal."El bazar de los idiotas".
- Triunfo Arciniegas. "La silla que perdió una pata y otros relatos".
- Fanny Buitrago. "El hostigante verano de los dioses".
- David Sánchez Juliao. "Pero sigo siendo el rey".
Entreo otros muchos de la actualidad. (Literatura narco..)
|
Gabriel García Márquez
(Aracataca, Colombia 1928—)
La increíble y triste historia
de la Cándida Eréndira
y su abuela desalmada
(Aracataca, Colombia 1928—)
La increíble y triste historia
de la Cándida Eréndira
y su abuela desalmada
Eréndira estaba bañando a la abuela cuando empezó el viento de su desgracia. La enorme mansión de argamasa lunar, extraviada en la soledad del desierto, se estremeció hasta los estribos con la primera embestida. Pero Eréndira y la abuela estaban hechas a los riesgos de aquella naturaleza desatinada, y apenas si notaron el calibre del viento en el baño adornado de pavorreales repetidos y mosaicos pueriles de termas romanas.
La abuela, desnuda y grande, parecía una hermosa ballena blanca en la alberca de mármol. La nieta había cumplido apenas los catorce años, y era lánguida y de huesos tiernos, y demasiado mansa para su edad. Con una parsimonia que tenía algo de rigor sagrado le hacía abluciones a la abuela con un agua en la que había hervido plantas depurativas y hojas de buen olor, y éstas se quedaban pegadas en las espaldas suculentas, en los cabellos metálicos y sueltos, en el hombro potente tatuado sin piedad con un escarnio de marineros.
—Anoche soñé que estaba esperando una carta —dijo la abuela.
Eréndira, que nunca hablaba si no era por motivos ineludibles, preguntó:
—¿Qué día era en el sueño?
—Jueves.
—Entonces era una carta con malas noticias —dijo Eréndira— pero no llegará nunca.
Cuando acabó de bañarla, llevó a la abuela a su dormitorio. Era tan gorda que sólo podía caminar apoyada en el hombro de la nieta, o con un báculo que parecía de obispo, pero aún en sus diligencias más difíciles se notaba el dominio de una grandeza anticuada. En la alcoba compuesta con un criterio excesivo y un poco demente, como toda la casa, Eréndira necesitó dos horas más para arreglar a la abuela. Le desenredó el cabello hebra por hebra, se lo perfumó y se lo peinó, le puso un vestido de flores ecuatoriales, le empolvó la cara con harina de talco, le pintó los labios con carmín, las mejillas con colorete, los párpados con almizcle y las uñas con esmalte de nácar, y cuando la tuvo emperifollado como una muñeca más grande que el tamaño humano la llevó a un jardín artificial de flores sofocantes como las del vestido, la sentó en una poltrona que tenía el fundamento y la alcurnia de un trono, y la dejó escuchando los discos fugaces del gramófono de bocina.
Mientras la abuela navegaba por las ciénagas del pasado, Eréndira se ocupó de barrer la casa, que era oscura y abigarrada, con muebles frenéticos y estatuas de césares inventados, y arañas de lágrimas y ángeles de alabastro, y un piano con barniz de oro, y numerosos relojes de formas y medidas imprevisibles. Tenía en el patio una cisterna para almacenar durante muchos años el agua llevada a lomo de indio desde manantiales remotos, y en una argolla de la cisterna había un avestruz raquítico, el único animal de plumas que pudo sobrevivir al tormento de aquel clima malvado. Estaba lejos de todo, en el alma del desierto, junto a una ranchería de calles miserables y ardientes, donde los chivos se suicidaban de desolación cuando soplaba el viento de la desgracia.
Aquel refugio incomprensible había sido construido por el marido de la abuela, un contrabandista legendario que se llamaba Amadís, con quien ella tuvo un hijo que también se llamaba Amadís, y que fue el padre de Eréndira. Nadie conoció los orígenes ni los motivos de esa familia. La versión más conocida en lengua de indios era que Amadís, el padre, había rescatado a su hermosa mujer de un prostíbulo de las Antillas, donde mató a un hombre a cuchilladas, y la traspuso para siempre en la impunidad del desierto. Cuando los Amadises murieron, el uno de fiebres melancólicas, y el otro acribillado en un pleito de rivales, la mujer enterró los cadáveres en el patio, despachó a las catorce sirvientas descalzas, y siguió apacentando sus sueños de grandeza en la penumbra de la casa furtiva, gracias al sacrificio de la nieta bastarda que había criado desde el nacimiento.
Sólo para dar cuerda y concertar a los relojes Eréndira necesitaba seis horas. El día en que empezó su desgracia no tuvo que hacerlo, pues los relojes tenían cuerda hasta la mañana siguiente, pero en cambio debió bañar y sobrevestir a la abuela, fregar los pisos, cocinar el almuerzo y bruñir la cristalería. Hacia las once, cuando le cambió el agua al cubo del avestruz y regó los yerbajos desérticos de las tumbas contiguas de los Amadises, tuvo que contrariar el coraje del viento que se había vuelto insoportable, pero no sintió el mal presagio de que aquél fuera el viento de su desgracia. A las doce estaba puliendo las últimas copas de champaña, cuando percibió un olor de caldo tierno, y tuvo que hacer un milagro para llegar corriendo hasta la cocina sin dejar a su paso un desastre de vidrios de Venecia.
Apenas si alcanzó a quitar la olla que empezaba a derramarse en la hornilla. Luego puso al fuego un guiso que ya tenía preparado, y aprovechó la ocasión para sentarse a descansar en un banco de la cocina. Cerró los ojos, los abrió después con una expresión sin cansancio, y empezó a echar la sopa en la sopera. Trabajaba dormida.
La abuela se había sentado sola en el extremo de una mesa de banquete con candelabros de plata y servicios para doce personas. Hizo sonar la campanilla, y casi al instante acudió Eréndira con la sopera humeante. En el momento en que le servía la sopa, la abuela advirtió sus modales de sonámbulo, y le pasó la mano frente a los ojos como limpiando un cristal invisible. La niña no vio la mano. La abuela la siguió con la mirada, y cuando Eréndira le dio la espalda para volver a la cocina, le gritó:
—Eréndira.
Despertada de golpe, la niña dejó caer la sopera en la alfombra.
—No es nada, hija —le dijo la abuela con una ternura cierta—. Te volviste a dormir caminando.
—Es la costumbre del cuerpo —se excusó Eréndira.
Recogió la sopera, todavía aturdida por el sueño, y trató de limpiar la mancha de la alfombra.
—Déjala así —la disuadió la abuela— esta tarde la lavas.
De modo que además de los oficios naturales de la tarde, Eréndira tuvo que lavar la alfombra del comedor, y aprovechó que estaba en el fregadero para lavar también la ropa del lunes, mientras el viento daba vueltas alrededor de la casa buscando un hueco para meterse. Tuvo tanto que hacer, que la noche se le vino encima sin que se diera cuenta, y cuando repuso la alfombra del comedor era la hora de acostarse.
La abuela había chapuceado el plano toda la tarde cantando en falsete para sí misma las canciones de su época, y aún le quedaban en los párpados los lamparones del almizcle con lágrimas. Pero cuando se tendió en la cama con el camisón de muselina se había restablecido de la amargura de los buenos recuerdos.
—Aprovecha mañana para lavar también la alfombra de la sala —le dijo a Eréndira—, que no ha visto el sol desde los tiempos del ruido.
—Sí, abuela —contestó la niña.
Cogió un abanico de plumas y empezó a abanicar a la matrona implacable que le recitaba el código del orden nocturno mientras se hundía en el sueño.
—Plancha toda la ropa antes de acostarte para que duermas con la conciencia tranquila.
—Sí, abuela.
—Revisa bien los roperos, que en las noches de viento tienen más hambre las polillas.
—Sí, abuela.
—Con el tiempo que te sobre sacas las flores al patio para que respiren.
—Sí, abuela.
—Y le pones su alimento al avestruz.
Se había dormido, pero siguió dando órdenes, pues de ella había heredado la nieta la virtud de continuar viviendo en el sueño. Eréndira salió del cuarto sin hacer ruido e hizo los últimos oficios de la noche, contestando siempre a los mandatos de la abuela dormida.
—Le das de beber a las tumbas.
—Sí, abuela.
—Antes de acostarte fíjate que todo quede en perfecto orden, pues las cosas sufren mucho cuando no se les pone a dormir en su puesto.
—Sí, abuela.
—Y si vienen los Amadises avísales que no entren —dijo la abuela—, que las gavillas de Porfirio Galán los están esperando para matarlos.
Eréndira no le contestó más, pues sabía que empezaba a extraviarse en el delirio, pero no se saltó una orden. Cuando acabó de revisar las fallebas de las ventanas y apagó las últimas luces, cogió un candelabro del comedor y fue alumbrando el paso hasta su dormitorio, mientras las pausas del viento se llenaban con la respiración apacible y enorme de la abuela dormida.
Su cuarto era también lujoso, aunque no tanto como el de la abuela, y estaba atiborrado de las muñecas de trapo y los animales de cuerda de su infancia reciente. Vencida por los oficios bárbaros de la jornada, Eréndira no tuvo ánimos para desvestirse, sino que puso el candelabro en la mesa de noche y se tumbó en la cama. Poco después, el viento de su desgracia se metió en el dormitorio como una manada de perros y volcó el candelabro contra las cortinas.
Al amanecer, cuando por fin se acabó el viento, empezaron a caer unas gotas de lluvia gruesas y separadas que apagaron las últimas brasas y endurecieron las cenizas humeantes de la mansión. La gente del pueblo, indios en su mayoría, trataba de rescatar los restos del desastre: el cadáver carbonizado del avestruz, el bastidor del piano dorado, el torso de una estatua. La abuela contemplaba con un abatimiento impenetrable los residuos de su fortuna. Eréndira, sentada entre las dos tumbas de los Amadises, había terminado de llorar. Cuando la abuela se convenció de que quedaban muy pocas cosas intactas entre los escombros, miró a la nieta con una lástima sincera.
—Mi pobre niña —suspiró—. No te alcanzará la vida para pagarme este percance.
Empezó a pagárselo ese mismo día, bajo el estruendo de la lluvia, cuando la llevó con el tendero del pueblo, un viudo escuálido y prematuro que era muy conocido en el desierto porque pagaba a buen precio la virginidad. Ante la expectativa impávida de la abuela el viudo examinó a Eréndira con una austeridad científica: consideró la fuerza de sus muslos, el tamaño de sus senos, el diámetro de sus caderas. No dijo una palabra mientras no tuvo un cálculo de su valor.
—Todavía está muy bache —dijo entonces—, tiene teticas de perra.
Después la hizo subir en una balanza para probar con cifras su dictamen. Eréndira pesaba 42 kilos.
—No vale más de cien pesos —dijo el viudo.
La abuela se escandalizó.
—¡Cien pesos por una criatura completamente nueva! —casi gritó—. No, hombre, eso es mucho faltarle el respeto a la virtud.
—Hasta ciento cincuenta —dijo el viudo.
—La niña me ha hecho un daño de más de un millón de pesos —dijo la abuela—. A este paso le harán falta como doscientos años para pagarme.
—Por fortuna —dijo el viudo— lo único bueno que tiene es la edad.
La tormenta amenazaba con desquiciar la casa, y había tantas goteras en el techo que casi llovía adentro como fuera. La abuela se sintió sola en un mundo de desastre.
—Suba siquiera hasta trescientos —dijo. —Doscientos cincuenta.
Al final se pusieron de acuerdo por doscientos veinte pesos en efectivo y algunas cosas de comer. La abuela le indicó entonces a Eréndira que se fuera con el viudo, y éste la condujo de la mano hacia la trastienda, como si la llevara para la escuela.
—Aquí te espero —dijo la abuela.
—Sí, abuela —dijo Eréndira.
La trastienda era una especie de cobertizo con cuatro pilares de ladrillos, un techo de palmas podridas, y una barda de adobe de un metro de altura por donde se metían en la casa los disturbios de la intemperie. Puestas en el borde de adobes había macetas de cactos y otras plantas de aridez. Colgada entre dos pilares, agitándose como la vela suelta de un balandro al garete, había una hamaca sin color. Por encima del silbido de la tormenta y los ramalazos del agua se oían gritos lejanos, aullidos de animales remotos, voces de naufragio.
Cuando Eréndira y el viudo entraron en el cobertizo tuvieron que sostenerse para que no los tumbara un golpe de lluvia que los dejó ensopados. Sus voces no se oían y sus movimientos se habían vuelto distintos por el fragor de la borrasca. A la primera tentativa del viudo Eréndira gritó algo inaudible y trató de escapar. El viudo le contestó sin voz, le torció el brazo por la muñeca y la arrastró hacia la hamaca. Ella le resistió con un arañazo en la cara y volvió a gritar en silencio, y él le respondió con una bofetada solemne que la levantó del suelo y la hizo flotar un instante en el aire con el largo cabello de medusa ondulando en el vacío, la abrazó por la cintura antes de que volviera a pisar la tierra, la derribó dentro de la hamaca con un golpe brutal, y la inmovilizó con las rodillas. Eréndira sucumbió entonces al terror, perdió el sentido, y se quedó como fascinada con las franjas de luna de un pescado que pasó navegando en el aire de la tormenta, mientras el viudo la desnudaba desgarrándole la ropa con zarpazos espaciados, como arrancando hierba, desbaratándosela en largas tiras de colores que ondulaban como serpentinas y se iban con el viento.
Cuando no hubo en el pueblo ningún otro hombre que pudiera pagar algo por el amor de Eréndira, la abuela se la llevó en un camión de carga hacia los rumbos del contrabando. Hicieron el viaje en la plataforma descubierta, entre bultos de arroz y latas de manteca, y los saldos del incendio: la cabecera de la cama virreinal, un ángel de guerra, el trono chamuscado, y otros chécheres inservibles. En un baúl con dos cruces pintadas a brocha gorda se llevaron los huesos de los Amadises.
La abuela se protegía del sol eterno con un paraguas descosido y respiraba mal por la tortura del sudor y el polvo, pero aún en aquel estado de infortunio conservaba el dominio de su dignidad. Detrás de la pila de latas y sacos de arroz, Eréndira pagó el viaje y el transporte de los muebles haciendo amores de a veinte pesos con el carguero del camión. Al principio su sistema de defensa fue el mismo con que se había opuesto a la agresión del viudo. Pero el método del carguero fue distinto, lento y sabio, y terminó por amansarla con la ternura. De modo que cuando llegaron al primer pueblo, al cabo de una jornada mortal, Eréndira y el carguero se reposaban del buen amor detrás del parapeto de la carga. El conductor del camión le gritó a la abuela:
—De aquí en adelante ya todo es mundo.
La abuela observó con incredulidad las calles miserables y solitarias de un pueblo un poco más grande, pero tan triste como el que habían abandonado.
—No se nota —dijo.
—Es territorio de misiones —dijo el conductor.
—A mí no me interesa la caridad sino el contrabando —dijo la abuela.
Pendiente del diálogo detrás de la carga, Eréndira urgaba con el dedo un saco de arroz. De pronto encontró un hilo, tiró de él, y sacó un largo collar de perlas legítimas. Lo contempló asustada, teniéndolo entre los dedos como una culebra muerta, mientras el conductor le replicaba a la abuela:
—No sueñe despierta, señora. Los contrabandistas no existen.
—¡Cómo no —dijo la abuela—, dígamelo a mí!
—Búsquelos y verá —se burló el conductor de buen humor—. Todo el mundo habla de ellos, pero nadie los ve.
El carguero se dio cuenta de que Eréndira había sacado el collar, se apresuró a quitárselo y lo metió otra vez en el saco de arroz. La abuela, que había decidido quedarse a pesar de la pobreza del pueblo, llamó entonces a la nieta para que la ayudara a bajar del camión. Eréndira se despidió del cargador con un beso apresurado pero espontáneo y cierto.
La abuela, desnuda y grande, parecía una hermosa ballena blanca en la alberca de mármol. La nieta había cumplido apenas los catorce años, y era lánguida y de huesos tiernos, y demasiado mansa para su edad. Con una parsimonia que tenía algo de rigor sagrado le hacía abluciones a la abuela con un agua en la que había hervido plantas depurativas y hojas de buen olor, y éstas se quedaban pegadas en las espaldas suculentas, en los cabellos metálicos y sueltos, en el hombro potente tatuado sin piedad con un escarnio de marineros.
—Anoche soñé que estaba esperando una carta —dijo la abuela.
Eréndira, que nunca hablaba si no era por motivos ineludibles, preguntó:
—¿Qué día era en el sueño?
—Jueves.
—Entonces era una carta con malas noticias —dijo Eréndira— pero no llegará nunca.
Cuando acabó de bañarla, llevó a la abuela a su dormitorio. Era tan gorda que sólo podía caminar apoyada en el hombro de la nieta, o con un báculo que parecía de obispo, pero aún en sus diligencias más difíciles se notaba el dominio de una grandeza anticuada. En la alcoba compuesta con un criterio excesivo y un poco demente, como toda la casa, Eréndira necesitó dos horas más para arreglar a la abuela. Le desenredó el cabello hebra por hebra, se lo perfumó y se lo peinó, le puso un vestido de flores ecuatoriales, le empolvó la cara con harina de talco, le pintó los labios con carmín, las mejillas con colorete, los párpados con almizcle y las uñas con esmalte de nácar, y cuando la tuvo emperifollado como una muñeca más grande que el tamaño humano la llevó a un jardín artificial de flores sofocantes como las del vestido, la sentó en una poltrona que tenía el fundamento y la alcurnia de un trono, y la dejó escuchando los discos fugaces del gramófono de bocina.
Mientras la abuela navegaba por las ciénagas del pasado, Eréndira se ocupó de barrer la casa, que era oscura y abigarrada, con muebles frenéticos y estatuas de césares inventados, y arañas de lágrimas y ángeles de alabastro, y un piano con barniz de oro, y numerosos relojes de formas y medidas imprevisibles. Tenía en el patio una cisterna para almacenar durante muchos años el agua llevada a lomo de indio desde manantiales remotos, y en una argolla de la cisterna había un avestruz raquítico, el único animal de plumas que pudo sobrevivir al tormento de aquel clima malvado. Estaba lejos de todo, en el alma del desierto, junto a una ranchería de calles miserables y ardientes, donde los chivos se suicidaban de desolación cuando soplaba el viento de la desgracia.
Aquel refugio incomprensible había sido construido por el marido de la abuela, un contrabandista legendario que se llamaba Amadís, con quien ella tuvo un hijo que también se llamaba Amadís, y que fue el padre de Eréndira. Nadie conoció los orígenes ni los motivos de esa familia. La versión más conocida en lengua de indios era que Amadís, el padre, había rescatado a su hermosa mujer de un prostíbulo de las Antillas, donde mató a un hombre a cuchilladas, y la traspuso para siempre en la impunidad del desierto. Cuando los Amadises murieron, el uno de fiebres melancólicas, y el otro acribillado en un pleito de rivales, la mujer enterró los cadáveres en el patio, despachó a las catorce sirvientas descalzas, y siguió apacentando sus sueños de grandeza en la penumbra de la casa furtiva, gracias al sacrificio de la nieta bastarda que había criado desde el nacimiento.
Sólo para dar cuerda y concertar a los relojes Eréndira necesitaba seis horas. El día en que empezó su desgracia no tuvo que hacerlo, pues los relojes tenían cuerda hasta la mañana siguiente, pero en cambio debió bañar y sobrevestir a la abuela, fregar los pisos, cocinar el almuerzo y bruñir la cristalería. Hacia las once, cuando le cambió el agua al cubo del avestruz y regó los yerbajos desérticos de las tumbas contiguas de los Amadises, tuvo que contrariar el coraje del viento que se había vuelto insoportable, pero no sintió el mal presagio de que aquél fuera el viento de su desgracia. A las doce estaba puliendo las últimas copas de champaña, cuando percibió un olor de caldo tierno, y tuvo que hacer un milagro para llegar corriendo hasta la cocina sin dejar a su paso un desastre de vidrios de Venecia.
Apenas si alcanzó a quitar la olla que empezaba a derramarse en la hornilla. Luego puso al fuego un guiso que ya tenía preparado, y aprovechó la ocasión para sentarse a descansar en un banco de la cocina. Cerró los ojos, los abrió después con una expresión sin cansancio, y empezó a echar la sopa en la sopera. Trabajaba dormida.
La abuela se había sentado sola en el extremo de una mesa de banquete con candelabros de plata y servicios para doce personas. Hizo sonar la campanilla, y casi al instante acudió Eréndira con la sopera humeante. En el momento en que le servía la sopa, la abuela advirtió sus modales de sonámbulo, y le pasó la mano frente a los ojos como limpiando un cristal invisible. La niña no vio la mano. La abuela la siguió con la mirada, y cuando Eréndira le dio la espalda para volver a la cocina, le gritó:
—Eréndira.
Despertada de golpe, la niña dejó caer la sopera en la alfombra.
—No es nada, hija —le dijo la abuela con una ternura cierta—. Te volviste a dormir caminando.
—Es la costumbre del cuerpo —se excusó Eréndira.
Recogió la sopera, todavía aturdida por el sueño, y trató de limpiar la mancha de la alfombra.
—Déjala así —la disuadió la abuela— esta tarde la lavas.
De modo que además de los oficios naturales de la tarde, Eréndira tuvo que lavar la alfombra del comedor, y aprovechó que estaba en el fregadero para lavar también la ropa del lunes, mientras el viento daba vueltas alrededor de la casa buscando un hueco para meterse. Tuvo tanto que hacer, que la noche se le vino encima sin que se diera cuenta, y cuando repuso la alfombra del comedor era la hora de acostarse.
La abuela había chapuceado el plano toda la tarde cantando en falsete para sí misma las canciones de su época, y aún le quedaban en los párpados los lamparones del almizcle con lágrimas. Pero cuando se tendió en la cama con el camisón de muselina se había restablecido de la amargura de los buenos recuerdos.
—Aprovecha mañana para lavar también la alfombra de la sala —le dijo a Eréndira—, que no ha visto el sol desde los tiempos del ruido.
—Sí, abuela —contestó la niña.
Cogió un abanico de plumas y empezó a abanicar a la matrona implacable que le recitaba el código del orden nocturno mientras se hundía en el sueño.
—Plancha toda la ropa antes de acostarte para que duermas con la conciencia tranquila.
—Sí, abuela.
—Revisa bien los roperos, que en las noches de viento tienen más hambre las polillas.
—Sí, abuela.
—Con el tiempo que te sobre sacas las flores al patio para que respiren.
—Sí, abuela.
—Y le pones su alimento al avestruz.
Se había dormido, pero siguió dando órdenes, pues de ella había heredado la nieta la virtud de continuar viviendo en el sueño. Eréndira salió del cuarto sin hacer ruido e hizo los últimos oficios de la noche, contestando siempre a los mandatos de la abuela dormida.
—Le das de beber a las tumbas.
—Sí, abuela.
—Antes de acostarte fíjate que todo quede en perfecto orden, pues las cosas sufren mucho cuando no se les pone a dormir en su puesto.
—Sí, abuela.
—Y si vienen los Amadises avísales que no entren —dijo la abuela—, que las gavillas de Porfirio Galán los están esperando para matarlos.
Eréndira no le contestó más, pues sabía que empezaba a extraviarse en el delirio, pero no se saltó una orden. Cuando acabó de revisar las fallebas de las ventanas y apagó las últimas luces, cogió un candelabro del comedor y fue alumbrando el paso hasta su dormitorio, mientras las pausas del viento se llenaban con la respiración apacible y enorme de la abuela dormida.
Su cuarto era también lujoso, aunque no tanto como el de la abuela, y estaba atiborrado de las muñecas de trapo y los animales de cuerda de su infancia reciente. Vencida por los oficios bárbaros de la jornada, Eréndira no tuvo ánimos para desvestirse, sino que puso el candelabro en la mesa de noche y se tumbó en la cama. Poco después, el viento de su desgracia se metió en el dormitorio como una manada de perros y volcó el candelabro contra las cortinas.
Al amanecer, cuando por fin se acabó el viento, empezaron a caer unas gotas de lluvia gruesas y separadas que apagaron las últimas brasas y endurecieron las cenizas humeantes de la mansión. La gente del pueblo, indios en su mayoría, trataba de rescatar los restos del desastre: el cadáver carbonizado del avestruz, el bastidor del piano dorado, el torso de una estatua. La abuela contemplaba con un abatimiento impenetrable los residuos de su fortuna. Eréndira, sentada entre las dos tumbas de los Amadises, había terminado de llorar. Cuando la abuela se convenció de que quedaban muy pocas cosas intactas entre los escombros, miró a la nieta con una lástima sincera.
—Mi pobre niña —suspiró—. No te alcanzará la vida para pagarme este percance.
Empezó a pagárselo ese mismo día, bajo el estruendo de la lluvia, cuando la llevó con el tendero del pueblo, un viudo escuálido y prematuro que era muy conocido en el desierto porque pagaba a buen precio la virginidad. Ante la expectativa impávida de la abuela el viudo examinó a Eréndira con una austeridad científica: consideró la fuerza de sus muslos, el tamaño de sus senos, el diámetro de sus caderas. No dijo una palabra mientras no tuvo un cálculo de su valor.
—Todavía está muy bache —dijo entonces—, tiene teticas de perra.
Después la hizo subir en una balanza para probar con cifras su dictamen. Eréndira pesaba 42 kilos.
—No vale más de cien pesos —dijo el viudo.
La abuela se escandalizó.
—¡Cien pesos por una criatura completamente nueva! —casi gritó—. No, hombre, eso es mucho faltarle el respeto a la virtud.
—Hasta ciento cincuenta —dijo el viudo.
—La niña me ha hecho un daño de más de un millón de pesos —dijo la abuela—. A este paso le harán falta como doscientos años para pagarme.
—Por fortuna —dijo el viudo— lo único bueno que tiene es la edad.
La tormenta amenazaba con desquiciar la casa, y había tantas goteras en el techo que casi llovía adentro como fuera. La abuela se sintió sola en un mundo de desastre.
—Suba siquiera hasta trescientos —dijo. —Doscientos cincuenta.
Al final se pusieron de acuerdo por doscientos veinte pesos en efectivo y algunas cosas de comer. La abuela le indicó entonces a Eréndira que se fuera con el viudo, y éste la condujo de la mano hacia la trastienda, como si la llevara para la escuela.
—Aquí te espero —dijo la abuela.
—Sí, abuela —dijo Eréndira.
La trastienda era una especie de cobertizo con cuatro pilares de ladrillos, un techo de palmas podridas, y una barda de adobe de un metro de altura por donde se metían en la casa los disturbios de la intemperie. Puestas en el borde de adobes había macetas de cactos y otras plantas de aridez. Colgada entre dos pilares, agitándose como la vela suelta de un balandro al garete, había una hamaca sin color. Por encima del silbido de la tormenta y los ramalazos del agua se oían gritos lejanos, aullidos de animales remotos, voces de naufragio.
Cuando Eréndira y el viudo entraron en el cobertizo tuvieron que sostenerse para que no los tumbara un golpe de lluvia que los dejó ensopados. Sus voces no se oían y sus movimientos se habían vuelto distintos por el fragor de la borrasca. A la primera tentativa del viudo Eréndira gritó algo inaudible y trató de escapar. El viudo le contestó sin voz, le torció el brazo por la muñeca y la arrastró hacia la hamaca. Ella le resistió con un arañazo en la cara y volvió a gritar en silencio, y él le respondió con una bofetada solemne que la levantó del suelo y la hizo flotar un instante en el aire con el largo cabello de medusa ondulando en el vacío, la abrazó por la cintura antes de que volviera a pisar la tierra, la derribó dentro de la hamaca con un golpe brutal, y la inmovilizó con las rodillas. Eréndira sucumbió entonces al terror, perdió el sentido, y se quedó como fascinada con las franjas de luna de un pescado que pasó navegando en el aire de la tormenta, mientras el viudo la desnudaba desgarrándole la ropa con zarpazos espaciados, como arrancando hierba, desbaratándosela en largas tiras de colores que ondulaban como serpentinas y se iban con el viento.
Cuando no hubo en el pueblo ningún otro hombre que pudiera pagar algo por el amor de Eréndira, la abuela se la llevó en un camión de carga hacia los rumbos del contrabando. Hicieron el viaje en la plataforma descubierta, entre bultos de arroz y latas de manteca, y los saldos del incendio: la cabecera de la cama virreinal, un ángel de guerra, el trono chamuscado, y otros chécheres inservibles. En un baúl con dos cruces pintadas a brocha gorda se llevaron los huesos de los Amadises.
La abuela se protegía del sol eterno con un paraguas descosido y respiraba mal por la tortura del sudor y el polvo, pero aún en aquel estado de infortunio conservaba el dominio de su dignidad. Detrás de la pila de latas y sacos de arroz, Eréndira pagó el viaje y el transporte de los muebles haciendo amores de a veinte pesos con el carguero del camión. Al principio su sistema de defensa fue el mismo con que se había opuesto a la agresión del viudo. Pero el método del carguero fue distinto, lento y sabio, y terminó por amansarla con la ternura. De modo que cuando llegaron al primer pueblo, al cabo de una jornada mortal, Eréndira y el carguero se reposaban del buen amor detrás del parapeto de la carga. El conductor del camión le gritó a la abuela:
—De aquí en adelante ya todo es mundo.
La abuela observó con incredulidad las calles miserables y solitarias de un pueblo un poco más grande, pero tan triste como el que habían abandonado.
—No se nota —dijo.
—Es territorio de misiones —dijo el conductor.
—A mí no me interesa la caridad sino el contrabando —dijo la abuela.
Pendiente del diálogo detrás de la carga, Eréndira urgaba con el dedo un saco de arroz. De pronto encontró un hilo, tiró de él, y sacó un largo collar de perlas legítimas. Lo contempló asustada, teniéndolo entre los dedos como una culebra muerta, mientras el conductor le replicaba a la abuela:
—No sueñe despierta, señora. Los contrabandistas no existen.
—¡Cómo no —dijo la abuela—, dígamelo a mí!
—Búsquelos y verá —se burló el conductor de buen humor—. Todo el mundo habla de ellos, pero nadie los ve.
El carguero se dio cuenta de que Eréndira había sacado el collar, se apresuró a quitárselo y lo metió otra vez en el saco de arroz. La abuela, que había decidido quedarse a pesar de la pobreza del pueblo, llamó entonces a la nieta para que la ayudara a bajar del camión. Eréndira se despidió del cargador con un beso apresurado pero espontáneo y cierto.
La abuela esperó sentada en el trono, en medio de la calle, hasta que acabaron de bajar la carga. Lo último fue el baúl con los restos de los Amadises.
—Esto pesa como un muerto —rió el conductor.
—Son dos —dijo la abuela—. Así que trátelos con el debido respeto.
—Apuesto que son estatuas de marfil —rió el conductor.
Puso el baúl con los huesos de cualquier modo entre los muebles chamuscados, y extendió la mano abierta frente a la abuela.
—Cincuenta pesos —dijo.
La abuela señaló al carguero.
—Ya su esclavo se pagó por la derecha.
El conductor miró sorprendido al ayudante, y éste le hizo una señal afirmativa. Volvió a la cabina del camión, donde viajaba una mujer enlutada con un niño de brazos que lloraba de calor. El carguero, muy seguro de sí mismo, le dijo entonces a la abuela:
—Eréndira se va conmigo, si usted no ordena otra cosa. Es con buenas intenciones.
La niña intervino asustada.
—¡Yo no he dicho nada!
—Lo digo yo que fui el de la idea —dijo el carguero.
La abuela lo examinó de cuerpo entero, sin disminuirlo, sino tratando de calcular el verdadero tamaño de sus agallas.
—Por mí no hay inconveniente —le dijo— si me pagas lo que perdí por su descuido. Son ochocientos setenta y dos mil trescientos quince pesos, menos cuatrocientos veinte que ya me ha pagado, o sea ochocientos setenta y un mil ochocientos noventa y cinco.
El camión arrancó.
—Créame que le daría ese montón de plata si lo tuviera —dijo con seriedad el carguero—. La niña los vale.
A la abuela le sentó bien la decisión del muchacho.
—Pues vuelve cuando lo tengas, hijo —le replicó en un tono simpático—, pero ahora vete, que si volvemos a sacar las cuentas todavía me estás debiendo diez pesos.
El carguero saltó en la plataforma del camión que se alejaba. Desde allí le dijo adiós a Eréndira con la mano, pero ella estaba todavía tan asustada que no le correspondió.
En el mismo solar baldío donde las dejó el camión, Eréndira y la abuela improvisaron un tenderete para vivir, con láminas de cinc y restos de alfombras asiáticas.
Pusieron dos esteras en el suelo y durmieron tan bien como en la mansión, hasta que el sol abrió huecos en el techo y les ardió en la cara.
Al contrario de siempre, fue la abuela quien se ocupó aquella mañana de arreglar a Eréndira. Le pintó la cara con un estilo de belleza sepulcral que había estado de moda en su juventud, y la remató con unas pestañas postizas y un lazo de organza que parecía una mariposa en la cabeza.
—Te ves horrorosa —admitió— pero así es mejor: los hombres son muy brutos en asuntos de mujeres.
Ambas reconocieron, mucho antes de verlas, los pasos de dos mulas en la yesca del desierto. A una orden de la abuela, Eréndira se acostó en el petate como lo habría hecho una aprendiza de teatro en el momento en que iba a abrirse el telón. Apoyada en el báculo episcopal, la abuela abandonó el tenderete y se sentó en el trono a esperar el paso de las mulas.
Se acercaba el hombre del correo. No tenía más de veinte años, aunque estaba envejecido por el oficio, y llevaba un vestido de caqui, polainas, casco de corcho, y una pistola de militar en el cinturón de cartucheras. Montaba una buena mula, y llevaba otra de cabestro, menos entera, sobre la cual se amontonaban los sacos de lienzo del correo.
Al pasar frente a la abuela la saludó con la mano y siguió de largo. Pero ella le hizo una señal para que echara una mirada dentro del tenderete. El hombre se detuvo, y vio a Eréndira acostada en la estera con sus afeites póstumos y un traje de cenefas moradas.
—¿Te gusta? —preguntó la abuela.
El hombre del correo no comprendió hasta entonces lo que le estaban proponiendo.
—En ayunas no está mal —sonrió.
—Cincuenta pesos —dijo la abuela.
—¡Hombre, lo tendrá de oro! —dijo él—. Eso es lo que me cuesta la comida de un mes.
—No seas estreñido —dijo la abuela—. El correo aéreo tiene mejor sueldo que un cura.
—Yo soy el correo nacional —dijo el hombre—. El correo aéreo es ése que anda en un camioncito.
—De todos modos el amor es tan importante como la comida —dijo la abuela.
—Pero no alimenta.
La abuela comprendió que a un hombre que vivía de las esperanzas ajenas le sobraba demasiado tiempo para regatear.
—¿Cuánto tienes? —le preguntó.
El correo desmontó, sacó del bolsillo unos billetes masticados y se los mostró a la abuela. Ella los cogió todos juntos con una mano rapaz como si fueran una pelota.
—Te lo rebajo —dijo— pero con una condición: haces correr la voz por todas partes.
—Hasta el otro lado del mundo —dijo el hombre del correo—. Para eso sirvo.
Eréndira, que no había podido parpadear, se quitó entonces las pestañas postizas y se hizo a un lado en la estera para dejarle espacio al novio casual. Tan pronto como él entró en el tenderete, la abuela cerró la entrada con un tirón enérgico de la cortina corrediza.
Fue un trato eficaz. Cautivados por las voces del correo, vinieron hombres desde muy lejos a conocer la novedad de Eréndira. Detrás de los hombres vinieron mesas de lotería y puestos de comida, y detrás de todos vino un fotógrafo en bicicleta que instaló frente al campamento una cámara de caballete con manga de luto, y un telón de fondo con un lago de cisnes inválidos.
La abuela, abanicándose en el trono, parecía ajena a su propia feria. Lo único que le interesaba era el orden en la fila de clientes que esperaban turno, y la exactitud del dinero que pagaban por adelantado para entrar con Eréndira. Al principio había sido tan severa que hasta llegó a rechazar un buen cliente porque le hicieron falta cinco pesos. Pero con el paso de los meses fue asimilando las lecciones de la realidad, y terminó por admitir que completaran el pago con medallas de santos, reliquias de familia, anillos matrimoniales, y todo cuanto fuera capaz de demostrar, mordiéndolo, que era oro de buena ley aunque no brillara.
Al cabo de una larga estancia en aquel primer pueblo, la abuela tuvo suficiente dinero para comprar un burro, y se internó en el desierto en busca de otros lugares más propicios para cobrarse la deuda. Viajaba en unas angarillas que habían improvisado sobre el burro, y se protegía del sol inmóvil con el paraguas desvarillado que Eréndira sostenía sobre su cabeza. Detrás de ellas caminaban cuatro indios de carga con los pedazos del campamento: los petates de dormir, el trono restaurado, el ángel de alabastro y el baúl con los restos de los Amadises. El fotógrafo perseguía la caravana en su bicicleta, pero sin darle alcance, como si fuera para otra fiesta.
Habían transcurrido seis meses desde el incendio cuando la abuela pudo tener una visión entera del negocio.
—Si las cosas siguen así —le dijo a Eréndira— me habrás pagado la deuda dentro de ocho años, siete meses y once días.
Volvió a repasar sus cálculos con los ojos cerrados, rumiando los granos que sacaba de una faltriquera de jareta donde tenía también el dinero, y precisó:
—Claro que todo eso es sin contar el sueldo y la comida de los indios, y otros gastos menores.
Eréndira, que caminaba al paso del burro agobiada por el calor y el polvo, no hizo ningún reproche a las cuentas de la abuela, pero tuvo que reprimirse para no llorar.
—Tengo vidrio molido en los huesos —dijo.
—Trata de dormir.
—Sí, abuela.
Cerró los ojos, respiró a fondo una bocanada de aire abrasante, y siguió caminando dormida.
Una camioneta cargada de jaulas apareció espantando chivos entre la polvareda del horizonte, y el alboroto de los pájaros fue un chorro de agua fresca en el sopor dominical de San Miguel del Desierto. Al volante iba un corpulento granjero holandés con el pellejo astillado por la intemperie, y unos bigotes color de ardilla que había heredado de algún bisabuelo. Su hijo Ulises, que viajaba en el otro asiento, era un adolescente dorado, de ojos marítimos y solitarios, y con la identidad de un ángel furtivo. Al holandés le llamó la atención una tienda de campaña frente a la cual esperaban turno todos los soldados de la guarnición local. Estaban sentados en el suelo, bebiendo de una misma botella que se pasaban de boca en boca, y tenían ramas de almendros en la cabeza como si estuvieran emboscadas para un combate. El holandés preguntó en su lengua:
—¿Qué diablos venderán ahí?
—Una mujer —le contestó su hijo con toda naturalidad—. Se llama Eréndira.
—¿Cómo lo sabes?
—Todo el mundo lo sabe en el desierto —contestó Ulises.
El holandés descendió en el hotelito del pueblo.
Ulises se demoró en la camioneta, abrió con dedos ágiles una cartera de negocios que su padre había dejado en el asiento, sacó un mazo de billetes, se metió varios en los bolsillos, y volvió a dejar todo como estaba. Esa noche, mientras su padre dormía, se salió por la ventana del hotel y se fue a hacer la cola frente a la carpa de Eréndira.
La fiesta estaba en su esplendor. Los reclutas borrachos bailaban solos para no desperdiciar la música gratis, y el fotógrafo tomaba retratos nocturnos con papeles de magnesio. Mientras controlaba el negocio, la abuela contaba billetes en el regazo, los repartía en gavillas iguales y los ordenaba dentro de un cesto. No había entonces más de doce soldados, pero la fila de la tarde había crecido con clientes civiles. Ulises era el último.
El turno le correspondía a un soldado de ámbito lúgubre. La abuela no sólo le cerró el paso, sino que esquivó el contacto con su dinero.
—No hijo —le dijo—, tú no entras ni por todo el oro del moro. Eres pavoso.
El soldado, que no era de aquellas tierras, se sorprendió.
—¿Qué es eso?
—Que contagias la mala sombra —dijo la abuela—. No hay más que verte la cara.
Lo apartó con la mano, pero sin tocarlo, y le dio paso al soldado siguiente.
—Entra tú, dragoneante —le dijo de buen humor—. Y no te demores, que la patria te necesita.
El soldado entró, pero volvió a salir inmediatamente, porque Eréndira quería hablar con la abuela. Ella se colgó del brazo el cesto de dinero y entró en la tienda de campaña, cuyo espacio era estrecho, pero ordenado y limpio. Al fondo, en una cama de lienzo, Eréndira no podía reprimir el temblor del cuerpo, estaba maltratada y sucia de sudor de soldados.
—Abuela —sollozó—, me estoy muriendo.
La abuela le tocó la frente, y al comprobar que no tenía fiebre, trató de consolarla.
—Ya no faltan más de diez militares —dijo.
Eréndira rompió a llorar con unos chillidos de animal azorado. La abuela supo entonces que había traspuesto los límites del horror, y acariciándole la cabeza la ayudó a calmarse.
—Lo que pasa es que estás débil —le dijo—. Anda, no llores más, báñate con agua de salvia para que se te componga la sangre.
Salió de la tienda cuando Eréndira empezó a serenarse, y le devolvió el dinero al soldado que esperaba. “Se acabó por hoy”, le dijo. “Vuelve mañana y te doy el primer lugar”. Luego gritó a los de la fila:
—Se acabó, muchachos. Hasta mañana a las nueve.
Soldados y civiles rompieron filas con gritos de protesta. La abuela se les enfrentó de buen talante pero blandiendo en serio el báculo devastador.
—¡Desconsiderados! ¡Mampolones! —gritaba—. Qué se creen, que esa criatura es de fierro. Ya quisiera yo verlos en su situación. ¡Pervertidos! ¡Apátridas de mierda!
Los hombres le replicaban con insultos más gruesos, pero ella terminó por dominar la revuelta y se mantuvo en guardia con el báculo hasta que se llevaron las mesas de fritanga y desmontaron los puestos de lotería. Se disponía a volver a la tienda cuando vio a Ulises de cuerpo entero, solo, en el espacio vacío y oscuro donde antes estuvo la fila de hombres. Tenía un aura irreal y parecía visible en la penumbra por el fulgor propio de su belleza.
—Y tú —le dijo la abuela—, ¿dónde dejaste las alas?
—El que las tenía era mi abuelo —contestó Ulises con su naturalidad—, pero nadie lo cree.
La abuela volvió a examinarlo con una atención hechizada. “Pues yo sí lo creo”, dijo. “Tráelas puestas mañana”. Entró en la tienda y dejó a Ulises ardiendo en su sitio.
Eréndira se sintió mejor después del baño. Se había puesto una combinación corta y bordada, y se estaba secando el pelo para acostarse, pero aún hacía esfuerzos por reprimir las lágrimas. La abuela dormía.
Por detrás de la cama de Eréndira, muy despacio, Ulises asomó la cabeza. Ella vio los ojos ansiosos y diáfanos, pero antes de decir nada se frotó la cara con la toalla para probarse que no era una ilusión. Cuando Ulises parpadeó por primera vez, Eréndira le preguntó en voz muy baja:
—Quién tú eres.
Ulises se mostró hasta los hombros. “Me llamo Ulises”, dijo. Le enseñó los billetes robados y agregó:
—Traigo la plata.
Eréndira puso las manos sobre la cama, acercó su cara a la de Ulises, y siguió hablando con él como en un juego de escuela primaria.
—Tenías que ponerte en la fila —le dijo.
—Esperé toda la noche —dijo Ulises.
—Pues ahora tienes que esperarte hasta mañana —dijo Eréndira—. Me siento como si me hubieran dado trancazos en los riñones.
En ese instante la abuela empezó a hablar dormida.
—Van a hacer veinte años que llovió la última vez —dijo—. Fue una tormenta tan terrible que la lluvia vino revuelta con agua de mar, y la casa amaneció llena de pescados y caracoles, y tu abuelo Amadís, que en paz descanse, vio una mantarrasa luminosa navegando por el aire.
Ulises se volvió a esconder detrás de la cama. Eréndira hizo una sonrisa divertida.
—Tate sosiego —le dijo—. Siempre se vuelve como loca cuando está dormida, pero no la despierta ni un temblor de tierra.
Ulises se asomó de nuevo. Eréndira lo contempló con una sonrisa traviesa y hasta un poco cariñosa, y quitó de la estera la sábana usada.
—Ven —le dijo—, ayúdame a cambiar la sábana.
Entonces Ulises salió de detrás de la cama y cogió la sábana por un extremo. Como era una sábana mucho más grande que la estera se necesitaban varios tiempos para doblarla. Al final de cada doblez Ulises estaba más cerca de Eréndira.
—Estaba loco por verte —dijo de pronto—. Todo el mundo dice que eres muy bella, y es verdad.
—Pero me voy a morir —dijo Eréndira.
—Mi mamá dice que los que se mueren en el desierto no van al cielo sino al mar —dijo Ulises.
Eréndira puso aparte la sábana sucia y cubrió la estera con otra limpia y aplanchada.
—No conozco el mar —dijo.
—Es como el desierto, pero con agua —dijo Ulises.
—Entonces no se puede caminar.
—Mi papá conoció un hombre que sí podía —dijo Ulises— pero hace mucho tiempo.
Eréndira estaba encantada pero quería dormir.
—Si vienes mañana bien temprano te pones en el primer puesto —dijo.
—Me voy con mi papá por la madrugada —dijo Ulises.
—¿Y no vuelven a pasar por aquí?
—Quién sabe cuándo —dijo Ulises—. Ahora pasamos por casualidad porque nos perdimos en el camino de la frontera.
Eréndira miró pensativa a la abuela dormida.
—Bueno —decidió—, dame la plata.
Ulises se la dio. Eréndira se acostó en la cama, pero él se quedó trémulo en su sitio: en el instante decisivo su determinación había flaqueado. Eréndira le cogió de la mano para que se diera prisa, y sólo entonces advirtió su tribulación. Ella conocía ese miedo.
—¿Es la primera vez? —le preguntó.
Ulises no contestó, pero hizo una sonrisa desolada. Eréndira se volvió distinta.
—Respira despacio —le dijo—. Así es siempre al principio, y después ni te das cuenta.
Lo acostó a su lado, y mientras le quitaba la ropa lo fue apaciguando con recursos maternos.
—¿Cómo es que te llamas?
—Ulises.
—Es nombre de gringo —dijo Eréndira.
—No, de navegante.
Eréndira le descubrió el pecho, le dio besitos huérfanos, lo olfateó.
—Pareces todo de oro —dijo— pero hueles a flores.
—Debe ser a naranjas —dijo Ulises.
Ya más tranquilo, hizo una sonrisa de complicidad.
—Andamos con muchos pájaros para despistar —agregó—, pero lo que llevamos a la frontera es un contrabando de naranjas.
—Las naranjas no son contrabando —dijo Eréndira.
—Estas sí —dijo Ulises—. Cada una cuesta cincuenta mil pesos.
Eréndira se rió por primera vez en mucho tiempo.
—Lo que más me gusta de ti —dijo— es la seriedad con que inventas los disparates.
Se había vuelto espontánea y locuaz, como si la inocencia de Ulises le hubiera cambiado no sólo el humor, sino también la índole. La abuela, a tan escasa distancia de la fatalidad, siguió hablando dormida.
—Por estos tiempos, a principios de marzo, te trajeron a la casa —dijo—. Parecías una lagartija envuelta en algodones. Amadís, tu padre, que era joven y guapo, estaba tan contento aquella tarde que mandó a buscar como veinte carretas cargadas de flores, y llegó gritando y tirando flores por la calle, hasta que todo el pueblo quedó dorado de flores como el mar.
Deliró varias horas, a grandes voces, y con una pasión obstinada. Pero Ulises no la oyó, porque Eréndira lo había querido tanto, y con tanta verdad, que lo volvió a querer por la mitad de su precio mientras la abuela deliraba, y lo siguió queriendo sin dinero hasta el amanecer. Un grupo de misioneros con los crucifijos en alto se habían plantado hombro contra hombro en medio del desierto. Un viento tan bravo como el de la desgracia sacudía sus hábitos de cañamazo y sus barbas cerriles, y apenas les permitía tenerse en pie. Detrás de ellos estaba la casa de la misión,, un promontorio colonial con un campanario minúsculo sobre los muros ásperos y encalados.
El misionero más joven, que comandaba el grupo, señaló con el índice una grieta natural en el suelo de arcilla vidriada.
—No pasen esa raya —gritó.
Los cuatro cargadores indios que transportaban a la abuela en un palanquín de tablas se detuvieron al oír el grito. Aunque iba mal sentada en el piso del palanquín y tenía el ánimo entorpecido por el polvo y el sudor del desierto, la abuela se mantenía en su altivez. Eréndira iba a pie. Detrás del palanquín había una fila de ocho indios de carga, y en último término el fotógrafo en la bicicleta.
—El desierto no es de nadie —dijo la abuela.
—Es de Dios —dijo el misionero—, y estáis violando sus santas leyes con vuestro tráfico inmundo.
La abuela reconoció entonces la forma y la dicción peninsulares del misionero, y eludió el encuentro frontal para no descalabrarse contra su intransigencia. Volvió a ser ella misma.
—No entiendo tus misterios, hijo.
El misionero señaló a Eréndira.
—Esa criatura es menor de edad.
—Pero es mi nieta.
—Tanto peor —replicó el misionero—. Ponla bajo nuestra custodia, por las buenas, o tendremos que recurrir a otros métodos.
La abuela no esperaba que llegaran a tanto.
—Está bien, aríjuna —cedió asustada—. Pero tarde o temprano pasaré, ya lo verás.
Tres días después del encuentro con los misioneros, la abuela y Eréndira dormían en un pueblo próximo al convento, cuando unos cuerpos sigilosos, mudos, reptando como patrullas de asalto, se deslizaron en la tienda de campaña. Eran seis novicias indias, fuertes y jóvenes, con los hábitos de lienzo crudo que parecían fosforescentes en las ráfagas de luna. Sin hacer un solo ruido cubrieron a Eréndira con un toldo de mosquitero, la levantaron sin despertarla, y se la llevaron envuelta como un pescado grande y frágil capturado en una red lunar.
No hubo un recurso que la abuela no intentara para rescatar a la nieta de la tutela de los misioneros. Sólo cuando le fallaron todos, desde los más derechos hasta los más torcidos, recurrió a la autoridad civil, que era ejercida por un militar. Lo encontró en el patio de su casa, con el torso desnudo, disparando con un rifle de guerra contra una nube oscura y solitaria en el cielo ardiente. Trataba de perforarla para que lloviera, y sus disparos eran encarnizados e inútiles pero hizo las pausas necesarias para escuchar a la abuela.
—Yo no puedo hacer nada —le explicó, cuando acabó de oírla—, los padrecitos, de acuerdo con el Concordato, tienen derecho a quedarse con la niña hasta que sea mayor de edad. O hasta que se case.
—¿Y entonces para qué lo tienen a usted de alcalde? —preguntó la abuela.
—Para que haga llover —dijo el alcalde.
Luego, viendo que la nube se había puesto fuera de su alcance, interrumpió sus deberes oficiales y se ocupó por completo de la abuela.
—Lo que usted necesita es una persona de mucho peso que responda por usted —le dijo—. Alguien que garantice su moralidad y sus buenas costumbres con una carta firmada. ¿No conoce al senador Onésimo Sánchez?
Sentada bajo el sol puro en un taburete demasiado estrecho para sus nalgas siderales, la abuela contestó con una rabia solemne:
—Soy una pobre mujer sola en la inmensidad del desierto.
El alcalde, con el ojo derecho torcido por el calor, la contempló con lástima.
—Entonces no pierda más el tiempo, señora —dijo—. Se la llevó el carajo.
No se la llevó, por supuesto. Plantó la tienda frente al convento de la misión, y se sentó a pensar, como un guerrero solitario que mantuviera en estado de sitio a una ciudad fortificada. El fotógrafo ambulante, que la conocía muy bien, cargó sus bártulos en la parrilla de la bicicleta y se dispuso a marcharse solo cuando la vio a pleno sol, y con los ojos fijos en el convento.
—Vamos a ver quién se cansa primero —dijo la abuela—, ellos o yo.
—Ellos están ahí hace 300 años, y todavía aguantan —dijo el fotógrafo—. Yo me voy.
Sólo entonces vio la abuela la bicicleta cargada.
—Para dónde vas.
—Para donde me lleve el viento —dijo el fotógrafo, y se fue—. El mundo es grande.
La abuela suspiró.
—No tanto como tú crees, desmerecido.
Pero no movió la cabeza a pesar del rencor, para no apartar la vista del convento. No la apartó durante muchos días de calor mineral, durante muchas noches de vientos perdidos, durante el tiempo de la meditación en que nadie salió del convento. Los indios construyeron un cobertizo de palma junto a la tienda, y allí colgaron sus chinchorros, pero la abuela velaba hasta muy tarde, cabeceando en el trono, y rumiando los cereales crudos de su faltriquera con la desidia invencible de un buey acostado.
Una noche pasó muy cerca de ella una fila de camiones tapados, lentos, cuyas únicas luces eran unas guirnaldas de focos de colores que les daban un tamaño espectral de altares sonámbulos. La abuela los reconoció de inmediato, porque eran iguales a los camiones de los Amadises. El último del convoy se retrasó, se detuvo, y un hombre bajó de la cabina a arreglar algo en la plataforma de carga. Parecía una réplica de los Amadises, con una gorra de ala volteada, botas altas, dós cananas cruzadas en el pecho, un fusil militar y dos pistolas. Vencida por una tentación irresistible, la abuela llamó al hombre.
—¿No sabes quién soy? —le preguntó.
El hombre le alumbró sin piedad con una linterna de pilas. Contempló un instante el rostro estragado por la vigilia, los Ojos apagados de cansancio, el cabello marchito de la mujer que aún a su edad, en su mal estado y con aquella luz cruda en la cara, hubiera podido decir que había sido la más bella del mundo. Cuando la examinó bastante para estar seguro de no haberla visto nunca, apagó la linterna.
—Lo único que sé con toda seguridad —dijo— es que usted no es la Virgen de los Remedios.
—Todo lo contrario —dijo la abuela con una voz dulce—. Soy la Dama.
El hombre puso la mano en la pistola por puro instinto.
—¡Cuál dama!
—La de Amadís el grande.
—Entonces no es de este mundo —dijo él, tenso—. ¿Qué es lo que quiere?
—Que me ayuden a rescatar a mi nieta, nieta de Amadís el grande, hija de nuestro Amadís, que está presa en ese convento.
El hombre se sobrepuso al temor.
—Se equivocó de puerta —dijo—. Si cree que somos capaces de atravesarnos en las cosas de Dios, usted no es la que dice que es, ni conoció siquiera a los Amadises, ni tiene la más puta idea de lo que es el matute.
Esa madrugada la abuela durmió menos que las anteriores. La pasó rumiando, envuelta en una manta de lana, mientras el tiempo de la noche le equivocaba la memoria, y los delirios reprimidos pugnaban por salir aunque estuviera despierta, y tenía que apretarse el corazón con la mano para que no la sofocara el recuerdo de una casa de mar con grandes flores coloradas donde había sido feliz. Así se mantuvo hasta que sonó la campana del convento, y se encendieron las primeras luces en las ventanas y el desierto se saturó del olor a pan caliente de los maitines. Sólo entonces se abandonó al cansancio, engañada por la ilusión de que Eréndira se había levantado y estaba buscando el modo de escaparse para volver con ella.
Eréndira, en cambio, no perdió ni una noche de sueño desde que la llevaron al convento. Le habían cortado el cabello con unas tijeras de podar hasta dejarse la cabeza como un cepillo, le pusieron el rudo balandrán de lienzo de las reclusas y le entregaron un balde de agua de cal y una escoba para que encalara los peldaños de las escaleras cada vez que alguien las pisara. Era un oficio de mula, porque había un subir y bajar incesante de misioneros embarcados y novicias de carga, pero Eréndira lo sintió como un domingo de todos los días después de la galera mortal de la cama. Además, no era ella la única agotada al anochecer, pues aquel convento no estaba consagrado a la lucha contra el demonio sino contra el desierto. Eréndira había visto a las novicias indígenas desbravando las vacas a pescozones para ordeñarlas en los establos, saltando días enteros sobre las tablas para exprimir los quesos, asistiendo a las cabras en un mal parto. Las había visto sudar como estibadores curtidos sacando el agua del aljibe, irrigando a pulso un huerto temerario que otras novicias habían labrado con azadones para plantar legumbres en el pedernal del desierto. Había visto el infierno terrestre de los hornos de pan y los cuartos de plancha. Había visto a una monja persiguiendo a un cerdo por el patio, la vio resbalar con el cerdo cimarrón agarrado por las orejas y revolcarse en un barrizal sin soltarlo, hasta que dos novicias con delantales de cuero la ayudaron a someterlo, y una de ellas lo degolló con un cuchillo de matarife y todas quedaron empapadas de sangre y de lodo. Había visto en el pabellón apartado del hospital a las monjas tísicas con sus camisones de muertas, que esperaban la última orden de Dios bordando sábanas matrimoniales en las terrazas, mientras los hombres de la misión predicaban en el desierto. Eréndira vivía en su penumbra, descubriendo otras formas de belleza y de horror que nunca había imaginado en el mundo estrecho de la cama, pero ni las novicias más montaraces ni las más persuasivas habían logrado que dijera una palabra desde que la llevaron al convento. Una mañana, cuando estaba aguando la cal en el balde, oyó una música de cuerdas que parecía una luz más diáfana en la luz del desierto. Cautivada por el milagro, se asomó a un salón inmenso y vacío de paredes desnudas y ventanas grandes por donde entraba a golpes y se quedaba estancada la claridad deslumbrante de junio, y en el centro del salón vio a una monja bella que no había visto antes, tocando un oratorio de Pascua en el clavicémbalo. Eréndira escuchó la música sin parpadear, con el alma en un hilo, hasta que sonó la campana para comer. Después del almuerzo, mientras blanqueaba la escalera con la brocha de esparto, esperó a que todas las novicias acabaran de subir y bajar, se quedó sola, donde nadie pudiera oírla, y entonces habló por primera vez desde que entró en el convento.
—Soy feliz —dijo.
De modo que a la abuela se le acabaron las esperanzas de que Eréndida escapara para volver con ella, pero mantuvo su asedio de granito, sin tomar ninguna determinación, hasta el domingo de Pentecostés. Por esa época los misioneros rastrillaban el desierto persiguiendo concubinas encinta para casarlas. Iban hasta las rancherías más olvidadas en un camioncito decrépito, con cuatro hombres de tropa bien armados y un arcón de géneros de pacotilla. Lo más difícil de aquella cacería de indios era convencer a las mujeres, que se defendían de la gracia divina con el argumento verídico de que los hombres se sentían con derecho a exigirles a las esposas legítimas un trabajo más rudo que a las concubinas, mientras ellos dormían despernancados en los chinchorros. Había que seducirlas con recursos de engaño, disolviéndoles la voluntad de Dios en el jarabe de su propio idioma para que la sintieran menos áspera, pero hasta las más retrecheras terminaban convencidas por unos aretes de oropel. A los hombres, en cambio, una vez obtenida la aceptación de la mujer, los sacaban a culatazos de los chinchorros y se los llevaban amarrados en la plataforma de carga, para casarlos a la fuerza.
Durante varios días la abuela vio pasar hacia el convento el camioncito cargado de indias encinta, pero no reconoció su oportunidad. La reconoció el propio domingo de Pentecostés, cuando oyó los cohetes y los repiques de las campanas, y vio la muchedumbre miserable y alegre que pasaba para la fiesta, y vio que entre las muchedumbres había mujeres encinta con velos y coronas de novia, llevando del brazo a los maridos de casualidad para volverlos legítimos en la boda colectiva.
Entre los últimos del desfile pasó un muchacho de corazón inocente, de pelo indio cortado como una totuma y vestido de andrajos, que llevaba en la mano un cirio pascual con un lazo de seda. La abuela lo llamó.
—Dime una cosa, hijo —le preguntó con su voz más tersa—. ¿Qué vas a hacer tú en esa cumbiamba?
El muchacho se sentía intimidado con el cirio, y le costaba trabajo cerrar la boca por sus dientes de burro.
—Es que los padrecitos me van a hacer la primera comunión —dijo.
—¿Cuánto te pagaron?
—Cinco pesos.
La abuela sacó de la faltriquera un rollo de billetes que el muchacho miró asombrado.
—Yo te voy a dar veinte —dijo la abuela—. Pero no para que hagas la primera comunión, sino para que te cases.
—¿Y eso con quién?
—Con mi nieta.
Así que Eréndira se casó en el patio del convento, con el balandrán de reclusa y una mantilla de encaje que le regalaron las novicias, y sin saber al menos cómo se llamaba el esposo que le había comprado su abuela. Soportó con una esperanza incierta el tormento de las rodillas en el suelo de caliche, la peste de pellejo de chivo de las doscientas novias embarazadas, el castigo de la Epístola de San Pablo martillada en latín bajo la canícula inmóvil, porque los misioneros no encontraron recursos para oponerse a la artimaña de la boda imprevista, pero le habían prometido una última tentativa para mantenerla en el convento. Sin embargo, al término de la ceremonia, y en presencia del Prefecto Apostólico, del alcalde militar que disparaba contra las nubes, de su esposo reciente y de su abuela impasible, Eréndira se encontró de nuevo bajo el hechizo que la había dominado desde su nacimiento. Cuando le preguntaron cuál era su voluntad libre, verdadera y definitiva, no tuvo ni un suspiro de vacilación.
—Me quiero ir —dijo. Y aclaró, señalando al esposo—: Pero no me voy con él sino con mi abuela.
Ulises había perdido la tarde tratando de robarse una naranja en la plantación de su padre, pues éste no le quitó la vista de encima mientras podaban los árboles enfermos, y su madre lo vigilaba desde la casa. De modo que renunció a supropósito, al menos por aquel día, y se quedó de mala gana ayudando a su padre hasta que terminaron de podar los últimos naranjos.
La extensa plantación era callada y oculta, y la casa de madera con techo de latón tenía mallas de cobre en las ventanas y una terraza grande montada sobre pilotes, con plantas primitivas de flores intensas. La madre de Ulises estaba en la terraza, tumbada en un mecedor vienés y con hojas ahumadas en las sienes para aliviar el dolor de cabeza, y su mirada de india pura seguía los movimientos del hijo como un haz de luz invisible hasta los lugares más esquivos del naranjal. Era muy bella, mucho más joven que el marido, y no sólo continuaba vestida con el camisón de la tribu, sino que conocía los secretos más antiguos de su sangre.
Cuando Ulises volvió a la casa con los hierros de podar, su madre le pidió la medicina de las cuatro, que estaba en una mesita cercana. Tan pronto como él los tocó, el vaso y el frasco cambiaron de color. Luego tocó por simple travesura una jarra de cristal que estaba en la mesa con otros vasos, y también la jarra se volvió azul. Su madre lo observó mientras tomaba la medicina, y cuando estuvo segura de que no era un delirio de su dolor le preguntó en lengua guajira:
—¿Desde cuándo te sucede?
—Desde que vinimos del desierto —dijo Ulises, también en guajiro—. Es sólo con las cosas de vidrio.
Para demostrarlo, tocó uno tras otro los vasos que estaban en la mesa, y todos cambiaron de colores diferentes.
—Esas cosas sólo sucedería por amor —dijo la madre—. ¿Quién es?
Ulises no contestó. Su padre, que no sabía la lengua guajira, pasaba en ese momento por la terraza con un racimo de naranjas.
—¿De qué hablan? —le preguntó a Ulises en holandés.
—De nada especial —contestó Ulises.
La madre de Ulises no sabía el holandés. Cuando su marido entró en la casa, le preguntó al hijo en guajiro:
—¿Qué te dijo?
—Nada especial —dijo Ulises.
Perdió de vista a su padre cuando entró en la casa, pero lo volvió a ver por una ventana dentro de la oficina. La madre esperó hasta quedarse a solas con Ulises, y entonces insistió:
—Dime quién es.
—No es nadie —dijo Ulises.
Contestó sin atención, porque estaba pendiente de los movimientos de su padre dentro de la oficina. Lo había visto poner las naranjas sobre la caja de caudales para componer la clave de la combinación. Pero mientras él vigilaba a su padre, su madre lo vigilaba a él.
—Hace mucho tiempo que no comes pan —observó ella.
—No me gusta.
El rostro de la madre adquirió de pronto una vivacidad insólita. “Mentira”, dijo. “Es porque estás mal de amor, y los que están así no pueden comer pan”. Su voz, como sus ojos, había pasado de la súplica a la amenaza.
—Más vale que me digas quién es —dijo—, o te doy a la fuerza unos baños de purificación.
En la oficina, el holandés abrió la caja de caudales, puso dentro las naranjas, y volvió a cerrar la puerta blindada. Ulises se apartó entonces de la ventana y le replicó a su madre con impaciencia.
—Ya te dije que no es nadie —dijo—. Si no me crees, pregúntaselo a mi papá.
El holandés apareció en la puerta de la oficina encendiendo la pipa de navegante, y con su Biblia descosida bajo el brazo. La mujer le preguntó en castellano:
—¿A quién conocieron en el desierto?
—A nadie —le contestó su marido, un poco en las nubes—. Si no me crees, pregúntaselo a Ulises.
Se sentó en el fondo del corredor a chupar la pipa hasta que se le agotó la carga. Después abrió la Biblia al azar y recitó fragmentos salteados durante casi dos horas en un holandés fluido y altisonante.
A media noche, Ulises seguía pensando con tanta intensidad que no podía dormir. Se revolvió en el chinchorro una hora más, tratando de dominar el dolor de los recuerdos, hasta que el propio dolor le dio la fuerza que le hacía falta para decidir. Entonces se puso los pantalones de vaquero, la camisa de cuadros escoceses y las botas de montar, y saltó por la ventana y se fugó de la casa en la camioneta cargada de pájaros. Al pasar por la plantación arrancó las tres naranjas maduras que no había podido robarse en la tarde.
Viajó por el desierto el resto de la noche, y al amanecer preguntó por pueblos y rancherías cuál era el rumbo de Eréndira, pero nadie le daba razón. Por fin le informaron que andaba detrás de la comitiva electoral del senador Onésimo Sánchez, y que éste debía de estar aquel día en la Nueva Castilla. No lo encontró allí, sino en el pueblo siguiente, y ya Eréndira no andaba con él, pues la abuela había conseguido que el senador avalara su moralidad con una carta de su puño y letra, y se iba abriendo con ella las puertas mejor trancadas del desierto. Al tercer día se encontró con el hombre del correo nacional, y éste le indicó la dirección que buscaba.
—Van para el mar —le dijo—. Y apúrate, que la intención de la jodida vieja es pasarse para la isla de Aruba.
En ese rumbo, Ulises divisó al cabo de media jornada la capa amplia y percudida que la abuela le había comprado a un circo en derrota. El fotógrafo errante había vuelto con ella, convencido de que en efecto el mundo no era tan grande como pensaba, y tenía instalados cerca de la carpa sus telones idílicos. Una banda de chupacobres cautivaba a los clientes de Eréndira con un valse taciturno.
Ulises esperó su turno para entrar, y lo primero que le llamó la atención fue el orden y la limpieza en el interior de la carpa. La cama de la abuela había recuperado su esplendor virreinal, la estatua del ángel estaba en su lugar junto al baúl funerario de los Amadises, y había además una bañera de peltre con patas de león. Acostada en su nuevo lecho de marquesina, Eréndira estaba desnuda y plácida, e irradiaba un fulgor infantil bajo la luz filtrada de la carpa. Dormía con los ojos abiertos. Ulises se detuvo junto a ella, con las naranjas en la mano, y advirtió que lo estaba mirando sin verlo. Entonces pasó la mano frente a sus ojos y la llamó con el nombre que había inventado para pensar en ella:
—Arídnere.
Eréndira despertó. Se sintió desnuda frente a Ulises, hizo un chillido sordo y se cubrió con la sábana hasta la cabeza.
—No me mires —dijo—. Estoy horrible.
—Estás toda color de naranja —dijo Ulises. Puso las frutas a la altura de sus ojos para que ella comparara—. Mira.
Eréndira se descubrió los ojos y comprobó que en efecto las naranjas tenían su color.
—Ahora no quiero que te quedes —dijo.
—Sólo entré para mostrarte esto —dijo Ulises—. Fíjate.
Rompió una naranja con las uñas, la partió con las dos manos, y le mostró a Eréndira el interior: clavado en el corazón de la fruta había un diamante legítimo.
—Estas son las naranjas que llevamos a la frontera —dijo.
—¡Pero son naranjas vivas! —exclamó Eréndira.
—Claro —sonrió Ulises—. Las siembra mi papá.
Eréndira no lo podía creer. Se descubrió la cara, cogió el diamante con los dedos y lo contempló asombrada.
—Con tres así le damos la vuelta al mundo —dijo Ulises.
Eréndira le devolvió el diamante con un aire de desaliento. Ulises insistió.
—Además, tengo una camioneta —dijo—. Y además... ¡Mira!
Se sacó de debajo de la camisa una pistola arcaica.
—No puedo irme antes de diez años —dijo Eréndira.
—Te irás —dijo Ulises—. Esta noche, cuando se duerma la ballena blanca, yo estaré ahí fuera, cantando como la lechuza.
Hizo una imitación tan real del canto de la lechuza, que los ojos de Eréndira sonrieron por primera vez.
—Es mi abuela —dijo.
—¿La lechuza?
—La ballena.
Ambos se rieron del equívoco, pero Eréndira retomó el hilo.
—Nadie puede irse para ninguna parte sin permiso de su abuela.
—No hay que decirle nada.
—De todos modos lo sabrá —dijo Eréndira—: ella sueña las cosas.
—Cuando empiece a soñar que te vas, ya estaremos del otro lado de la frontera. Pasaremos como los contrabandistas... —dijo Ulises.
Empuñando la pistola con un dominio de atarbán de cine imitó el sonido de los disparos para embullar a Eréndira con su audacia. Ella no dijo ni que sí ni que no, pero sus ojos suspiraron, y despidió a Ulises con un beso. Ulises, conmovido, murmuró:
—Mañana veremos pasar los buques.
Aquella noche, poco después de las siete, Eréndira estaba peinando a la abuela cuando volvió a soplar el viento de su desgracia. Al abrigo de la carpa estaban los indios cargadores y el director de la charanga esperando el pago de su sueldo. La abuela acabó de contar los billetes de un arcón que tenía a su alcance, y después de consultar un cuaderno de cuentas le pagó al mayor de los indios.
—Aquí tienes —le dijo—: veinte pesos la semana, menos ocho de la comida, menos tres del agua, menos cincuenta centavos a buena cuenta de las camisas nuevas, son ocho con cincuenta. Cuéntalos bien.
El indio mayor contó el dinero, y todos se retiraron con una reverencia.
—Gracias, blanca.
El siguiente era el director de los músicos. La abuela consultó el cuaderno de cuentas, y se dirigió al fotógrafo, que estaba tratando de remendar el fuelle de la cámara con pegotes de gutapercha.
—En qué quedamos —le dijo— ¿pagas o no pagas la cuarta parte de la música?
El fotógrafo ni siquiera levantó la cabeza para contestar.
—La música no sale en los retratos.
—Pero despierta en la gente las ganas de retratarse —replicó la abuela.
—Al contrario —dijo el fotógrafo—, les recuerda a los muertos, y luego salen en los retratos con los ojos cerrados.
El director de la charanga intervino.
—Lo que hace cerrar los ojos no es la música —dijo—, son los relámpagos de retratar de noche.
—Es la música —insistió el fotógrafo.
La abuela le puso término a la disputa. “No seas truñuño”, le dijo al fotógrafo. “Fíjate lo bien que le va al senador Onésimo Sánchez, y es gracias a los músicos que lleva”.
Luego, de un modo duro, concluyó:
—De modo que pagas la parte que te corresponde, o sigues solo con tu destino. No es justo que esa pobre criatura lleve encima todo el peso de los gastos.
—Sigo solo mi destino —dijo el fotógrafo—. Al fin y al cabo, yo lo que soy es un artista.
La abuela se encogió de hombros y se ocupó del músico. Le entregó un mazo de billetes, de acuerdo con la cifra escrita en el cuaderno.
—Doscientos cincuenta y cuatro piezas —le dijo— a cincuenta centavos cada una, más treinta y dos en domingos y días feriados, a sesenta centavos cada una, son ciento cincuenta y seis con veinte.
El músico no recibió el dinero.
—Son ciento ochenta y dos con cuarenta —dijo—. Los valses son más caros.
—¿Y eso por qué?
—Porque son más tristes —dijo el músico.
La abuela lo obligó a que cogiera el dinero.
—Pues esta semana nos tocas dos piezas alegres por cada valse qué te debo, y quedamos en paz.
El músico no entendió la lógica de la abuela, pero aceptó las cuentas mientras desenredaba el enredo. En ese instante, el viento despavorido estuvo a punto de desarraigar la carpa, y en el silencio que dejó a su paso se escuchó en el exterior, nítido y lúgubre, el canto de la lechuza.
Eréndira no supo qué hacer para disimular su turbación. Cerró el arca del dinero y la escondió debajo de la cama, pero la abuela le conoció el temor de la mano cuando le entregó la llave. “No te asustes”, —le dijo—. “Siempre hay lechuzas en las noches de viento”. Sin embargo no dio muestras de igual convicción cuando vio salir al fotógrafo con la cámara a cuestas.
—Si quieres, quédate hasta mañana —le dijo—, la muerte anda suelta esta noche.
También el fotógrafo percibió el canto de la lechuza pero no cambió de parecer.
—Quédate, hijo —insistió la abuela— aunque sea por el cariño que te tengo.
—Pero no pago la música —dijo el fotógrafo.
—Ah, no —dijo la abuela—. Eso no.
—¿Ya ve? —dijo el fotógrafo—. Usted no quiere a nadie.
La abuela palideció de rabia.
—Entonces lárgate —dijo—. ¡Malnacido!
Se sentía tan ultrajada, que siguió despotricando contra él mientras Eréndira la ayudaba a acostarse. “Hijo de mala madre”, rezongaba. “Qué sabrá ese bastardo del corazón ajeno”. Eréndira no le puso atención, pues la lechuza la solicitaba con un apremio tenaz en las pausas del viento, y estaba atormentada por la incertidumbre.
La abuela acabó de acostarse con el mismo ritual que era de rigor en la mansión antigua, y mientras la nieta la abanicaba se sobrepuso al rencor y volvió a respirar sus aires estériles.
—Tienes que madrugar —dijo entonces—, para que me hiervas la infusión del baño antes de que llegue la gente.
—Sí, abuela.
—Con el tiempo que te sobre, lava la muda sucia de los indios, y así tendremos algo más que descontarles la semana entrante.
—Sí, abuela —dijo Eréndira.
—Y duerme despacio para que no te canses, que mañana es jueves, el día más largo de la semana.
—Sí, abuela.
—Y le pones su alimento al avestruz.
—Sí, abuela —dijo Eréndira.
Dejó el abanico en la cabecera de la cama y encendió dos velas de altar frente al arcón de sus muertos. La abuela, ya dormida, le dio la orden atrasada.
—No se te olvide prender las velas de los Amadises.
—Sí, abuela.
Eréndira sabía entonces que no despertaría, porque había empezado a delirar. Oyó los ladridos del viento alrededor de la carpa, pero tampoco esa vez había reco— nocído el soplo de su desgracia. Se asomó a la noche hasta que volvió a cantar la lechuza, y su instinto de libertad prevaleció por fin contra el hechizo de la abuela.
No había dado cinco pasos fuera de la carpa cuando encontró al fotógrafo que estaba amarrando sus aparejos en la parrilla de la bicicleta. Su sonrisa cómplice la tranquilizó.
—Yo no sé nada —dijo el fotógrafo—, no he visto nada ni pago la música.
Se despidió con una bendición universal. Eréndira corrió entonces hacia el desierto, decidida para siempre, y se perdió en las tinieblas del viento donde cantaba la lechuza.
Esa vez la abuela recurrló de inmediato a la autoridad civil. El comandante del retén local saltó del chinchorro a las seis de la mañana, cuando ella le puso ante los ojos la carta del senador. El padre de Ulises esperaba en la puerta.
—Cómo carajo quiere que la lea —gritó el comandante— si no sé leer.
—Es una carta de recomendación del senador Onésimo Sánchez —dijo la abuela.
Sin más preguntas, el comandante descolgó un rifle que tenía cerca del chinchorro y empezó a gritar órdenes a sus agentes. Cinco minutos después estaban todos dentro de una camioneta militar, volando hacia la frontera, con un viento contrario que borraba las huellas de los fugitivos. En el asiento delantero, junto al conductor, viajaba el comandante. Detrás estaba el holandés con la abuela, y en cada estribo iba un agente armado.
Muy cerca del pueblo detuvieron una caravana de camiones cubiertos con lona impermeable. Varios hombres que viajaban ocultos en la plataforma de carga levantaron la lona y apuntaron a la camioneta con ametralladoras y rifles de guerra. El comandante le preguntó al conductor del primer camión a qué distancia había encontrado una camioneta de granja cargada de pájaros.
El conductor arrancó antes de contestar.
—Nosotros no somos chivatos —dijo indignado—, somos contrabandistas.
El comandante vio pasar muy cerca de sus ojos los cañones ahumados de las ametralladoras, alzó los brazos y sonrió.
—Por lo menos —les gritó— tengan la vergüenza de no circular a pleno sol.
El último camión llevaba un letrero en la defensa posterior: Pienso en ti Eréndira.
El viento se iba haciendo más árido a medida que avanzaban hacia el Norte, y el sol era más bravo con el viento, y costaba trabajo respirar por el calor y el polvo dentro de la camioneta cerrada.
La abuela fue la primera que divisó al fotógrafo: pedaleaba en el mismo sentido en que ellos volaban, sin más amparo contra la insolación que un pañuelo amarrado en la cabeza.
—Ahí está —lo señaló— ése fue el cómplice. Malnacido.
El comandante le ordenó a uno de los agentes del estribo que se hiciera cargo del fotógrafo.
—Agárralo y nos esperas aquí —le dijo—. Ya volvemos.
El agente saltó del estribo y le dio al fotógrafo dos voces de alto. El fotógrafo no lo oyó por el viento contrario. Cuando la camioneta se le adelantó, la abuela le hizo un gesto enigmático, pero él lo confundió con un saludo, sonrió, v le dijo adiós con la mano. No oyó el disparo. Dio una voltereta en el aire y cayó muerto sobre la bicicleta con la cabeza destrozada por una bala de rifle que nunca supo de dónde le vino.
Antes del mediodía empezaron a ver las plumas. Pasaban en el viento, y eran plumas de pájaros nuevos, y el holandés las conoció porque eran las de sus pájaros desplomados por el viento. El conductor corrigió el rumbo, hundió a fondo el pedal, y antes de media hora divisaron la camioneta en el horizonte.
Cuando Ulises vio aparecer el carro militar en el espejo retrovisor, hizo un esfuerzo por aumentar la distancia, pero el motor no daba para más. Habían viajado sin dormir y estaban estragados de cansancio de sed. Eréndira, que dormitaba en el hombro de Ulises, despertó asustada. Vio la camioneta que estaba a punto de alcanzarlos y con una determinación cándida cogió la pistola de la guantera.
—No sirve —dijo Ulises—. Era de Francis Drake.
La martilló varias veces y la tiró por la ventana. La patrulla militar se le adelantó a la destartalada camioneta cargada de pájaros desplomados por el viento, hizo una curva forzada, y le cerró el camino.
Las conocí por esa época, que fue la de más grande esplendor, aunque no había de escudriñar los pormenores de su vida sino muchos años después, cuando Rafael Escalona reveló en una canción el desenlace terrible del drama y me pareció que era bueno para contarlo. Yo andaba vendiendo enciclopedias y libros de medicina por la provincia de Riohacha. Alvaro Cepeda Samudio, que andaba también por esos rumbos vendiendo máquinas de cerveza helada, me llevó en su camioneta por los pueblos del desierto con la intención de hablarme de no sé qué cosa, y hablamos tanto de nada y tomamos tanta cerveza que sin saber cuándo ni por dónde atravesamos el desierto entero y llegamos hasta la frontera. Allí estaba la carpa del amor errante, bajo los lienzos de letreros colgados: Eréndira es mejor Vaya y vuelva Eréndira lo espera Esto no es vida sin Eréndira. La fila interminable y ondulante, compuesta por hombres de razas y cones diversas, parecía una serpiente de vértebras humanas que dormitaba a través de solares y plazas, por entre bazares abigarrados y mercados ruidosos, y se salía de las calles de aquella ciudad fragoroso de traficantes de paso. Cada calle era un garito público, cada casa una cantina, cada puerta un refugio de prófugos. Las numerosas músicas indescifrables y los pregones gritados formaban un solo estruendo de pánico en el calor alucinante.
Entre la muchedumbre de apátridas y vividores estaba Blacamán, el bueno, trepado en una mesa, pidiendo una culebra de verdad para probar en carne propia un antídoto de su invención. Estaba la mujer que se había convertido en araña por desobedecer a sus padres, que por cincuenta centavos se dejaba tocar para que vieran que no había engaño y contestaba las preguntas que quisieran hacerle sobre su desventura. Estaba un enviado de la vida eterna que anunciaba la venida inminente del pavoroso murciélago sideral, cuyo ardiente resuello de azufre había de trastornar el orden de la naturaleza, y haría salir a flote los misterios del mar.
El único remanso de sosiego era el barrio de tolerancia, a donde sólo llegaban los rescoldos del fragor urbano. Mujeres venidas de los cuatro cuadrantes de la rosa náutica bostezaban de tedio en los abandonados salones de baile. Habían hecho la siesta sentadas, sin que nadie las despertara para quererlas, y seguían esperando al murciélago sideral bajo los ventiladores de aspas atornilladas en el cielo raso. De pronto, una de ellas se levantó, y fue a una galería de trinitarias que daba sobre la calle. Por allí pasaba la fila de los pretendientes de Eréndira.
—A ver —les gritó la mujer—. ¿Qué tiene ésa que no tenemos nosotras?
—Una carta de un senador —gritó alguien.
Atraídas por los gritos y las carcajadas, otras mujeres salieron a la galería.
—Hace días que esa cola está así —dijo una de ellas—. Imagínate, a cincuenta pesos cada uno.
La que había salido primero decidió:
—Pues yo me voy a ver qué es lo que tiene de oro esa sietemesino.
—Yo también —dijo otra—. Será mejor que estar aquí calentando gratis el asiento.
En el camino, se incorporaron otras, y cuando llegaron a la tienda de Eréndira habían integrado una comparsa bulliciosa. Entraron sin anunciarse, espantaron a golpes de almohadas al hombre que encontraron gastándose lo mejor que podía el dinero que había pagado, y cargaron la cama de Eréndira y la sacaron en andas a la calle.
—Esto es un atropello —gritaba la abuela—. ¡Cáfila de desleales! ¡Montoneras! —Y luego, contra los hombres de la fila—: y ustedes, pollerones, dónde tienen las criadillas que permiten este abuso contra una pobre criatura indefensa. ¡Maricas!
Siguió gritando hasta donde le daba la voz, repartiendo tramojazos de báculo contra quienes se pusieran a su alcance, pero su cólera era inaudible entre los gritos y las rechiflas de burla de la muchedumbre.
Eréndira no pudo escapar del escarnio porque se lo impidió la cadena de perro con que la abuela la encadenaba de un travesaño de la cama desde que trató de fugarse. Pero no le hicieron ningún daño. La mostraron en su altar de marquesina por las calles de más estrépito, como el paso alegórico de la penitente encadenada, y al final la pusieron en cámara ardiente en el centro de la plaza mayor. Eréndira estaba enroscada, con la cara escondida pero sin llorar, y así permaneció en el sol terrible de la plaza, mordiendo de vergüenza y de rabia la cadena de perro de su mal destino, hasta que alguien le hizo la caridad de taparla con una camisa.
Esa fue la única vez que las vi, pero supe que habían perfnanecido en aquella ciudad fronteriza bajo el amparo de la fuerza pública hasta que reventaron las arcas de la abuela, y que entonces abandonaron el desierto hacia el rumbo del mar. Nunca se vio tanta opulencia junta por aquellos reinos de pobres. Era un desfile de carretas tiradas por bueyes, sobre las cuales se amontonaban algunas réplicas de pacotilla de la palafernalia extinguida con el desastre de la mansión, y no sólo los bustos imperiales y los relojes raros, sino también un plano de ocasión y una vitrola de manigueta con los discos de la nostalgia. Una recua de indios se ocupaba de la carga, y una banda de músicos anunciaba en los pueblos su llegada triunfal.
La abuela viajaba en un palanquín con guirnaldas de papel, rumiando los cereales de la faltriquera, a la sombra de un palio de iglesia. Su tamaño monumental había aumentado, porque usaba debajo de la blusa un chaleco de lona de velero, en el cual se metía los lingotes de oro como se meten las balas en un cinturón de cartucheras. Eréndira estaba junto a ella, vestida de géneros vistosos y con estoperoles colgados, pero todavía con la cadena de perro en el tobillo.
—No te puedes quejar —le había dicho la abuela al salir de la ciudad fronteriza—. Tienes ropas de reina, una cama de lujo, una banda de música propia, y catorce indios a tu servicio. ¿No te parece espléndido?
—Sí, abuela.
—Cuando yo te falte —prosiguió la abuela—, no quedarás a merced de los hombres, porque tendrás tu casa propia en una ciudad de importancia. Serás libre y feliz.
Era una visión nueva e imprevista del porvenir. En cambio no había vuelto a hablar de la deuda de origen, cuyos pormenores se retorcían y cuyos plazos aumentaban a medida que se hacían más intrincadas las cuestas del negocio. Sin embargo, Eréndira no emitió un suspiro que permitiera vislumbrar su pensamiento. Se sometió en silencio al tormento de la cama en los charcos de salitre, en el sopor de los pueblos lacustres, en el cráter lunar de las minas de talco, mientras la abuela le cantaba la visión del futuro como si la estuviera descifrando en las barajas. Una tarde, al final de un desfiladero opresivo, percibieron un viento de laureles antiguos, y escucharon plltrafas de diálogos de Jamaica, y sintieron unas ansias de vida, y un nudo en el corazón, y era que habían llegado al mar.
—Ahí lo tienes —dijo la abuela, respirando la luz de vidrio del Caribe al cabo de media vida de destierro—. ¿No te gusta?
—Sí, abuela.
Allí plantaron la carpa. La abuela pasó la noche hablando sin soñar, y a veces confundía sus nostalgias con la clarividencia del porvenir. Durmió hasta más tarde que de costumbre y despertó sosegada por el rumor del mar. Sin embargo, cuando Eréndira la estaba bañando volvió a hacerle pronósticos sobre el futuro, y era una clarividencia tan febril que parecía un delirio de vigilia.
—Serás una dueña señorial —le dijo—. Una dama de alcurnia, venerada por tus protegidas, y complacida y honrada por las más altas autoridades. Los capitanes de los buques te mandarán postales desde todos los puertos del mundo.
Eréndira no la escuchaba. El agua tibia perfumada de orégano chorreaba en la bañera por un canal alimentado desde el exterior. Eréndira la recogía con una totuma impenetrable, sin respirar siquiera, y se la echaba a la abuela con una mano mientras la jabonaba con la otra.
—El prestigio de tu casa volará de boca en boca desde el cordón de las Antillas hasta los reinos de Holanda —decía la abuela—. Y ha de ser más importante que la casa presidencial, porque en ella se discutirán los asuntos del gobierno y se arreglará el destino de la nación.
De pronto, el agua se extinguió en el canal. Eréndira salió de la carpa para averiguar qué pasaba, y vio que el indio encargado de echar el agua en el canal estaba cortando leña en la cocina.
—Se acabó —dijo el indio—. Hay que enfriar más agua.
Eréndira fue hasta la hornilla donde había otra olla grande con hojas aromáticas hervidas. Se envolvió las manos en un trapo, y comprobó que podía levantar la olla sin ayuda del indio.
—Vete —le dijo—. Yo echo el agua.
Esperó hasta que el indio saliera de la cocina. Entonces quitó del fuego la olla hirviente, la levantó con mucho trabajo hasta la altura de la canal, y ya iba a echar el agua mortífera en el conducto de la bañera cuando la abuela gritó en el interior de la carpa:
—¡Eréndira!
Fue como si la hubiera visto. La nieta, asustada por el grito, se arrepintió en el instante final.
—Ya voy, abuela —dijo—. Estoy enfriando el agua.
Aquella noche estuvo cavilando hasta muy tarde, mientras la abuela cantaba dormida con el chaleco de oro. Eréndira la contempló desde su cama con unos ojos intensos que parecían de gato en la penumbra. Luego se acostó como un ahogado, con los brazos en el pecho y los ojos abiertos, y llamó con toda la fuerza de su voz interior:
—Ulises.
Ulises despertó de golpe en la casa del naranjal. Había oído la voz de Eréndira con tanta claridad, que la buscó en las sombras del cuarto. Al cabo de un instante de reflexión, hizo un rollo con sus ropas y sus zapatos, y abandonó el dormitorio. Había atravesado la terraza cuando lo sorprendió la voz de su padre:
—Para dónde vas.
Ulises lo vio iluminado de azul por la luna.
—Para el mundo —contestó.
—Esta vez no te lo voy a impedir —dijo el holandés—. Pero te advierto una cosa: a dondequiera que vayas te perseguirá la maldición de tu padre.
—Así sea —dijo Ulises.
Sorprendido, y hasta un poco orgulloso por la resolución del hijo, el holandés lo siguió por el naranjal enlunado con una mirada que poco a poco empezaba a sonreír. Su mujer estaba a sus espaldas con su modo de estar de india hermosa. El holandés habló cuando Ulises cerró el portal.
—Ya volverá —dijo— apaleado por la vida, más pronto de lo que tú crees.
—Eres muy bruto —suspiró ella—. No volverá nunca.
En esa ocasión, Ulises no tuvo que preguntarle a nadie por el rumbo de Eréndira. Atravesó el desierto escondido en camiones de paso, robando para comer y para dormir, y robando muchas veces por el puro placer del riesgo, hasta que encontró la carpa en otro pueblo de mar, desde el cual se veían los edificios de vidrio de una ciudad iluminada, y donde resonaban los adioses nocturnos de los buques que zarpaban para la isla de Aruba. Eréndira estaba dormida, encadenada al travesaño, y en la misma posición de ahogado a la deriva, en que lo había llamado. Ulises permaneció contemplándola un largo rato sin despertarla, pero la contempló con tanta intensidad que Eréndira despertó. Entonces se besaron en la oscuridad, se acariciaron sin prisa, se desnudaron hasta la fatiga, con una ternura callada y una dicha recóndita que se parecieron más que nunca al amor.
En el otro extremo de la carpa, la abuela dormida dio una vuelta monumental y empezó a delirar.
—Eso fue por los tiempos en que llegó el barco griego —dijo—. Era una tripulación de locos que hacían felices a las mujeres y no les pagaban con dinero sino con esponjas, unas esponjas vivas que después andaban caminando por dentro de las casas, gimiendo como enfermos de hospital y haciendo llorar a los niños para beberse las lágrimas.
Se incorporó con un movimiento subterráneo, y se sentó en la cama.
—Entonces fue cuando llegó él, Dios mío —gritó—, más fuerte, más grande y mucho más hombre que Amadís.
Ulises, que hasta entonces no había prestado atención al delirio, trató de esconderse cuando vio a la abuela sentada en la cama. Eréndira lo tranquilizó.
—Tate quieto —le dijo—. Siempre que llega a esa parte se sienta en la cama, pero no despierta.
Ulises se acostó en su hombro.
—Yo estaba esa noche cantando con los marineros y pensé que era un temblor de tierra —continuó la abuela—. Todos debieron pensar lo mismo, porque huyeron dando gritos, muertos de risa, y sólo quedó él bajo el cobertizo de astromellas. Recuerdo como si hubiera sido ayer que yo estaba cantando la canción que todos cantaban en aquellos tiempos. Hasta los loros en los patios, cantaban. Sin son ni ton, como sólo es posible cantar en los sueños, cantó las líneas de su amargura: Señor, Señor, devuélveme mi antigua inocencia para gozar su amor otra vez desde el principio.
Sólo entonces se interesó Ulises en la nostalgia de la abuela.
—Ahí estaba él —decía— con una guacamayo en el hombro y un trabuco de matar caníbales como llegó Guatarral a las Guayanas, y yo sentí su aliento de muerte cuando se plantó en frente de mí, y me dijo: le he dado mil veces la vuelta al mundo y he visto a todas las mujeres de todas las naciones, así que tengo autoridad para decirte que eres la más altiva y la más servicial, la más hermosa de la tierra.
Se acostó de nuevo y sollozó en la almohada. Ulises y Eréndira permanecieron un largo rato en silencio, mecidos en la penumbra por la respiración descomunal de la anciana dormida. De pronto, Eréndira preguntó sin un quebranto mínimo en la voz:
—¿Te atreverías a matarla?
Tomado de sorpresa, Ulises no supo qué contestar.
—Quién sabe —dijo—. ¿Tú te atreves?
—Yo no puedo —dijo Eréndira—, porque es mi abuela.
Entonces Ulises observó otra vez el enorme cuerpo dormido, como midiendo su cantidad de vida, y decidió:
—Por ti soy capaz de todo.
Ulises compró una libra de veneno para ratas, la revolvió con nata de leche y mermelada de frambuesa, y vertió aquella crema mortal dentro de un pastel al que le había sacado su relleno de origen. Después le puso encima una crema más densa, componiéndolo con una cuchara hasta que no quedó ningún rastro de la maniobra siniestra y completó el engaño con setenta y dos velitas rosadas.
La abuela se incorporó en el trono blandiendo el báculo amenazador cuando lo vio entrar en la carpa con el pastel de fiesta.
—Descarado —gritó—. ¡Cómo te atreves a poner los pies en esta casa!
Ulises se escondió detrás de su cara de ángel.
—Vengo a pedirle perdón —dijo—, hoy día de su cumpleaños.
Desarmada por su mentira certera, la abuela hizo poner la mesa como para una cena de bodas. Sentó a Ulises a su diestra, mientras Eréndira les servía, y después de apagar las velas con un soplo arrasador cortó el pastel en partes iguales. Le sirvió a Ulises.
—Un hombre que sabe hacerse perdonar tiene ganada la mitad del cielo —dijo—Te dejo el primer pedazo que es el de la felicidad.
—No me gusta el dulce —dijo él—. Que le aproveche.
La abuela le ofreció a Eréndira otro pedazo de pastel. Ella se lo llevó a la cocina lo tiró en la caja de la basura.
La abuela se comió sola todo el resto. Se metía los pedazos enteros en la boca y se los tragaba sin masticar, gimiendo de gozo, y mirando a Ulises desde el limbo de su placer. Cuando no hubo más en su plato se comió también el que Ulises había despreciado. Mientras masticaba el último trozo, recogía con los dedos y se metía en la boca las migajas del mantel.
Había comido arsénico como para exterminar una generación de ratas. Sin embargo, tocó el piano y cantó hasta la media noche, se acostó feliz, y consiguió un sueño natural. El único signo nuevo fue un rastro pedregoso en su respiración.
Eréndira y Ulises la vigilaron desde la otra cama, y sólo esperaban su estertor final. Pero la voz fue tan viva como siempre cuando empezó a delirar.
— ¡Me volvió loca, Dios mío, me volvió loca! —gritó—. Yo ponía dos trancas en el dormitorio para que no entrara, ponía el tocador y la mesa contra la puerta y las sillas sobre la mesa, y bastaba con que él diera un golpecito con el anillo para que los parapetos se desbarataran, las sillas se bajaban solas de la mesa, la mesa y el tocador se apartaban solos, las trancas se salían solas de las argollas.
Eréndira y Ulises la contemplaban con un asombro creciente, a medida que el delirio se volvía más profundo y dramático, y la voz más íntima.
—Yo sentía que me iba a morir, empapada en sudor de miedo, suplicando por dentro que la puerta se abriera sin abrirse, que él entrara sin entrar, que no se fuera nunca pero que tampoco volviera jamás, para no tener que matarlo.
Siguió recapitulando su drama durante varias horas, hasta en sus detalles más ínfimos, como si lo hubiera vuelto a vivir en el sueño. Poco antes del amanecer se revolvió en la cama con un movimiento de acomodación sísmica y la voz se le quebró con la inminencia de los sollozos.
—Yo lo previne, y se rió —gritaba—, lo volví a prevenir y volvió a reírse, hasta que abrió los ojos aterrados, diciendo, ¡ay reina! ¡ay reina!, y la voz no le salió por la boca sino por la cuchillada de la garganta.
Ulises, espantado con la tremenda evocación de la abuela, se agarró de la mano de Eréndira.
—¡Vieja asesina! —exclamó.
Eréndira no le prestó atención, porque en ese instante empezó a despuntar el alba. Los relojes dieron las cinco.
—¡Vete! —dijo Eréndira—. Ya va a despertar.
—Está más viva que un elefante —exclamó Ulises—. ¡No puede ser!
Eréndira lo atravesó con una mirada mortal.
—Lo que pasa —dijo— es que tú no sirves ni para matar a nadie.
Ulises se impresionó tanto con la crudeza del reproche, que se evadió de la carpa. Eréndira continuó observando a la abuela dormida, con su odio secreto, con la rabia de la frustración, a medida que se alzaba el amanecer y se iba despertando el aire de los pájaros. Entonces la abuela abrió los ojos y la miró con una sonrisa plácida.
—Dios te salve, hija.
El único cambio notable fue un principio de desorden en las normas cotidianas. Era miércoles, pero la abuela quiso ponerse un traje de domingo, decidió que Eréndira no recibiera ningún cliente antes de las once, y le pidió que le pintara las uñas de color granate y le hiciera un peinado de pontifical.
—Nunca había tenido tantas ganas de retratarme —exclamó.
Eréndira empezó a peinarla, pero al pasar el peine de desenredar se quedó entre los dientes un mazo de cabellos. Se lo mostró asustada a la abuela. Ella lo examinó, trató de arrancarse otro mechón con los dedos, y otro arbusto de pelos se le quedó en la mano. Lo tiró al suelo y probó otra vez, y se arrancó un mechón más grande. Entonces empezó a arrancarse el cabello con las dos manos, muerta de risa, arrojando los puñados en el aire con un júbilo incomprensible, hasta que la cabeza le quedó como un coco pelado.
Eréndira no volvió a tener noticias de Ulises hasta dos semanas más tarde, cuando percibió fuera de la carpa el reclamo de la lechuza. La abuela había empezado a tocar el piano, y estaba tan absorta en su nostalgia que no se daba cuenta de la realidad. Tenía en la cabeza una peluca de plumas radiantes.
Eréndira acudió al llamado y sólo entonces descubrió la mecha de detonante que salía de la caja del piano y se prolongaba por entre la maleza y se perdía en la oscuridad. Corrió hacia donde estaba Ulises, se escondió junto a él entre los arbustos, y ambos vieron con el corazón oprimido la llamita azul que se fue por la mecha del detonante, atravesó el espacio oscuro y penetró en la carpa.
—Tápate los oídos —dijo Ulises.
Ambos lo hicieron, sin que hiciera falta, porque no hubo explosión. La tienda se iluminó por dentro con una deflagración radiante, estalló en silencio, y desapareció en una tromba de humo de pólvora mojada. Cuando Eréndira se atrevió a entrar, creyendo que la abuela estaba muerta, la encontró con la peluca chamuscada y la camisa en piltrafas, pero más viva que nunca, tratando de sofocar el fuego con una manta.
Ulises se escabulló al amparo de la gritería de los indios que no sabían qué hacer, confundidos por las órdenes contradictorias de la abuela. Cuando lograron por fin dominar las llamas y disipar el humo, se encontraron con una visión de naufragio.
—Parece cosa del maligno —dijo la abuela—. Los pianos no estallan por casualidad.
Hizo toda clase de conjeturas para establecer las causas del nuevo desastre, pero las evasivas de Eréndira, y su actitud impávida, acabaron de confundirla. No encontró una mínima fisura en la conducta de la nieta, ni se acordó de la existencia de Ulises. Estuvo despierta hasta la madrugada, hilando suposiciones y haciendo cálculos de las pérdidas. Durmió poco y mal. A la mañana siguiente, cuando Eréndira le quitó el chaleco de las barras de oro le encontró ampollas de fuego en los hombros, y el pecho en carne viva. “Con razón que dormí dando vueltas”, dijo, mientras Eréndira le echaba claras de huevo en las quemaduras. “Y además, tuve un sueño raro.” Hizo un esfuerzo de concentración, para evocar la imagen, hasta que la tuvo tan nítida en la memoria como en el sueño.
—Era un pavorreal en una hamaca blanca —dijo.
Eréndira se sorprendió, pero rehízo de inmediato su expresión cotidiana.
—Es un buen anuncio —mintió—. Los pavorreales de los sueños son animales de larga vida.
—Dios te oiga —dijo la abuela—, porque estamos otra vez como al principio. Hay que empezar de nuevo.
Eréndira no se alteró. Salió de la carpa con el platón de las compresas, y dejó a la abuela con el torso embebido de claras de huevo, y el cráneo embadurnado de mostaza. Estaba echando más claras de huevo en el platón, bajo el cobertizo de palmas que servía de cocina, cuando vio aparecer los Ojos de Ulises por detrás del fogón como lo vio la primera vez detrás de su cama. No se sorprendió, sino que le dijo con una voz de cansancio:
—Lo único que has conseguido es aumentarme la deuda.
Los ojos de Ulises se turbaron de ansiedad. Permaneció inmóvil, mirando a Eréndira en silencio, viéndola partir los huevos con una expresión fija, de absoluto desprecio, como si él no existiera. Al cabo de un momento, los ojos se movieron, revisaron las cosas de la cocina, las ollas colgadas, las ristras de achiote, los platos, el cuchillo de destazar. Ulises se incorporó, siempre sin decir nada, y entró bajo el cobertizo y descolgó el cuchillo.
Eréndira no se volvió a mirarlo, pero en el momento en que Ulises abandonaba el cobertizo, le dijo en voz muy baja:
—Ten cuidado, que ya tuvo un aviso de la muerte. Soñó con un pavorreal en una hamaca blanca.
La abuela vio entrar a Ulises con el cuchillo, y haciendo un supremo esfuerzo se incorporó sin ayuda del báculo y levantó los brazos.
—¡Muchacho! —gritó—. Te volviste loco.
Ulises le saltó encima y le dio una cuchillada certera en el pecho desnudo. La abuela lanzó un gemido, se le echó encima y trató de estrangularlo con sus potentes brazos de oso.
—Hijo de puta —gruñó—. Demasiado tarde me doy cuenta que tienes cara de ángel traidor.
No pudo decir nada más porque Ulises logró liberar la mano con el cuchillo y le asestó una segunda cuchillada en el costado. La abuela soltó un gemido recóndito y abrazó con más fuerza al agresor. Utises asestó un tercer golpe, sin piedad, y un chorro de sangre expulsada a alta presión le salpicó la cara: era una sangre oleosa, brillante y verde, igual que la miel de menta.Eréndira apareció en la entrada con el platón en la mano, y observó la lucha con una impavidez criminal.
Grande, monolítica, gruñendo de dolor y de rabia, la abuela se aferró al cuerpo de Ulises. Sus brazos, sus piernas, hasta su cráneo pelado estaban verdes de sangre. La enorme respiración de fuelle, trastornada por los primeros estertores, ocupaba todo el ámbito. Ulises logró liberar otra vez el brazo armado, abrió un tajo en el vientre, y una explosión de sangre lo empapó de verde hasta los pies. La abuela trató de alcanzar el aire que ya le hacía falta para vivir, y se derrumbó de bruces. Ulises se soltó de los brazos exhaustos y sin darse un instante de tregua le asestó al vasto cuerpo caído la cuchillada final.
Eréndira puso entonces el platón en una mesa, se inclinó sobre la abuela, escudriñándole sin tocarla, y cuando se convenció de que estaba muerta su rostro adquirió de golpe toda la madurez de persona mayor que no le habían dado sus veinte años de infortunio. Con movimientos rápidos y precisos, cogió el chaleco de oro y salió de la carpa.
Ulises permaneció sentado junto al cadáver, agotado por la lucha, y cuanto más trataba de limpiarse la cara más se la embadurnaba de aquella materia verde y viva que parecía fluir de sus dedos. Sólo cuando vio salir a Eréndira con el chaleco de oro tomó conciencia de su estado.
La llamó a gritos, pero no recibió ninguna respuesta. Se arrastró hasta la entrada de la carpa, y vio que Eréndira empezaba a correr por la orilla del mar en dirección opuesta a la de la ciudad. Entonces hizo un último esfuerzo para perseguirla, llamándola con unos gritos desgarrados que ya no eran de amante sino de hijo, pero lo venció el terrible agotamiento de haber matado a una mujer sin ayuda de nadie. Los indios de la abuela lo alcanzaron tirado bocabajo en la playa, llorando de soledad y de miedo.
Eréndira no lo había oído. Iba corriendo contra el viento, más veloz que un venado, y ninguna voz de este mundo la podía detener. Pasó corriendo sin volver la cabeza por el vapor ardiente de los charcos de salitre, por los cráteres de talco, por el sopor de los palafitos, hasta que se acabaron las ciencias naturales del mar y empezó el desierto, pero todavía siguió corriendo con el chaleco de oro más allá de los vientos áridos y los atardeceres de nunca acabar, y jamás se volvió a tener la menor noticia de ella ni se encontró el vestigio más ínfimo de su desgracia.
Asignatura: Lenguaje y Comunicación .
GUÍA COMPRENSIÓN LECTORA
“LA INCREÍBLE Y TRISTE HISTORIA DE LA CÁNDIDA ERÉNDIDA Y SU ABUELA DESALMADA ” AUTOR: GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ
NOMBRE:...................................................................................CURSO_________
FECHA: ………………..……………………………………..…… N° LISTA: ……….
OBJETIVO: LEER, ANALIZAR E INTERPRETAR COMPRENSIVAMENTE EL TEXTO LEÍDO.
INSTRUCCIONES:
* Escriba con lapicero negro. .
* Lea detenidamente cada ítem antes de responder.
* No use corrector y evite las enmiendas en sus respuestas.
* Preocúpese de su redacción y ortografía, de la claridad de su escrito. Debe emplear letra legible.
* Utilice todo el espacio indicado para responder.
ATENTAMENTE Y RESPONDA LAS SIGUIENTES PREGUNTAS. Su respuesta será evaluada considerando: Desarrollo del tema , Ortografía , Redacción , Letra clara, Utilización de espacio.
1.- Explique la causa por la que la abuela prostituye a Eréndida y describa la manera en que la nieta es explotada.
2.- Explique cuál es el sentido que le da el autor al TÍTULO texto leído. Fundamente su respuesta.
3.- Mencione y describa las tareas que realizaba Eréndida en la casa de la abuela.
4.- Refiérase a quién era Ulises y a la relación que tenía con Eréndida. Explique.
5.- Mencione a quiénes raptaron a Eréndida, por qué lo hicieron y a dónde la llevaron.
6.- Escriba su opinión frente a la historia leída. Argumente su respuesta.
7.- Refiérase al tiempo de la narración de la historia, justifique con citas textuales.
8.- Identifique al tipo de narrador presente en el texto leído, justifique con citas textuales.
AGOSTO 28 / 2014
POESÍA LÍRICA
POESÍA LÍRICA
(TOMADO DE YOU TUBE)
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